Errores








                                                                       Imagen de Photo Mix en Pixabay                                         

ESTEBAN AVALOS

Sus pasos lo llevaron a una casa ubicada justo en el centro de la ciudad. Cerca de los tribunales. La alquiló para él solo. Necesita estar acompañado solo por su soledad. Un nivel, apenas con unos cuantos trastos. Reja cubierta para ocultar lo que no debe estar a la vista de curiosos. Esteban entra a la estancia y avanza sin detenerse hasta llegar a la única habitación amueblada, que es el dormitorio. Una cama doble, mesillas de noche a cada lado de la misma, en una de ellas hay varias botellas con agua y vasos desechables, tocador con espejo y un closet son el único mobiliario disponible. No necesita más. Se quita el saco arrojándolo sobre la cama, se afloja el nudo de la corbata y se tira de espaldas. Que delicia, al fin en casa. ¿En casa? Bueno, no exactamente, pero le gusta la tranquilidad que ahí siente. Un dolor de cabeza le está fastidiando la existencia desde hace horas, del pastillero que lleva consigo toma dos comprimidos y los mastica a secas. El silencio y el efecto del medicamento lo ayudan a relajarse.

 

Entre mis recuerdos

Del fondo de su mente emerge la fotografía de la perfecta familia que él anheló ser y tener: un padre comprensivo y marido amoroso, una esposa dedicada y un hijo obediente, sano y con un futuro brillante de por medio. El cuadro se desvaneció en el tiempo, solo duró lo que tarda en gestarse el ser humano dentro del vientre materno. Esteban engañó a Virginia esa noche de juerga. Ella preguntó si traía protección en ese momento para tener sexo, él deseaba tanto a la chica que le mintió, los condones no lo acompañaron en esa ocasión.

Semanas después, una enloquecida Virginia hizo presencia en su casa, y a base de puñetazos y palabrotas le reclamó su proceder.

-Has echado a perder mi vida. Yo no quería hijos, al menos no por ahora. –aporreaba el pecho de Estaban con todas las fuerzas que brotaban de su ser- Y menos contigo…

Las últimas palabras fueron para Esteban como un cuchillo afilado traspasando su carne. Le sujetó las muñecas a la muchacha y la obligó a sentarse en un sillón. El silencio era tan denso que la atmosfera resultaba asfixiante, los engranajes del cerebro de Esteban trabajaban a toda velocidad. Se sorprendió a si mismo al escuchar su voz:

-Podemos casarnos. –la expresión de la mujer al mirarlo primero fue de interrogación, luego de desprecio y de asco, Esteban siguió adelante, daba por sentado que la actitud de Virginia se debía a la primera impresión de saber que iba a ser madre, después de todo, ¿qué mujer no se desorienta cuando le confirman que está esperando un hijo?- Ambos somos ya mayores de edad, cuento con un trabajo, rentamos una casa y solucionamos el asunto. –sus palabras rezumaban entusiasmo, mira a su novia, su expresión facial es imperturbable, no sabe si está molesta, temerosa, o simplemente piensa. De pronto, Virginia se levanta y se va.

La boda se celebra con modestia y con privacidad. Los consuegros se tratan con amabilidad forzada, Esteban está muy por debajo de las expectativas que los padres de ella tenían para su niña, por su lado, los padres del joven maldicen a esa pequeña zorra que desvió a su bebé del propósito para el que fue engendrado: ejercer una profesión que los ayudara a escalar del pozo de la pobreza a un nivel económico y social medio, y si se pudiera, alto.

Durante los meses de espera, Virginia se encargó de hacer un infierno la vida de Esteban, discutían por detalles mínimos. En varias ocasiones, la chica regresó a casa paterna, el desesperado esposo lograba convencerla de volver al hogar conyugal, solo para que dentro de algunas horas volviera a escapársele de nuevo. Una mañana, semanas después del nacimiento del bebé, los padres de Virginia la trajeron de vuelta a casa. A su regreso, Esteban encontró sobre la mesa unos documentos, su corazón latía con fuerza según avanzaba en la lectura, hasta que sus ojos toparon con la palabra que temía encontrar: divorcio.

Se le hizo una eternidad el tiempo que tardó en llegar a casa de los padres de su esposa. Intentaría arreglar las cosas con Virginia por el bien de su hijo, le haría ver que los necesitaba a ambos. Tocó el timbre como un poseso, su suegro abrió y luego de mirarlo de arriba abajo como un bicho raro, lo dejó pasar.

-Virginia, por favor, necesito hablar con ella…

-Mi hija no está, -respondió el suegro, con toda la calma del mundo.

-La esperaré. –tomó asiento en un sillón.

-Mira, Esteban, -el viejo se rascó la parte trasera de la cabeza,- no puedo dejarte aquí, la verdad es que estoy ocupado y…

-Bien, ocúpese de sus asuntos. No es necesario que se quede a conversar conmigo.  

Al viejo le irritó el tono insolente con que su joven yerno le contestó.

-Mira muchachito, no porque te hayas casado con mi hija vas a hacer lo que se te antoje aquí en mi casa, así que vamos, fuera. –agita las manos, en señal de alejar algo de su presencia.

La furia contenida de Esteban estalló en ese momento. Agarró al viejo por la solapa de la camisa y lo arrojó al sillón donde momentos antes él estuvo sentado.  La altanería desapareció y dio paso al temor. Acercó su rostro hasta casi tocar el del viejo.

-Voy a esperar a Virginia, toda la noche si es preciso, no importa que tenga que dormir en el suelo del jardín, ¿me ha entendido?

Durante una fracción de segundo el viejo lo mira a los ojos, luego una risa burlona escapa de su garganta. Esteban siente un escalofrío recorrer su espina dorsal.

-Se ha ido.

Esteban no entiende lo que quiere decir.

-Se ha ido, marchado, salió del país por la mañana. Ya debe estar por llegar a su nuevo destino. –el viejo contempla el rostro del muchacho, pálido, desconcertado. Y de nuevo aquella risa chillante.

El joven revisa el cuarto que sabe es de Virginia, el closet y el tocador están vacíos; los accesorios infantiles que él compró para su hijo tampoco están en la habitación.

El suegro continúa echado en el sillón, mirándolo con sorna.

-¿A dónde se fue?

El viejo responde con un encogimiento de hombros.

-Se lo vuelvo a preguntar, ¿a dónde se fue?

Silencio. El viejo se mira las uñas.

 –Creo que ya me hace falta un buen manicure, concertaré una cita en…

No tuvo tiempo de terminar la frase, Esteban lo agarró de nuevo por la solapa de la camisa y lo levantó, en ese momento se dio cuenta que son de la misma estatura, entonces, ¿por qué siempre le temió tanto?  

-Dígame todo lo que sabe, Virginia me dejó los documentos solicitando el divorcio, y ¿sabe qué? Estoy dispuesto a complacerla, pero no a renunciar a mi hijo, eso no. Así que desembuche, ¿dónde está? –otro encogimiento de hombros por parte del viejo saca de quicio a Esteban. – ¿No va a decir nada, entonces? –el viejo le sostiene la mirada desafiante, los dos permanecen así algunos segundos, como midiendo sus fuerzas. Al final Esteban lo suelta de la camisa, alisando con las manos esa área de tela para que no queden marcas de arrugas y con un rápido movimiento asesta un golpe en la nariz del viejo, quien no vio venir el puño del joven hasta que se oyó un débil crac. Un hilillo de color rojo le escurre de la nariz y de la boca.

Esteban sale de esa casa donde nunca



fue bien recibido. Camina por la noche oscura. Llega a casa. Luego de pasar un largo rato bajo el agua fría de la ducha, se va a la cama. Logra dormir a pesar de las adversas circunstancias. Por la mañana debe encontrarse despejado para pensar cómo hará para encontrar a su hijo.


Continuará…

 

Obra bajo Licencia Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivatives 4.0 International License 

 

                                            


                                      


Comentarios