La oscuridad de los sueños rotos
Augusto,
semanas antes
Quiere a Nadine a su manera. No va a tirar a la basura los años de compañerismo, apoyo y ternura que ella le ha brindado. La conservará a ella. Al amor maduro y todo lo que Nadine representa. Reconoce con remordimiento que al principio solo la necesitaba para cumplir ciertos requisitos sociales y profesionales. Más el tiempo todo lo transforma. Sonríe convencido de este último pensamiento, más no puede evitar sentir que la culpa le estruja el corazón al recordar el trato poco digno que en ocasiones le prodigó a Nadine para que se decepcionara de él y se retirara, pues la verdad, a sus cincuenta y dos años, a Augusto le atraían las jovencitas, y Nadine sobrepasaba por mucho el “requisito” de edad. Cierto día, al quedar con una de sus conquistas, antes de llegar al punto de encuentro, la vio salir de un hotel tomada de la mano de otro joven; sintiendo el coraje hervir en su interior y quemar su ego, no dudó en enfrentar a ambos, quienes no tuvieron reparo alguno en llamarlo, delante de los transeúntes que circulaban por esa calle, “viejo cola verde”, “anciano maníaco”, “chacalón” y otros cuantos epítetos que hirieron de muerte la vanidad del hombre. Notó sobre él las miradas burlonas, los murmullos que al final terminaron en apagadas risitas… Quedando en ridículo sin necesidad. Episodio que le dejó una lección de vida y lo convenció de que Nadine, después de compartir desinteresadamente sus cualidades en él, merecía una oportunidad de entrar en su vida.
Sus
pasos lo llevaron a una casa ubicada justo en el centro de la ciudad. Cerca de
los tribunales. La alquiló para sus momentos de soledad. Un nivel, apenas con unos cuantos trastos. Reja cubierta para
ocultar lo que no debe estar a la vista de curiosos. Augusto entra a la
estancia y avanza sin detenerse hasta llegar a la única habitación amueblada,
que es el dormitorio. Una cama doble, mesillas de noche a cada lado de la
misma, en una de ellas hay varias botellas con agua y vasos desechables,
tocador con espejo y un closet son el único mobiliario disponible. No necesita
más. Se quita el saco arrojándolo sobre la cama, se afloja el nudo de la
corbata y se tira de espaldas. Que delicia, al fin en casa. ¿En casa? Bueno, no
exactamente, pero le gusta la tranquilidad que ahí siente. Un dolor de cabeza
le está fastidiando la existencia desde hace horas, del pastillero que lleva
consigo toma dos comprimidos y los mastica a secas. El silencio y el efecto del
medicamento lo ayudan a relajarse. Está quedándose dormido pero siente que no
está solo, hay una presencia en la habitación, el colchón cede al peso de
alguien. Susurran a su oído palabras que no logra entender. Sus fosas nasales
perciben el olor del perfume de ella, abre los ojos y la mira ligera de ropa
cabalgando sobre su vientre. Sus pies y brazos se mueven en actitud defensiva.
En ese instante el tono de llamada de su teléfono interrumpe el ritual. Estira
la mano para contestar, pero la mujer es más rápida y arroja lejos de su
alcance el aparato. Acto seguido, se tiende sobre él y en un juego erótico, al
compás de una música imaginaria, roza con sus pezones los labios del hombre,
quien permanece indiferente; luego de unos minutos cambia de idea: toma la mano
de él para hacerle sentir piel con piel sus exquisitas tetas, excitándose con
el suave masaje.
-Están
duras y llenas…como te gustan. –Acerca de nuevo sus hipnotizantes atributos a
la masculina boca. Esta vez siente una leve succión que le arranca un suspiro
de placer. Luego un grito profundo brota de su garganta. El hombre la ha
mordido fuerte, lastimándola. Despierto al cien por ciento y sin consideración
alguna, incluso con brusquedad, aparta de sí a su compañera, quien no previó la
reacción del amante y cae de trasero al suelo.
-Dejé
bien claro que la aventura ha terminado, ¿no lo entendiste? –su voz escupe
desprecio. Mira el bolso de la mujer sobre la cama y rebusca dentro, sacando la
copia de llaves que tiempo atrás le entregó para sus citas secretas. Arroja
sobre ella sus prendas- Vístete rápido. Sal de esta casa y de mi vida, ya no
tienes nada que hacer dentro de ellas.
-Augusto,
no me trates así, -las lágrimas de la mujer aparecen para dar el toque
dramático a la escena.- Vamos a tener un hijo, ¿recuerdas? –termina de decir con
la voz cargada de una dulzura que se antoja falsa. Una sonrisa burlona da el
toque final al incómodo momento.
Augusto
siente ganas de vomitar solo de ver aquella cara que miente sin ninguna
vergüenza. Las palabras de esa mujer egoísta no surten efecto en él. Con
desprecio la mira durante algunos segundos, ahora es el quien esboza la sonrisa
burlona.
-Vete
a buscar a quien te hizo el milagrito, yo no soy el productor.
La
Sinvergüenza lo mira con cara de póker, abre la boca pero las palabras no
brotan de ella. El hombre se acuclilla frente a Edith, se acerca hasta casi
tocarse sus rostros, la mujer hace el intento de besarlo, pero él levanta la
mano en actitud de “alto”. Augusto se acerca a su oído y le susurra algo.
Después se levanta, y con la mayor naturalidad del mundo se va. Edith permanece
inmóvil en el suelo, el frío se posa en su piel desnuda. Se cubre con la mano
el pecho dolorido. Tiene la boca seca y la lengua como cartón. Un doloroso
recuerdo regresa a su memoria. Eso la molesta. Y mucho. Un grito, que más bien parece un
aullido animal, rompe el silencio de la tarde y queda flotando en las paredes.
* * *
* *
Viernes, semanas más tarde
Maneja
con calma en aquella carretera estrecha y desierta, cercada por largas paredes
de pinos altos, manteniéndose a una distancia prudente del auto que va adelante
para no dejarse ver, pero tampoco debe perderlo de vista. ¡Rayos! ¿Por qué los
dueños no compraron su cabaña veraniega en un lugar más accesible? Piensa que
en caso de un accidente u otro tipo de ayuda, será difícil para los equipos de
rescate dar con la ubicación. Sin embargo, esa situación beneficia sus planes. Conforme
avanza, tiene la sensación de adentrarse en territorio de nadie. La ciudad ha
quedado muy atrás, la sensación de frío y la suave neblina que juega en el
aire, proporciona la imagen de una tarde que está por terminar y que se antoja fantasmal,
a pesar que son apenas las 10:30 de la mañana. La soledad del lugar y la
inmensidad del bosque lo hacen un escondite perfecto, un escondite de doble
filo: perfecto para cometer un delito y salir impune, y perfecto para ser una
víctima cuyos restos nunca serán localizados. La idea le provoca un
estremecimiento. ¿Miedo o placer? El vehículo está bajando la velocidad, señal
que pronto aparcará, en ese instante nota entre los árboles del bosque una
bifurcación a la derecha, una especie de entrada, un atajo discreto, un camino
de terracería que por las huellas diría que no es usado con frecuencia. Se
adentra en él siguiendo su instinto, y para su sorpresa, conduce directamente
al ala norte de la propiedad. Baja un poco, todavía más, la velocidad. La
callada voz de su curiosidad, ahora con el tono de una buena soprano, le dice
“observa”. Algo atrae su atención. Metros a la derecha, un área es diferente al
resto del bosque, parece un tipo de choza fabricada con troncos y ramas, hecha
por algún cazador, lo más seguro, se acerca para cerciorarse. En efecto, es una
choza burda, hecha de ramas secas adheridas, cosidas o lo que se le parezca, a
ramas verdes de 2 árboles, cuya espesura disimula lo que allí se esconde, pero
con el ancho perfecto que le sirve de guarida a su auto compacto. ¡Bingo! Hace
las maniobras para estacionarse y apaga el motor; no sea que llame la atención
de los recién llegados. Desde ese ángulo, mantiene al objetivo dentro de su
campo visual. La naturaleza juega a su favor, pues tiene como aliado el manto
que en forma de fina niebla desprende el cielo gris. Sonríe y canturrea por lo
bajo. Es su manera de agradecer al destino la alfombra roja que le tendió para
llegar sin tropiezos a donde se propuso llegar. A un acceso que conduce a una propiedad
privada, por lo que su presencia, y sus intenciones, hubieran quedado al
descubierto. No le costó mucho ubicar la cabaña, era la única construcción en
aquel inmenso yermo desolado. De la pequeña maleta que traía en el asiento del
copiloto extrajo un sándwich de jamón con queso y un refresco de lata, aun no
era mediodía pero el hambre se expresa con fuerza en su estómago. Come con
tranquilidad, saboreando cada trozo de pan y el sabor del refresco, pero sin
perder de vista su objetivo. Un segundo
sándwich completa su comida. Revisa que traiga consigo la minúscula jeringuilla
con la dosis ya lista para administrar y el sobre. Sus herramientas de trabajo.
Las piernas le reclaman movimiento, por lo que sale del auto y da una caminata
de reconocimiento por el lugar, después de todo, se ha propuesto concluir su
tarea ese mismo día. Revisa la batería de su celular, sonríe al ver que está al
100. Para no perderse y evitar contratiempos, va grabando su recorrido, pues
una vez dentro del solitario bosque, sabe que no existe un camino definido, y
le viene a la memoria una frase de canción que dice “se hace camino al andar”.
Camina con sus sentidos alerta a cualquier ruido o movimiento, da gracias de que
la neblina no es espesa… todavía. No hay nada que empañe su visión. Luego de un
rato caminando, nota que la temperatura comienza a descender, por lo que decide
volver a la calidez que le proporciona el interior de su auto; pero antes de
dar la vuelta y marcharse, cae en la cuenta de que la valla de pinos se vuelve
más espesa y cerrada en esa zona, como una cortina que impide el paso de la
luz. Pronto advierte que esos pinos delimitan el perímetro de la casa. Está justo
en la parte trasera de la propiedad, del lado poniente. Deja de grabar. Va acercándose,
sabe que nadie observa, por lo que se desplaza con más libertad pero sin
descuidarse del todo. Un punto en su contra: los ventanales no tienen cortinas,
nada está oculto, ni de adentro hacia afuera y viceversa. Estudia por donde
continuar. Metros más adelante, hacia el sur, apenas perceptible por el juego
de color, hay un hueco abierto sobre la pared, a modo de callejón estrecho,
camina hasta el fondo, donde se deja ver una abertura que para otra persona pasaría
inadvertida, de no ser por la cerradura tan… “original”, lo que le provoca un
pensamiento de burla y al mismo tiempo de desprecio; “derrochan tiempo y dinero
a lo bestia en construir una casa tan encantadora y elegante… y en un segundo la
joden instalando una cerradura que no cuesta ni cincuenta pesos… es el caos”. En
el fondo sabe que lo hicieron así porque es el cuarto de servicio, donde se guardan
los trastos inútiles. Las posesiones de la servidumbre, como tales, carecen de valor monetario.
-Una
sola puerta…significa que la salida de la casa principal está por otro lado,
claro, la servidumbre tiene entrada y salida independiente.
Un
débil cerrojo deslizante, pintado del mismo tono de la pared mantiene la puerta
cerrada. En diferentes condiciones, se carcajearía hasta sentir un suave dolor
de estómago, ahorita se conforma con reír en silencio. A sus planes le viene
bien aquel cerrojillo que desliza sin ningún problema. La puerta no emite
ningún chirrido, la han mantenido bien engrasada. Significa que se utiliza
continuamente. Entra y su cuerpo es envuelto en un cálido abrazo de aire rancio
que le devuelve su temperatura normal. En la esquina derecha, un estante
semivacío contiene algunas botellas de limpiadores, detergente en polvo, jabón
en barra. Al lado del estante descansan escobas viejas y trapeadores, que ya
acabaron su vida útil. El estante topa en una pared que abre un hueco, se
acerca para examinarlo y descubre que es el sanitario, sin regadera, claro,
solo un contenedor que guarda un poco de agua que se nota limpia. En el otro
extremo una cama, la cual está hecha y con sábanas aparentemente limpias.
Definitivo: es la habitación del cuidador. Por eso mismo carece de comodidades.
No hay ventanas, por lo que aún en el día la oscuridad está presente. Tampoco
hay energía eléctrica, lo deduce al no encontrar apagadores en la pared ni
bombillas en el techo. Eso es el menor de sus problemas. Tiene un lugar donde
resguardarse, y más cómodo que su automóvil. No le preocupa el haber dejado sin
llave su auto, no corre ningún peligro, los ladrones quedan descartados en ese
inhóspito sitio, la distancia que existe de ahí a la ciudad se lo garantiza. Pero
la comida y sus “herramientas” las dejó ahí. En un rato más el estómago le
estará reclamando alimento, regresará a comer y cuando empiece a ocultarse la
luz se encaminará al cuarto de trastos. Aprovechará la caminata para buscar la
entrada y salida principales. Después de todo, su lugar es afuera, a la espera
del momento para realizar su tarea.
* * *
* *
Nadine
Naturaleza digna de una estampa. Las lluvias de septiembre dieron paso imperceptible al otoño. Las nubes están bajas, arropando a un cerro solitario, que carente de calor se deja querer, y en conjunto con el verdor de los árboles, dan la impresión de un helado invierno, cuando apenas comienza la tercera estación del año. Alcanza a divisar la casa. Imponente. No por las dimensiones de construcción, sino por la fachada y decoración. Está segura que es imitación ladrillo, con tejas en color café oscuro, contrastando con la combinación de colores café y arena del ladrillo. Las ventanas de cristal y la madera le dan el toque moderno. Se imaginó la típica cabaña de madera, con cortinas ocultando lo que hay dentro y puertas de pesada madera. Nada de cortinajes espesos ni de gruesa madera. Ventanales y puerta principal son de transparente cristal, estarán a ojos del mundo. Gracias a Dios, en esta ocasión, el único mundo y espectador es la soledad. Fuera del alcance del estrés de la ciudad. Perdida en medio de un espeso bosque. Nadine se enamoró de esa casa solo con verla desde fuera. Elegante y decorada con buen gusto, tanto por fuera como por dentro. El refugio perfecto para desconectar del mundo luego de varias semanas de congoja. Sugerencia de María Inés mientras cenaba con sus otras dos amigas, Mariela y Nadine. Su recién estrenado matrimonio con Augusto atraviesa por las primeras pruebas domésticas. “Nadine, no te engañes. Augusto no te ama”, oye retumbar las palabras dentro de su cerebro, como una grabación que termina y vuelve a comenzar.
-No te alejes demasiado Nadine,
pronto oscurecerá, -oye decir a Mariela, la anfitriona de la casa- y el camino
se vuelve confuso.
-Despreocúpate amiga, regreso en
unos minutos, solo que sería un desperdicio venir a este rincón escondido del
mundo y no estrenar esto. –alza su cámara fotográfica profesional para que sus
compañeras puedan verla.
-Ay, ese bendito aparatejo, nunca se
está quieta cuando carga con él. -Escuchó decir en tono jocoso a María Inés,
mientras la hija de ésta, Karina, le recuerda que en breve será la hora de
cenar.
-Basta de pensar en Augusto, vine
aquí para disfrutar de unos días de soledad y para ordenar mis pensamientos, y
eso haré. –dice en voz suficientemente alta para que solo ella se escuche; con
paso firme y decidido se aleja de la casa principal.
El camino lo traza una ancha calzada
de tierra. Nadine se aleja, embobada ante la belleza del paisaje. ¡Flash!
¡Flash! El ojo mecánico de su cámara captura el esplendor del bosque: los débiles
rayos de un sol enfermizo filtrándose a través de las ramas de los altos
árboles, los tonos amarillo y ocre de las hojas. Camina durante varios minutos,
en busca de nuevos escenarios que inmortalizar en sus fotos. La espesura del
lugar y el silencio van sintiéndose más pesados, al grado que le infunden
cierto temor. Como una exhalación, una ventisca cruza frente a ella,
obligándola a cerrar los ojos y a contener la respiración debido al polvo y la
basurilla que agitó. Segundos luego nota que tiene frío y está temblando.
-¿Qué fue eso? –observa a su
alrededor, la temperatura no es fría, y el viento está apacible. El astro rey
da señales de retirarse.- Es mejor que regrese.
Todo pasó muy rápido. Se escuchó
gritar, su rostro a escasos centímetros del suelo. Tendida sobre la tierra,
intenta comprender qué sucedió, mueve sus manos, brazos y piernas para
comprobar que no haya sufrido un daño mayor, para su fortuna se encuentra en
perfectas condiciones. Le lleva algunos segundos poder incorporarse. Mira a su
alrededor como esperando encontrar a alguien. Sus pensamientos le provocaron
risa.
-Nadine, estás en medio de un
solitario bosque, ¿y aun así te mortifica que alguien haya visto que te caíste?
Vaya contigo.
De su garganta brota una risilla
débil, segundos antes de que el miedo suba por su estómago y salga de ella en
forma de arcadas. Se limpia la boca con el dorso de la mano. Mientras se sacude
la ropa, su mirada se clava en un delgado tronco atravesado en el camino. Los
latidos de su corazón cobran fuerza.
-Eso no estaba ahí cuando pasé,
estoy segura. Esta parte del suelo… casi no tiene follaje. Me habría dado cuenta...
La duda crece en su interior, la seguridad
en sus recuerdos se va resquebrajando. Busca su cámara, está a unos metros
frente a ella. Al recogerla un brillo rojo atrae su atención. Es un anillo en
forma de dos manos sosteniendo con los dedos índice y pulgar un corazón, y una
corona encima de éste. Por el brillo del metal se nota que es nuevo. Escucha el
aleteo de un pájaro sobre su cabeza, pero no hay ninguno a la vista. La
inquietud se vuelve temor y emprende el camino de regreso. Gritan su nombre. Se
vuelve, distingue una silueta avanzar con los brazos extendidos hacia ella, en
una clara invitación para que se acerque. El sol se ha ocultado para dar paso a
la oscuridad, y una niebla tan espesa como el bosque flota en el aire. La
mayoría de los árboles han perdido las hojas, y sus ramas lucen desnudas, lo
que confiere un aspecto siniestro. Nadine camina lo más aprisa que puede, con
cuidado para no volver a tropezar o lastimarse de otra manera, y para alejarse
de quien sea que la persiga. Detesta que la sorprenda la noche en lugares que
desconoce. Y solitarios. Nadie a quien pedir ayuda. Ni un lugar para
resguardarse. Sin comunicación. Conforme avanza sobre la calzada, la estampa es
por completo distinta: el sol cubre con su luz la tarde que aún es joven…
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