Plácido Domingo
Casa caída. Casa triste. Casa que inspira compasión. Casa habitada por fantasmas. Casa codiciada. Casa oscura. Aún y con todos esos adjetivos, me gustaba mi casa los domingos de verano. Era el día más esperado de la semana, pues era el día “oficial” de visita de mis tías y mis primos. Era el único día que podíamos salir del “régimen de dictadura” impuesto por mamá durante la semana y comer sin restricciones galletas, helado, refresco y dulces. Me gustaba ese ambiente formado de gritos, cuchicheos; los más pequeños correteaban por el inmenso patio, jugando a las escondidas, al voto o dejándose caer sobre las hojas secas de los árboles. Los mayores, en cambio, conversábamos sobre moda, chicos y chicas, música, etc., o simplemente nos mecíamos en el columpio que mi padre nos hizo teniendo como base los dos limoneros que generosamente nos regalaban su sombra y oxígeno para mitigar en algo el sofocante calor. El piso era de tierra, en tiempo de lluvia se convertía en un pantano, pero en es...