La oscuridad de los sueños rotos
Un cuarto frío y olvidado
Corre un viento frío, espera terminar pronto sus actividades y pasar el resto del día en la calidez de su casa. Empiezan a dolerle los oídos a causa del enfriamiento. En esa zona semi desértica, el viento tiene una sensación térmica de varios grados menos que en la ciudad. Lleva dos bolsas de compra con todo lo que necesita. Le parece que el peso de ambas le impidiese despegar los pies del piso, lo que le provoca andar con lentitud; por lo que el camino parece más largo. Las hojas y trozos de basura se arremolinan contra las perneras de su pantalón. Por fin entra en la casona, su cuerpo entra de nuevo en calor. Deja las bolsas sobre la mesa de la primera habitación y sin demora encamina sus pasos para llegar al último aposento de la casa. Pasea la mirada por la estancia, admirando con agrado el resultado de su creatividad: la decoración actual es la idea concreta de los tantos documentales que leyó acerca de prisioneros, ya sea de guerra o simples delincuentes, encerrados en una celda: sin contacto humano ni con el exterior, ignorando si era de día o de noche, preguntándose en silencio qué hora marcarían las agujas del reloj. Situación que ocasionaba su desequilibrio emocional. Era la forma de quebrar su voluntad. De separarlos de la realidad para obligarlos a vivir en una cápsula de locura. Ese es justo el efecto que desde el principio quiso crear en ese cuartucho oscuro y olvidado: encierro, miedo, ansiedad y desesperación. Un coctel formulado para provocar alucinaciones. Paredes de color oscuro, para que ahoguen la luz natural. Sin ventilación, incomunicado, con un grado menor de humedad. Un colchón de goma espuma, solamente acompañado de una manta, una palangana con agua para higiene personal, un cubo para desahogarse fisiológicamente…la argolla metálica bien sujeta al piso y la cadena gruesa, resistente a estirones y otras formas de rotura. La ventana que una vez hubo ya dejó de existir, solo permitió una grieta diminuta entre la unión de uno que otro ladrillo. Las cerraduras de la puerta se aseguran por fuera, las revisa una y otra vez para cerciorarse de que no existen fallas que pongan en riesgo su plan. Todo en orden, se dirige a la habitación de la entrada, la que en su tiempo ocupó Lucía, ahí ha dejado la comida y el agua que ofrecerá a su huésped. Racionará los recursos, obviamente no vendrá de “visita” todos los días. Luego, sale para llevar a cabo una última revisión por los alrededores antes de marcharse. Cierra la puerta principal sin echar la llave. No se requiere.
Ya está lista la habitación para invitados, piensa, y un cosquilleo recorre su piel. No puede evitar sonreír y reír para sus adentros. Ya es cuestión de tiempo para que llegue.
Continuará…
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