Errores

 






                                                                                                                                                                                                                                                            Imagen de Photo Mix en Pixabay 


ESTEBAN AVALOS

El ruido de una puerta al cerrarse lo saca del sueño. Espera verla entrar, desplegar sobre él sus mimos y caricias. Ella no llegará. Su corazón lo sabe y el dolor es intenso.

-Al final, todo quedo en un sueño. Edith, Edith…quise formar un hogar contigo y con tu hijo, te hice creer que caí en tu engaño y acepté a ese niño como mío y logré quererlo como si fuera en verdad parte de mí. Ah, porque hay algo  que tú no sabes: después de nacer el hijo que tuve con la que fue mi esposa, me practique una vasectomía, lo que significa que ya no podré tener hijos con nadie más. En fin…tú decidiste…disfrutar de cosas materiales en lugar de un afecto sincero.

Recordaba con dolor aquellos últimos meses: sus llamadas y sus mensajes no tuvieron respuesta. Edith había cambiado, en las conversaciones entre ambos, la joven apenas prestaba atención a su plática. La sorprendió en varias contradicciones. La relación comenzaba a mostrar fisuras.  

Su joven dulcinea preparaba sus redes de pesca para uno de los nuevos vecinos de su calle: un joven y apuesto constructor, Esteban dedujo su oficio al verlo siempre con la ropa llena de tierra, un casco amarillo fosforescente y un vehículo cargado de maquinaria y herramientas para la construcción. Pero para su uso personal contaba con un sedán impecablemente limpio y de modelo reciente, un buen guardarropa y aromas que daban a notar que sus bolsillos percibían un ingreso más que suficiente. Razón por la que dulcinea volaba cerca de él como la mariposa sobre el néctar de las flores.

 

La oscuridad de la habitación cae sobre él como una discreta manta, a través de las delgadas cortinas aprecia que la luz del día está agonizando. Es hora de regresar a casa.

Todos los caminos conducen a Arantza. Se conocieron cursando ambos la carrera de abogacía, ella desde un principio fue su mejor, por no decir única, amiga, siempre al pendiente de él, le ayudaba a mejorar sus notas pues para Esteban la lectura era un tormento chino, por más esfuerzos que hacía, no se le daba. Las tareas se dividían entre los dos, pero al final era el toque de Arantza el que les otorgaba puntos extra. Siempre Arantza.   

 

El corazón late cada vez más rápido, hasta convertir su pecho en algo parecido a una pista de carreras, el aturdimiento no tarda en aparecer, se recuesta a esperar que pase la taquicardia. Está consciente de que su vida puede terminar en el momento menos esperado, y no quiere que la muerte lo sorprenda en soledad.

Espera a Arantza, seguro que le agradará la sorpresa que le está preparando.

“Esteban, la cocina hoy te pertenece”, decide, por lo que se dio a la tarea de preparar el menú para la cena.

El hombre corta las verduras con delicadeza, las vierte en una cacerola para luego darles vuelta con una cuchara. Echa al fregadero los utensilios sucios.

La pasta ya está lista, espagueti acompañado de verduras al vapor y un pastel de carne, platillos preferidos de Arantza, y una botella de vino blanco, el cual ya está frío.

En el centro de la mesa un vaso de cuello alto, en ausencia de un jarrón especial, que no encontró pero que en ocasiones anteriores de la mano de Arantza decoró algún rincón de la casa, contiene un diverso de flores variopintas: rosas, gerberas, claveles…en colores blanco, rosado, rojo, amarillo…los platos, los cubiertos y las copas están dispuestos.

La ducha le devuelve esa sensación de frescura, escoge un traje gris claro, camisa celeste, se aplica con esmero el aroma cítrico que tanto cautiva a Arantza.

Sentado en el comedor, espera que su mujer regrese, sí, su mujer, aunque tarde se haya dado cuenta de que es la única que lo ha amado en verdad. Reconoce que ha sido una estupidez de su parte alejarla de su vida, aunque compartan la misma casa.

Descorcha la botella de vino blanco, y una vez sentado en la salita comienza a degustar su sabor. Lentamente el sueño se apodera de él.

En la calle un chirriar de neumáticos lo hace despertar. El reloj en la pared marca las 11:45 pm. Arantza seguro ya habrá llegado y estará en su habitación. La oscuridad reinaba por la casa, a excepción de la mesa del comedor, donde una araña de cristal desprendía una tenue luz.

-Arantza, ¿estás despierta?

Toca a la puerta. No obtiene respuesta.

-Me gustaría que me acompañaras a cenar, ¿Qué dices? Preparé tus platillos favoritos…

Pega el oído a la puerta, no escucha ruido. El silencio se va haciendo cada vez más denso…decide entrar.

Pulsa el apagador y la estancia se ilumina. Arantza no está ahí, la habitación rezuma limpieza, muy propio de ella, pero nota algo distinto…las cortinas descorridas a esa hora de la noche, el tocador libre de objetos sobre la cubierta; camina hacia el cuarto de baño donde el toque personal de la mujer se ha diluido como la descarga de agua en el váter. Con pasos rápidos se dirige al closet y al abrirlo solo encuentra las perchas vacías. Lo entiende ahora: está solo, la mujer que lo amó se ha ido, y a la que él amo lo ha dejado. Una punzada aguda golpea su pecho, a cada segundo se hace más fuerte, casi no puede respirar. Cae al suelo. El dolor es intenso, luego va disminuyendo…él va cayendo despacio en la negrura de la inconciencia.

Fin.  

 

Obra bajo Licencia Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivatives 4.0 International License 


                                              









Comentarios