Errores
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ESTEBAN AVALOS
Sus pasos lo
llevaron a una casa ubicada justo en el centro de la ciudad. Cerca de los tribunales.
La alquiló para él solo. Necesita estar acompañado solo por su soledad. Un
nivel, apenas con unos cuantos trastos. Reja cubierta para ocultar lo que no
debe estar a la vista de curiosos. Esteban entra a la estancia y avanza sin
detenerse hasta llegar a la única habitación amueblada, que es el dormitorio.
Una cama doble, mesillas de noche a cada lado de la misma, en una de ellas hay
varias botellas con agua y vasos desechables, tocador con espejo y un closet
son el único mobiliario disponible. No necesita más. Se quita el saco
arrojándolo sobre la cama, se afloja el nudo de la corbata y se tira de
espaldas. Que delicia, al fin en casa. ¿En casa? Bueno, no exactamente, pero le
gusta la tranquilidad que ahí siente. Un dolor de cabeza le está fastidiando la
existencia desde hace horas, del pastillero que lleva consigo toma dos
comprimidos y los mastica a secas. El silencio y el efecto del medicamento lo
ayudan a relajarse.
Entre mis recuerdos
Del fondo de su mente emerge la
fotografía de la perfecta familia que él anheló ser y tener: un padre
comprensivo y marido amoroso, una esposa dedicada y un hijo obediente, sano y
con un futuro brillante de por medio. El cuadro se desvaneció en el tiempo,
solo duró lo que tarda en gestarse el ser humano dentro del vientre materno.
Esteban engañó a Virginia esa noche de juerga. Ella preguntó si traía
protección en ese momento para tener sexo, él deseaba tanto a la chica que le
mintió, los condones no lo acompañaron en esa ocasión.
Semanas después, una enloquecida
Virginia hizo presencia en su casa, y a base de puñetazos y palabrotas le
reclamó su proceder.
-Has echado a perder mi vida. Yo no
quería hijos, al menos no por ahora. –aporreaba el pecho de Estaban con todas
las fuerzas que brotaban de su ser- Y menos contigo…
Las últimas palabras fueron para
Esteban como un cuchillo afilado traspasando su carne. Le sujetó las muñecas a
la muchacha y la obligó a sentarse en un sillón. El silencio era tan denso que la
atmosfera resultaba asfixiante, los engranajes del cerebro de Esteban
trabajaban a toda velocidad. Se sorprendió a si mismo al escuchar su voz:
-Podemos casarnos. –la expresión de
la mujer al mirarlo primero fue de interrogación, luego de desprecio y de asco,
Esteban siguió adelante, daba por sentado que la actitud de Virginia se debía a
la primera impresión de saber que iba a ser madre, después de todo, ¿qué mujer
no se desorienta cuando le confirman que está esperando un hijo?- Ambos somos
ya mayores de edad, cuento con un trabajo, rentamos una casa y solucionamos el
asunto. –sus palabras rezumaban entusiasmo, mira a su novia, su expresión
facial es imperturbable, no sabe si está molesta, temerosa, o simplemente
piensa. De pronto, Virginia se levanta y se va.
La boda se celebra con modestia y con
privacidad. Los consuegros se tratan con amabilidad forzada, Esteban está muy
por debajo de las expectativas que los padres de ella tenían para su niña, por
su lado, los padres del joven maldicen a esa pequeña zorra que desvió a su bebé
del propósito para el que fue engendrado: ejercer una profesión que los ayudara
a escalar del pozo de la pobreza a un nivel económico y social medio, y si se
pudiera, alto.
Durante los meses de espera, Virginia
se encargó de hacer un infierno la vida de Esteban, discutían por detalles
mínimos. En varias ocasiones, la chica regresó a casa paterna, el desesperado
esposo lograba convencerla de volver al hogar conyugal, solo para que dentro de
algunas horas volviera a escapársele de nuevo. Una mañana, semanas después del
nacimiento del bebé, los padres de Virginia la trajeron de vuelta a casa. A su
regreso, Esteban encontró sobre la mesa unos documentos, su corazón latía con
fuerza según avanzaba en la lectura, hasta que sus ojos toparon con la palabra
que temía encontrar: divorcio.
Se le hizo una eternidad el tiempo
que tardó en llegar a casa de los padres de su esposa. Intentaría arreglar las
cosas con Virginia por el bien de su hijo, le haría ver que los necesitaba a
ambos. Tocó el timbre como un poseso, su suegro abrió y luego de mirarlo de
arriba abajo como un bicho raro, lo dejó pasar.
-Virginia, por favor, necesito hablar
con ella…
-Mi hija no está, -respondió el
suegro, con toda la calma del mundo.
-La esperaré. –tomó asiento en un
sillón.
-Mira, Esteban, -el viejo se rascó la
parte trasera de la cabeza,- no puedo dejarte aquí, la verdad es que estoy
ocupado y…
-Bien, ocúpese de sus asuntos. No es
necesario que se quede a conversar conmigo.
Al viejo le irritó el tono insolente
con que su joven yerno le contestó.
-Mira muchachito, no porque te hayas
casado con mi hija vas a hacer lo que se te antoje aquí en mi casa, así que
vamos, fuera. –agita las manos, en señal de alejar algo de su presencia.
La furia contenida de Esteban estalló
en ese momento. Agarró al viejo por la solapa de la camisa y lo arrojó al
sillón donde momentos antes él estuvo sentado.
La altanería desapareció y dio paso al temor. Acercó su rostro hasta
casi tocar el del viejo.
-Voy a esperar a Virginia, toda la
noche si es preciso, no importa que tenga que dormir en el suelo del jardín,
¿me ha entendido?
Durante una fracción de segundo el
viejo lo mira a los ojos, luego una risa burlona escapa de su garganta. Esteban
siente un escalofrío recorrer su espina dorsal.
-Se ha ido.
Esteban no entiende lo que quiere
decir.
-Se ha ido, marchado, salió del país
por la mañana. Ya debe estar por llegar a su nuevo destino. –el viejo contempla
el rostro del muchacho, pálido, desconcertado. Y de nuevo aquella risa
chillante.
El joven revisa el cuarto que sabe es
de Virginia, el closet y el tocador están vacíos; los accesorios infantiles que
él compró para su hijo tampoco están en la habitación.
El suegro continúa echado en el
sillón, mirándolo con sorna.
-¿A dónde se fue?
El viejo responde con un encogimiento
de hombros.
-Se lo vuelvo a preguntar, ¿a dónde
se fue?
Silencio. El viejo se mira las uñas.
–Creo que ya me hace falta un buen manicure,
concertaré una cita en…
No tuvo tiempo de terminar la frase,
Esteban lo agarró de nuevo por la solapa de la camisa y lo levantó, en ese
momento se dio cuenta que son de la misma estatura, entonces, ¿por qué siempre
le temió tanto?
-Dígame todo lo que sabe, Virginia me
dejó los documentos solicitando el divorcio, y ¿sabe qué? Estoy dispuesto a
complacerla, pero no a renunciar a mi hijo, eso no. Así que desembuche, ¿dónde
está? –otro encogimiento de hombros por parte del viejo saca de quicio a
Esteban. – ¿No va a decir nada, entonces? –el viejo le sostiene la mirada
desafiante, los dos permanecen así algunos segundos, como midiendo sus fuerzas.
Al final Esteban lo suelta de la camisa, alisando con las manos esa área de
tela para que no queden marcas de arrugas y con un rápido movimiento asesta un
golpe en la nariz del viejo, quien no vio venir el puño del joven hasta que se
oyó un débil crac. Un hilillo de color rojo le escurre de la nariz y de la
boca.
Esteban sale de esa casa donde nunca
fue bien recibido. Camina por la noche oscura. Llega a casa. Luego de pasar un largo rato bajo el agua fría de la ducha, se va a la cama. Logra dormir a pesar de las adversas circunstancias. Por la mañana debe encontrarse despejado para pensar cómo hará para encontrar a su hijo.
Continuará…
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