La oscuridad de los sueños rotos


 




Todo es oscuridad 

Arruga la nariz ante aquel olor acre, picante. Los sentidos le indican que el sueño está por retirarse. Le pesan los párpados y se siente débil. Le está costando abrir los ojos. Le duele el lado izquierdo de la frente y el pómulo, la espalda, y además siente el frío traspasar su ropa. Rueda a su derecha para quedar de costado y lanza un improperio al notar que algo tira con brusquedad de su mano izquierda, lastimándola; además de producir un ruido metálico al chocar contra el suelo. Así que está en el suelo. Pero ¿dónde? El peligro se encuentra cerca de ella, puede sentirlo, olerlo. Abre los ojos y una bombilla amarillenta, con un buen tiempo de mugre adherida, apenas logra desparramar una leve luz en la estancia. Un grito escapa de su garganta al notar la oscuridad y desconocer el lugar. Con dificultad logra sentarse; acerca su mano izquierda y mira que está atada con una gruesa cadena a una argolla metálica clavada en el piso, a unos cuantos metros de distancia del espacio que ahora es su “cama”. El corazón le late tan de prisa, la boca la siente seca, con un regusto amargo.

-Tranquila Edith, piensa, piensa, carajo. –ríe por lo bajo recordando que de pequeña buscaba motivos y soluciones para lo que fuera que le estuviera atormentando. Y aquella ocasión no sería diferente.- Es una broma, debe serlo. –Acaricia la cadena que tiene por yugo, buscando quizá la manera de librarse de su atadura, pero el arillo está demasiado ajustado a su muñeca que ni siquiera puede girarlo. Toda clase de ideas locas invaden su mente.- Lo más seguro es que le hayas gustado al hombre que te dejó en casa, no tuvo el valor para pedirte que pasaras la noche con él y regresó por ti. –Una sonrisa libidinosa curva sus labios, se revisa a ver si trae la ropa interior. La sonrisa desaparece de inmediato al comprender la magnitud que tendría en su vida una acción de semejante naturaleza.– No, no, no. –Respira aliviada al saber que está completamente vestida. ¡Oh! Pero el estar vestida no es garantía de que no hayan disfrutado de su tesoro escondido mientras ella permanecía navegando en el mar de los sueños, ajena al goce del otro.- El oportunista ese no invertiría un centavo en alguien que no sea él. –A través de la oscuridad logra distinguir en la esquina frente a ella algo en color claro, parece un cubo de plástico, de esos en donde se almacenan líquidos. Gracias a Dios su vejiga está vacía. No sabe si ya es de día, debe serlo. No acostumbra usar reloj de pulsera, y su celular recuerda haberlo echado al bolso. Su bolso…con la mirada recorre la habitación, un cuchitril de 3 por 3. Maloliente, oscuro. Cuando salió del bar recuerda que ya pasaba un poco de 02:00 de la madrugada. Más el tiempo que permaneció durmiendo…lo más seguro es que el sol ya esté asomando. Permanece atenta a los sonidos, con suerte por algún resquicio de las paredes se colara el canto de un ave o un rayo de luz; más el silencio y la oscuridad reinan en ese reducido espacio y fuera de él.

-Tengo sed. –Intenta ponerse en pie. Para su fortuna, la cadena tiene el largo suficiente para permitirle moverse solo hasta la mitad de la habitación, que, a excepto la argolla del piso y el cubo de la esquina, está vacía.- ¿Dónde carajos estoy? ¿¿¿Cómo llegué hasta este lugar???  –El piso comienza a girar bajo sus pies, da de manotazos al aire con desesperación, intentando asirse a algo que no hay; pierde el equilibrio y cae de sentón al duro suelo. El dolor en el coxis y en la región sacra no se hace esperar, obligando a Edith a mantenerse quieta, se tira de espaldas y guarda silencio durante un rato. En algún momento fragmentos de imágenes desfilaban en su memoria.- Llegué a casa. La luz de la entrada estaba apagada, alguien venía tras de mí, y aprovechó la situación para inmovilizarme por la espalda y pincharme en el cuello, ahora lo recuerdo. 

*    *    *    *    *

En la puerta dejó una pequeñísima grieta apenas visible, para observar a su inquilina. Le divierte la desesperación de Edith. Durante mucho tiempo imaginó este momento. Hoy se hace realidad. La hará esperar un rato más antes de mostrarse ante ella.

*    *    *    *    *

 -¿Hay alguien aquí? ¿Dónde estoy? Si lo que quiere es dinero, lo tendrá, pero déjeme salir.

Solo el silencio responde a sus preguntas. En vista de que sus preguntas no fueron respondidas, toma la pesada cadena con ambas manos asiéndola tan fuerte, que los nudillos se ponen blancos; y la azota contra el piso. El desagradable ruido metálico llena el ambiente. Repite la acción tres, cuatro, cinco veces más. Dándose cuenta que su actuar infantil no da resultado, deja caer la cadena, observa que sus manos están enrojecidas por la presión aplicada. Recorre con la mirada la habitación, si es que esa cloaca hedionda puede recibir tal nombre, se da cuenta que hay un delgado colchón de goma espuma cubierto con una sábana en color celeste y una manta a cuadros, se recuesta y percibe el olor de detergente y suavizante. Vaya, al menos su captor le dio las cosas limpias. Se tira de espalda, su estómago comienza a reclamar alimento, pero el sueño es más poderoso y se entrega a él. Tanto voluntariamente como si no.

Desconoce cuánto tiempo permanecerá su invitada en el país del sueño, pero no desperdiciará la oportunidad. Trae de la “bodega” los insumos que dejará a su disposición: dos botellas de agua de dos litros cada una, tres sándwiches de jamón, dos pastelillos dulces. Para su limpieza personal, una barra de jabón y un rollo de papel higiénico. Nada más por el momento. Se viste con el abrigo negro y largo. Bajo éste, viste una sudadera del mismo tono con capucha. Masajea con la punta de los dedos la piel de la frente, con firmeza, repite el mismo movimiento bajando por los contornos que unen la piel con el cuero cabelludo, para terminar en la barbilla. Ya está.

Las zapatillas deportivas hacen un mínimo ruido al caminar. Solo se escucha su respiración acelerada, producto de las diferentes emociones que se agitan en su ser. La cerradura emite un sonido bajo al correrse el pasador, ojalá no despierte a la invitada. Abre la puerta y una vez dentro, guarda la llave en el bolsillo de su pantalón. No teme que la invitada escape, está atada con una gruesa cadena. Se acerca a los pies del colchón, al ver ese odiado rostro durmiendo como un bebé, siente el subidón de ira adueñarse poco a poco de su pensamiento, pero dejarla poseer su voluntad echará a perder todo por lo que ha trabajado en estos años. Debe hacer dominio de su autocontrol. Hinca una rodilla en el piso, como los maratonistas esperando el disparo de salida, deja la bolsa a un lado y se esmera en acomodar los comestibles e higiénicos a los pies de la mujer. Al terminar, dobla la bolsa y la echa en el bolsillo del abrigo. Da la media vuelta y encamina sus pasos para salir, pero antes de tocar el pomo de la puerta, una voz lo sobresalta.

-¡¡Maldito desgraciado!! ¿Qué quiere de mí? ¡Déjeme salir!

Logra levantarse con rapidez y correr hacia su captor, pero la cadena la rebota hacia atrás, lo que ocasiona que tropiece sin llegar a caer, lastimando su muñeca. Permanece de pie, no le dará el gusto de creer que está asustada.

Los labios de Sombra dibujan una débil sonrisa. Idiota, olvida que está encadenada.

Recuperándose de sus lastimaduras, la mujer intenta negociar. Hace gala de su persuasión. Y también de su chequera.

-Mire, estoy dispuesta a no denunciarlo a la policía, y a darle la cantidad que usted me pida. Ande, dígame cuanto quiere, con cuanto paga sus deudas, porque por eso este secuestro ¿no? Porque su modo de vida va más allá de sus posibilidades económicas.

Sombra la mira, no sale palabra de su boca.

-Todo mundo tenemos un precio, ¿cuánto es el suyo?

Por toda respuesta, Sombra señala con la mano los comestibles que acaba de acomodar. Después sale tranquilamente, dejando a la invitada gritando improperios, amenazas y algunas otras profecías.

                                                                                         Continuará… 


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