Tiemblan sus manos al insertar la llave en la cerradura. El olor acre a encierro le da la bienvenida. La luz del sol es suficiente para iluminar la habitación. Ignora la foto de Eloísa y se dirige al despacho que ella utilizaba comúnmente para manejar sus asuntos. Se le ocurre que es el lugar más factible donde guardar algo tan valioso. Revisa gavetas, cajones, documentos. Nada. Sin perder tiempo corre escaleras arriba, a la recámara. Como vulgar ladrón busca en los cajones del tocador, quita el colchón, inclusive lo destroza, esperanzado de encontrar ahí su objetivo. Tampoco. Busca huecos en las paredes y en el piso, se ríe de su actitud, más es una técnica que ha visto en las películas y que pocas veces falla. Pero él solo ha gastado energía en vano. ¿Dónde más puede estar? ¿Dónde? ¡Ah! El guardarropa. Observa la ropa femenina ordenada con pulcritud. Limpia, planchada, todavía desprendiendo el aroma del suavizante; en el piso yacen, igual de ordenadas, cajas de zapatos. En...