La oscuridad de los sueños rotos

 











Nadine

Terminada la cena, en la soledad de su habitación, no le parece tan buena idea estar aislada. Tres días de aislamiento. Ya pasado el encanto de la llegada, se da cuenta que esa casa es un lugar de breve recreo: para visitas de llegar por la mañana e irse mientras la tarde aun es joven. Si me ocurriese algún accidente nadie se dará cuenta, al menos de momento, piensa. Un grito silencioso capta su atención ¡Augusto! ¡No sabe dónde estoy! Toma el móvil y revisa si hay señal. Las barras indicadoras están en el nivel mínimo. Ni hablar, lo bueno que ya acabó un día. Las habitaciones tienen vista al bosque. Ya ha desempacado y guardado su ropa y objetos personales y se dispone a leer mientras el sueño hace su aparición. No sabe por qué pero se siente observada. En un sitio como aquel no es necesario que se instalen cámaras de seguridad, para qué. Esa opción queda descartada. Mira a la ventana cuyas cortinas están descorridas. Todo el horizonte es bosque, espacio abierto, deben habitar animalitos que ella no conoce, pero que provocan ruido al moverse. Resuelta, se acerca con cautela, como si al pararse frente al cristal algo se fuera a abalanzar sobre ella. Retrocede al creer vislumbrar una silueta moverse entre los árboles. Los latidos de su corazón se aceleran. Antes de avisar a sus compañeras decide esperar, quizá esté imaginando cosas. Minutos después todo está en calma. Solo fue el resultado de la propia imaginación sumada a una lectura de suspenso. El oscuro manto de la noche es un escenario fantasmagórico real, donde el susurro del viento, las sombras de los árboles y el bailoteo de las ramas bajo la luz de la luna se conjugan para invitar a las presencias nocturnas, sea cual sea el nombre que se les dé. La hechicería tiene poder, pero alguien le dijo que no le diera fuerza, aunque en algunos momentos más tenebrosos de su vida se valió de esas “fórmulas mágicas” para alcanzar algún objetivo. No es algo de lo que se sienta orgullosa, pero obligada por las circunstancias recurrió a la alquimia oscura. Sin los resultados esperados. 

 

Cierra las cortinas. Es hora de dormir.

 

Pero el señor sueño huye de sus ojos. La situación existe y no puede ignorarla. Sabe que la tal Edith no se quedó conforme con el “no” que recibió por parte de Augusto, y siguió insistiendo, al grado de lograr acostarse con él. El resultado fueron unos días llenos de desesperación y dolor insoportable para Nadine. Mientras él no toque el tema, ella mantendrá la boca cerrada, aunque la ira la envenene por dentro.

Una mañana de miércoles, semanas antes, su mundo entró en shock. Tatuadas en su memoria aquellas palabras escritas con tinta de un empalagoso color rosa. Amenazaba lluvia, la ropa colgada en el tendedero ya está seca, decide quitarla y extenderla sobre los sillones, se prepara para salir al trabajo, por lo que ya no hay tiempo para guardarla. Un saco de Augusto cae al suelo y un papel asomó del bolsillo interior de éste. Estaba arrugado y la tinta corrida por la acción del agua y los químicos, todavía conservando el aroma de los detergentes. Al leer el contenido, comprende la razón del malhumor y desasosiego de su esposo. De sobra sabe quién es la autora.

                                       *    *    *    *    *

Sábado.

El sol no quiso asomar por completo, pareciera que el astro rey también tomaba un día de descanso. La temperatura era fría comparada con el día anterior.

Tomemos nuestro tiempo para hacer las cosas, no hay prisa, había dicho María Inés la noche anterior antes de acostarse. Por lo que se levantaron pasando las 10 de la mañana y en lo que se acicalaron y prepararon el menú para saciar el hambre, eran ya más de las 12 del mediodía. El almuerzo se transformó en comida. El postre y el café lo tomaron en la terraza, luego, antes de que el termómetro continuara con su loco descenso y de que las nubes plomizas decidieran vaciar el agua que traían consigo, Mariela las llevó a conocer un secreto guardado en esas tierras alejadas de la mano de Dios: un valle de formaciones rocosas, un fascinante espectáculo de rocas esculpidas a capricho del viento, y rodeadas de ligera neblina blanca y frondosos pinos. Apenas unas horas atrás, Nadine se arrepintió de aquella visita, pero a la luz del día la situación se presenta diferente. Se lamentó de no haber llevado su cámara, no inmortalizaría esa bella imagen, regalo de la naturaleza, para recrear su vista con ella cada vez que se le antojara.

*    *    *    *    *

Las cosas no fueron como esperaba. Eso le generó molestia y enfado. Dormir en el coche, ya que por precaución decide a último minuto no utilizar el cuarto de cachivaches, no sea que se les ocurra ir a husmear ahí; pasar frío, realizar sus necesidades fisiológicas en un bosque solitario, arriesgándose a la mordedura o ataque de animales peligrosos. Ahora deberá esperar la ocasión para terminar lo que se ha propuesto. Observa a Nadine y a sus amigas caminar con parsimonia admirando las formaciones rocosas. Escucha sus voces y sus risas. Una de ellas se apagará pronto. Muy pronto. Piensa para sí. Se mantiene a una distancia prudente de ellas. No es zona turística ni de entretenimiento al aire libre, por lo que la visita de alguien no invitado levantaría sospechas. Las amigas se adelantan y Nadine queda un poco atrás, la curiosidad es fuerte y un pasadizo sobre la roca la invita a entrar. Total, solo serán unos segundos, y solo estamos nosotras en este lugar, piensa. El túnel es en forma de arco, paredes formadas de rocas de diferentes formas y grosores, semejando el color del carbón e iluminado por la luz natural. Avanza algunos pasos más y va apareciendo la oscuridad. A su espalda, el sonido de crujir grava bajo los zapatos hace sonar sus alarmas internas. Paralizada por la sorpresa, vuelve la mirada a tiempo para ver una figura salir presurosa del túnel. Sintiendo las piernas como gelatina, va tras ella, pero al salir solo están sus amigas metros adelante, preocupadas, buscándola.

-Buen susto nos has dado niña, -María Inés exclama en el tono exagerado de una madre riñendo a su pequeña hija- ¿Dónde demonios te metiste? Creímos que te habías extraviado.

Nadine guarda silencio unos segundos para recuperar el aliento.

-Me llamó la atención el pasadizo de la roca que está en el medio, entré a verlo, pero… -mira hacia la roca y de nuevo a sus amigas, cierra los ojos, con lentitud inhala y luego exhala un ruidoso suspiro- alguien estaba tras de mí y me asusté.

El semblante de Mariela denota extrañeza y preocupación.

-Estamos solas en medio del bosque, nadie aparte de nosotras conoce esta ubicación. Los caminos están disimulados entre los árboles y la maleza. Es im-po-si-ble –remarca cada sílaba uniendo los dedos índice y pulgar en un círculo-  que haya algún extraño aquí.   

-Sí, eso pensé. –Sintiéndose como una niña regañada y molesta por eso, se guarda para sí la sospecha de la noche anterior.- Cómo sea, -hace un gesto con la mano, como restando importancia al asunto- ya estamos todas las que somos.   

*    *    *    *    *

De vuelta a casa, los juegos de mesa las mantuvieron entretenidas. Nadine estaba integrada al grupo, opinaba, reía, pero su mente estaba en un lugar muy distinto al interior de esa casona. Mira el móvil esperando encontrar una llamada perdida pero no hay ninguna. Se reconforta al recordar que la señal de telefonía no alcanza a ese hermoso desierto.

 

Una puerta cerrándose con brusquedad, Nadine despierta sobresaltada. Mira la hora en su celular, son las 7.45 de la tarde.

-Me dormí, Augusto no debe tardar en llegar.                

Luego de unos segundos de estiramiento se levanta y va a la cocina para disponer de la cena. Se detiene en el umbral de la puerta, asustada: hay cacerolas al fuego y alimentos sobre la mesa.

-Que…

A su espalda unas manos se posan en sus hombros con firmeza. Con un movimiento rápido logra zafarse y gira. Augusto la mira divertido.

-Hey, tranquila, soy yo, no se trata de fantasmas, ja, ja. Dormías cuando llegué, así que me dije “Augusto, la cocina hoy te pertenece”, por lo que me di a la tarea de preparar el menú para la cena.

El hombre retoma las actividades que dejó a medias. Corta las verduras con delicadeza, las vierte en una de las cacerolas para luego dar vueltas con una cuchara a la otra. Echa al fregadero los utensilios sucios. Coloca dos copas y descorcha una botella de vino blanco, el cual ya está frío. Nadine lo observa en silencio. Augusto le ofrece la copa. Alza levemente la copa haciendo el gesto del brindis.

-Se ha terminado Nadine.

Nadine da un sorbo lentamente, mirando fijo a los ojos de su esposo.

-A que…-escapa una tosecilla incómoda- ¿a qué te refieres? –el calor del alcohol le quema la garganta, ¿o acaso es el temor de que Augusto diga “me voy”? los instantes que siguieron fueron una tortura para ella.

Sin titubeos la respuesta de Augusto no se hace esperar.

-El hijo que espera Edith no es mío. Sé que lo sabes desde hace días y no has tocado el tema, cosa que agradezco.

Suspira profundo. “El hijo que espera Edith no es mío”, esas palabras le devuelven la tranquilidad que creyó perder. Se siente flotar, como si se hubiera quitado de la espalda un peso enorme.

-Afirmas las cosas con mucha seguridad.

Una sonrisa maliciosa se dibuja en el rostro de Augusto.

-No lo sabes, -agita el dedo índice al aire, gesto que significa “pon atención, esto es importante”- pero ya no puedo engendrar ningún otro ser. Camelia y yo decidimos que al nacer nuestro segundo hijo, sería yo quien “cerrara la fábrica”. Me practicaron una vasectomía. ¿Eso te hace sentir más tranquila ahora?

El torbellino de ideas confusas que se agitaba como poseído por un demonio en el cerebro de Nadine se disipó completamente. Su alegría era evidente, aunque también una ilusión se apagó dentro de ella: no tendría un hijo de su esposo. 


El tono burlón María Inés la saca de sus recuerdos.

-¿Hoy no fotografiaste pajarracos, Nadine? –el tono despectivo y sarcástico de María Inés era su sello distintivo, a ninguna otra persona le permitiría que tomara como burla su hobby por la fotografía. A Nadine se le eriza la piel al recordar los acontecimientos pasados el día anterior y esa misma tarde.

-No… ya tengo las suficientes para mantenerme ocupada, además la apariencia del bosque con lluvia no me agrada. Me deprime…

*    *    *    *    *

Eran poco más de las once de la noche cuando las mujeres se retiran a sus habitaciones. Sin poder conciliar el sueño, Nadine se enfrasca en la lectura de la novela de Dean Koontz “Espejo Mortal”, y a pesar de ser una excelente trama y él su autor preferido, no logra concentrarse en la lectura. Su pensamiento entero vuela hacia Augusto y su verdad. Intenta continuar leyendo, pero la concentración no aparece. Deja el libro a un lado, una necesidad fisiológica le pide dirigirse al baño, ya descansada se sienta al borde de la cama, permaneciendo unos minutos en silencio. Se llevó un jugo de mango para paliar su sed. Lo vierte en el vaso que dejó sobre el buró y lo disfruta bebiendo a pequeños sorbos, hasta terminar todo su contenido. Apaga la luz y se cubre con las mantas.

Horas más tarde, cubierta por el manto de la oscuridad, la figura se desliza por la habitación donde Nadine yace en profundo sueño, que no siente que hay una presencia a su lado, ni que el colchón cede al peso de alguien. Ajena totalmente a que le acarician el cabello y que la acomodan para representar una escena. Satisfecha con su obra, la figura posa su mirada en el anillo de piedra roja que reposa sobre el buró, lo toma y se va tal como llegó, en silencio.

*    *    *    *    *

Domingo por la mañana.

Creyeron que aún dormía, y esperaron por ella hasta la hora de comer. Cuando el hambre ya calaba, decide Mariela despertar a la bella durmiente.

-Nadine, ya es mediodía, levántate y come algo porque el regreso es largo. –Se sienta al lado de la mujer y la mira fijo, nota algo raro, María Inés y su hija guardan silencio en el umbral de la puerta; pero el temperamento de María Inés no sabe de estar quieto, por lo que entra y de manera juguetona mueve la mano de Nadine, pero de inmediato la arroja como si fuera un artefacto que va a estallarle en las manos.

-Algo no está bien aquí Mariela, no, no está nada bien…

Sin decir palabra, Mariela mueve a su amiga para quedar boca arriba y nota su cuerpo laxo; un papel queda al descubierto. Mariela lo lee, el silencio inunda la habitación como agua turbia y helada.

Karina, que ha visto todo desde la puerta, se atreve a preguntar:

-¿Es necesario que llamemos a una ambulancia?

Mariela no responde, sigue con la vista clavada en el papel que ha encontrado. Segundos después, con ese tono solemne tan suyo, y fijando la mirada en un punto imaginario de la habitación, contesta:

-La ambulancia no. Hay que llamar a la policía.

                                                                                             

                                                                                                Continuará...

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