Boleto para el tren equivocado
Texto participante en el II Certamen de Poesía y Relato Corto "María Eloísa García Lorca" 2014
Apenas logra
ocultar su ansiedad porque la farsa termine. En aquella tarde nublada y fría de
finales de enero, lo único que se le antoja a Roberto Santana es llegar a casa,
encender la calefacción y darse un baño caliente. Una deliciosa cena lo espera
en la cocina. Pero…¡maldición! el sacerdote oficia el servicio religioso con
demasiada parsimonia. Roberto mira las caras lúgubres y llorosas de las
personas que lo acompañan a darle el último adiós a Eloísa, su esposa durante
diez años de su vida, le provocan risa, aunque no puede ni siquiera sonreír.
Con enorme gusto romperá en carcajadas una vez que se encuentre solo en casa.
Intenta evadir sus oscuros e indiferentes pensamientos concentrándose en el
ataúd metálico; no, es demasiado triste. Permite a su mirada vagar por donde se
le antoje. Es un bello parque, limpio, con árboles bien cuidados y flores por
doquier; así tiene que ser, pues se trata de un cementerio, lugar de descanso
eterno para quienes ya no están físicamente entre nosotros. Se muerde el labio
inferior conteniendo una sonrisa, su pensamiento de nuevo le juega una
divertida broma: no le vendría mal al parquecito tener algunos juegos, al menos
unos columpios y un sube y baja para que los niños se mantengan ocupados
mientras los adultos rezamos y lloramos nuestra pérdida. ¡Ja! Así los huéspedes
de este singular campamento de retiro no se sentirán solos y abandonados, los
pequeños los alegrarán con sus juegos y risas. ¡Ja, ja!
El murmullo
“Amén” lo regresa a la realidad, el sacerdote ha terminado y se aleja con paso
rápido. Roberto recibe las condolencias de los presentes, quienes acto seguido,
se despiden. Alto, cabello negro, frente ancha, piel blanca, ojos grandes,
redondos y negros, bajo unas pobladas cejas. Nariz pequeña y recta, pómulos
salientes desvaneciéndose en mejillas enjutas, boca grande con labios delgados
y sensuales, al sonreír muestra el bien hecho trabajo de un excelente dentista.
Gallardo, con una actitud que raya en la arrogancia, queda solo, inmóvil frente
a la tumba de Eloísa. La crueldad dibujada en aquellos ojos negros y fríos, los
labios se curvan en una sonrisa mientras con sus pisadas destruye las flores
dispuestas sobre la lápida de su esposa. Con discreción mira a su alrededor por
si alguien lo observa. ¡Bingo! El viento y las hojas secas son su compañía.
Emprende la retirada.
Días más tarde
encontró una casa más pequeña donde vivir. Se lleva solo su ropa y objetos
personales, no le causa la más mínima tristeza abandonar el lugar donde vivió
mucho tiempo. Al contrario, para un prisionero es un alivio poder encontrarse
de nuevo en libertad. Antes de salir, mira la imponente fotografía de Eloísa
que adorna la chimenea de la sala. Se detiene para dialogar con la imagen.
No te amé
Eloísa, a pesar de todo lo bueno que hiciste por mí. Sabías que mi corazón
estaba en otra parte, y no te importó matar a mi hijo con tal de que yo me
quedara contigo. Más ahora llega mi recompensa por haber perdido a los dos
amores de mi vida: soy un feliz viudo, mi economía está resuelta gracias a las
cuentas bancarias y las propiedades que como tu esposo voy a heredar. ¡Oh, no!
No te enfades, fue una deliciosa casualidad que el automóvil tuviera falla en
los frenos y que el mecánico no se encontrara disponible ese día. No soy un
asesino, ni tampoco planeé tu muerte. Oportunidades así no se presentan todos
los días, y ni yo iba a desperdiciarlas.
Facciones
comunes, nada especial, piel trigueña, maquillaje sencillo, luciendo una
abundante melena rizada en color negro, la mujer de la foto sonríe. Feliz. Sin
preocupaciones.
Roberto
corresponde a esa sonrisa.
Disfrutando de
su libertad, dejó transcurrir el tiempo suficiente para no levantar habladurías
respecto de su persona y reclamar los bienes que legalmente le corresponden
como viudo de Eloísa: dos cuentas bancarias, un departamento en Playa del
Carmen, la casa conyugal y otra más ubicada en el centro de la ciudad.
La noche
anterior no concilió el sueño. Por la mañana se despertó sintiendo una especie
de ansiedad extraña en la boca de su estómago. Todo está bien, dice para
tranquilizarse. Los hermanos Eloísa, Pablo y Rogelio Navarro fueron desde
pequeños independientes y emprendedores, cada quien forjó sus negocios y
propiedades, por lo tanto Roberto está seguro que no representan problema
alguno para sus fines.
Mientras espera
ser atendido en la oficina de su abogado y amigo Pedro Vidales, trata de
concentrarse leyendo una revista, más la imagen de un hombre joven, de nuevo
soltero, viviendo en un departamento a orillas del mar y con muchísimo dinero a
su disposición, le impide concentrarse en la lectura.
Soy un viudo
adinerado, me iré a vivir al departamento de Playa del Carmen, invertiré una
parte de las cuentas en la Bolsa de Valores, en tanto las dos propiedades puedo
rentarlas y de obtener así un ingreso extra. Sí. Esos planes son los más
convenientes para mí.
En su semblante
el entusiasmo era demasiado notorio. La emoción de saberse único heredero le
hace recuperar la alegría por vivir. La alegría que Eloísa le arrancó.
La puerta de la
oficina de Pedro se abre, arrancándolo de sus pensamientos.
-Roberto, que
gusto de verte.
Se saludan con
un afectuoso abrazo, Pedro le indica que pase y le señala un asiento. Una
expresión en el rostro del abogado que Roberto no puede descifrar, provoca en
él una ansiedad, comienza a temblar y le sudan las manos. Pedro acomoda los
documentos que tiene frente a él. Mira a su amigo.
-Roberto, será
franco. No tengo buenas noticias.
-¿Respecto? Su
propia voz le parece lejana, mientras el abogado busca el modo de explicar la
situación.
-Comencemos por
las cuentas bancarias. No es grato informarte que están en ceros. Ni diez
centavos encontramos en ellas. Eloísa retiró todo el efectivo justo días antes
de fallecer.
El primer baño
de agua helada cae sobre Roberto. Solamente Eloísa tuvo la firma de esas
cuentas. Si llegaba a requerirse efectivo, ella lo proporcionaba o entregaba
cheque. Roberto nunca tuvo acceso a los estados de cuenta. Sonríe. Le provoca
risa el imaginar a Eloísa con el dinero guardado bajo el colchón, pero igual,
con ella cualquier idea descabellada era posible. Real. Bueno, piensa para sus
adentros, si lo retiró, ¿Dónde más puede estar si no en casa? Roberto, tienes
que regresar por tu futuro.
-¿No estabas
enterado de eso?
-En lo más
mínimo, pero bueno…-se masajea las sienes, le duelen- ¿Y respecto a los inmuebles?
Silencio.
-El departamento
en Playa del Carmen era rentado, el contrato era renovado cada principio de
año, pero en este último enero Eloísa decidió que ya no más.
No tiene ni diez
minutos en la oficina de Pedro y ya recibió el segundo baño de agua helada.
Siente una inmensa resequedad en su boca, que apenas le permite mover la
lengua. Muy dentro de ti lo temías Roberto, supiste que la especialidad de
Eloísa son las sorpresas desagradables, escuchó decir a una vocecita en su
cabeza.
-La casa donde
ustedes vivieron ya está vendida, tengo entendido que dentro de una semana el
nuevo dueño tomará posesión de ella. En cuanto a la casa de la colonia
Jazmines, está escriturada a nombre de Marisol Navarro, hija de Rogelio
Navarro, tu cuñado. Incluso Marisol ya tomó posesión jurídica y material de la
propiedad.
Pedro observa el
rostro pálido y descompuesto de su amigo.
-Roberto, ¿estás
bien?
-Sí. No. No
estoy bien, estoy sorprendido, molesto, decepcionado de mi esposa. Aparte estoy
desesperado, literalmente me dejó en la calle. ¿No existe alguna manera de
evitarlo?
Pedro niega con
la cabeza.
-La casa de
Marisol fue una herencia de tu suegro, y la casa conyugal fue adquirida antes
del matrimonio. En ambos casos no son objeto de litigio hereditario.
Roberto abandona
la oficina sintiendo flotar en el aire, con deseos de destrozar todo lo que
atraviese en su camino. Dirige sus pasos a la casa donde vivió con Eloísa.
Muy bien Eloísa,
decidiste que me quede sin nada. Pero voy a encontrar tu dinero, al menos eso
me pertenece. Debe estar guardado en alguna parte. Y voy a encontrarlo.
Continuará...
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