La oscuridad de los sueños rotos


 










Yo existí en su vida desde siempre. Incluso antes que tú. Aunque nadie lo notará. Aunque nadie me notara. Siempre estuve ahí para él, llenando, retroalimentando los huecos de nuestra vida. Nos complementamos a la perfección: él era el centro de atención en donde quiera que estuviera, yo en cambio era invisible en todas partes. ¿El amor de tu vida? Quizás él lo fue para ti, no tengo manera de saberlo. En cambio, tú fuiste un error, mejor cabe decir “horror”, que nos costó caro a todos, pero más a él, porque perdió la vida, bueno, haciendo honor a la sinceridad, no la perdida, se la arrebataste.

Mi vida está vacía gracias a ti.

Nada que agradecerte.

 


Otoño, 1983

Apenas si le da tiempo para levantarse de la cama y cubrir su desnudez. Justo cuando entra ella, ha logrado refugiarse tras la falsa pared interior de un armario, donde escucha la discusión entre la pareja. Le significa un enorme esfuerzo contenerse para no salir de su escondite y enfrentar a esa mujer, sacarla de sus vidas de una buena vez. Ya para siempre. Maldita sea la hora en que logró confundir a Darío con sus atributos físicos, maldita la debilidad de éste que le permitió enredarse con esa mujercita caprichosa y pagada de sí misma. Maldice el momento en que aceptó la beca de estudios, que le brindó la oportunidad de cursar su licenciatura, pero con la condición de estudiar en otro estado, lejos de casa. La muy zorra supo aprovechar esos cinco años de ausencia. 

Detesta los gritos, en casa, sus padres nunca alzaron la voz, ni aun en caso de que las causas del enojo lo justificaran.

-Basta ya, no juegues con eso. -la voz masculina se oye neutral, no hay enojo ni miedo en ella.

-Me engañas, esperas a otra, ¿o me equivoco? –olisquea en el aire, esperando percibir algún olor a perfume femenino.

Silencio breve antes de contestar.

Por favor Darío, es el momento de poner punto final a esta situación. Ruega en silencio a ese Dios omnipotente para que su compañero se arme del valor necesario y sea sincero con la mujer.

-Claro que te equivocas, estoy cansado, me dispongo a dormir en este momento. ¿Acaso no amores?

Aprieta los puños, se lleva la mano derecha a la boca y la muerte para no gritar. Baja la cabeza y hace el ademán de negación, el dolor y la desilusión en forma líquida inunda sus ojos. Nunca ha sido de su agrado el conducirse con falsedad ni esconderse, no va con los principios que le han enseñado en casa. Ahora Darío, el hombre con quien desea compartir su vida tiene la libertad en charola de plata y no la aprovecha…Darío, Darío, ¿cuántas veces no reñimos por este motivo?

Hace una semana

-¿Ya se lo dijiste? -la voz al otro lado de la línea suena solemne y firme.

Un violento silencio antes de contestar, sabe que no gustará su respuesta.

-Aún no. -la voz deja escapar un suspiro, Darío lo siente como un reproche.

-Lo haré, solo dame tiempo, Edith no es una mujer con quien se pueda hablar pacíficamente. No encuentro la manera ni el momento de hacerle saber mi decisión.

Silencio, más pesado y agobiante que el anterior.

-Por favor, ten confianza. Tú eres la persona más importante para mí. Tanto, que deseo compartir el resto de mi vida a tu lado.

Espera una respuesta, los minutos transcurren y solo escucha el tono que pone fin a la llamada.

Está desnudo, con una toalla alrededor de la cintura. Siente la mirada de la mujer fulminándolo.

-Abajo hay dos copas, vino helado y comida caliente. No subestimes mi inteligencia. ¿Dónde está tu amiga? ¿O tardará mucho en llegar?

La mirada vaga por toda la habitación, antes de que Darío comente o haga algo, revisa el cuarto de baño, al no encontrar lo que busca abre las puertas del armario, mueve las perchas de un lado a otro. Su furia es mayor al no encontrar lo que busca.

-Voy a vestirme, te llevaré a tu casa y cuando estés tranquila hablamos, ¿bien?

Se deja caer sobre la cama, alcanza la mano de Darío y lo atrae hacia ella. El muchacho permanece de pie, sin moverse. Ella distingue en la mirada desprecio pero eso no la detiene. Insinuante, pasea los dedos esbeltos y fríos sobre el abdomen masculino.

-Haz conmigo lo que planeabas hacer con ella. –Comienza a desabotonarse la blusa, mira a Darío y sonríe con coquetería, al tiempo que quita el broche delantero del sujetador y lo retira de su cuerpo, rosados ​​pezones erguidos sobre unas blancas tetas. - Nada me daría más gusto que llegue y encuentre a una pareja de enamorados, a semanas de casarse, haciendo el amor. –Traza con suavidad círculos sobre sus tetas blancas.  

Darío no contesta. Se limita a mirarla y Edith descubre algo nuevo en esos ojos, un brillo distinto.

-Quizá mi generosidad aflore y accede a compartir nuestros cuerpos con ella, ¿no te parece una idea genial?

Darío retrocede. La risa cínica de Edith detonó su furia.

-Levántate de mi cama mujerzuela.

El delicado rostro femenino soporta sus facciones, sin dar crédito a las palabras de su novio, se levanta con lentitud. Y con voz distorsionada por la ira, expresa a gritos su sentir.

-No vuelvas a ofenderme de esa forma, Darío. No es el trato que tu esposa merece.

La burlona risa de Darío se clava como un cuchillo en su piel, rasgándola. Una humillación que no le perdonará.

-Vete de mi casa y no vuelvas a buscarme, entre tú y yo todo ha terminado.

Nunca esperó aquellas palabras. La toma por sorpresa.

-No, no, no, no estás hablando en serio, ¿verdad? –Intenta acercarse al hombre amado, pero éste retrocede. El silencio y la mirada de él le dan la respuesta. Nunca pensó que sus sueños se romperían en un segundo. Desde que fueron compañeros de escuela amó a Darío. Quedó prendada de su forma de ser, admiró las atenciones con las que trataba a todo mundo. Ese carácter risueño que conquistó su corazón infantil…Se imaginó como su esposa. Para siempre. Y de repente, todo se desvanece, como humo en el viento.- No puedes hacerme esto. Tenemos prácticamente la boda lista, ya tengo el vestido, se han hecho llegar las invitaciones, la misa y la decoración de la iglesia…

-Nunca he hablado más en serio que ahora. Me tienes harto con tu control, tus enfados sin motivo, siempre diciéndome que hacer. No quiero volver a verte en mi vida. Y perdona si me arrepiento en el último momento y decido no casarme contigo. No serás la primera ni la única a quien dejan plantada en el altar.

Sonríe al escuchar la forma en que Darío termina su relación con Edith. El gusto le dura solo escasos segundos. Uno sonido seco resuena en la habitación, poniendo sus sentidos en alerta. Una quietud extraña flota en el ambiente. Las voces ya no se escuchan, aun así, se mueve con cautela, como un animal evitando atraer hacia sí la atención del cazador y convertirse en presa. Abre la compuerta secreta y sale al área donde la ropa cuelga de las perchas. Se acerca a la puerta y percibe pasos ahogados. Alguien corre. Posa la mano sobre la madera con la firme intención de recorrer la puerta, duda. Al final la curiosidad gana. Despacio para no hacer ruido recorre la puerta. Lo que ve es la amarga bienvenida a una pesadilla real.   

Su amado Darío yace en el piso, sobre su brazo derecho, con una herida en el pecho, en medio de un charco de sangre y sus ojos sin vida mirando la nada. Se hinca frente a él, interponiendo una distancia prudente para no mancharse con la sangre que se extiende con rapidez. Toma el pulso en el cuello para cerciorarse de que ha muerto, de que la vida ha abandonado ese nicho llamado Darío. Niega con la cabeza y un gesto de desaprobación se dibuja en su rostro. ¡Esto no debió haber sucedido, joder! Cubre sus labios con los dedos al darse cuenta de que alzó la voz más de lo debido y teme que los vecinos hayan percibido ese detalle. Le acomoda el cabello con una dulzura infinita; mientras permite al torrente de lágrimas correr libre por su rostro. Los suaves acordes de Piano, melodía timbre de su celular, trae de vuelta la realidad. Una voz silenciosa le grita “corre”. Cae en cuenta de su desnudez. Un salto rápido y está de pie. Su ropa no está a la vista, la busca en la cama, enredada entre las sábanas; no está. Va hacia el cuarto de baño pero tampoco está, seguro que ahí no la dejó. ¡Recuerda donde te desvestiste! Ja. Desvestirse. Momentos antes fue un verbo materializado en el amor, ahora es una acción obscena, sucia. No puede pensar con claridad, su mente es como una maquinaria en el que ninguno de los engranes hace su función correctamente, porque algo los ha dañado hasta destrozarlos. En figura de una serpiente, el miedo repta por su espalda, ocasionándole espasmos en su estómago y humedad en las axilas. Como un mantra, dos palabras repite vez tras vez: ¡mi ropa, mi ropa! Su mirada corre de un lado a otro de la habitación, de repente se posa en algo que hay debajo de la cama. Sus prendas, gracias a Dios que las encontró, seguro que fue ocurrencia de Darío esconderlas, para protegerse de Edith. Y de la sociedad. Se viste de prisa. Observa con detenimiento por donde avanza, evitando pisar la sangre para no dejar rastro, centrando su atención en no olvidar algo que pueda revelar su presencia en la casa, en ese fatídico momento y en esa macabra situación. Una inesperada visión le provoca escalofrío: a sus pies se encuentra el arma homicida; la contempla estupefacto durante algunos segundos sin saber qué hacer. No tan lejos un perro ladra como desquiciado. Regresa sobre sus pasos y busca con desesperación en la cómoda de Darío algo para tomar la evidencia sin contaminarla. Ahora le pertenece. ¡Apúrate, la policía no tardará en llegar! Con largas y rápidas zancadas llega a la salita recibidor donde repara que la mesilla de centro dispone los ingredientes para una velada romántica que salió mal: dos copas de vino a medio terminar, la botella en una cubitera con hielo, una bolsa de papel con el logotipo de un restaurante de comida china, la cual aún está caliente. El sonido de sirenas se escucha cada vez más cerca. Vacía el contenido de las copas sobre el hielo y las pone en la cubitera, toma ésta y la bolsa de comida. Con la preciosa arma y los detalles que puedan dar pie a especulaciones y habladurías que manchen la memoria de Darío, sale al jardín, perdiéndose en la oscuridad.

 

Continuará…

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