Errores
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ESTEBAN AVALOS
El ruido de una puerta al cerrarse lo saca del sueño. Espera verla entrar, desplegar sobre él sus mimos y caricias. Ella no llegará. Su corazón lo sabe y el dolor es intenso.
-Al final, todo quedo en un
sueño. Edith, Edith…quise formar un hogar contigo y con tu hijo, te hice creer
que caí en tu engaño y acepté a ese niño como mío y logré quererlo como si
fuera en verdad parte de mí. Ah, porque hay algo que tú no sabes: después de nacer el hijo que
tuve con la que fue mi esposa, me practique una vasectomía, lo que significa
que ya no podré tener hijos con nadie más. En fin…tú decidiste…disfrutar de cosas
materiales en lugar de un afecto sincero.
Recordaba con dolor aquellos
últimos meses: sus llamadas y sus mensajes no tuvieron respuesta. Edith había
cambiado, en las conversaciones entre ambos, la joven apenas prestaba atención
a su plática. La sorprendió en varias contradicciones. La relación comenzaba a
mostrar fisuras.
Su joven dulcinea preparaba sus
redes de pesca para uno de los nuevos vecinos de su calle: un joven y apuesto
constructor, Esteban dedujo su oficio al verlo siempre con la ropa llena de
tierra, un casco amarillo fosforescente y un vehículo cargado de maquinaria y
herramientas para la construcción. Pero para su uso personal contaba con un
sedán impecablemente limpio y de modelo reciente, un buen guardarropa y aromas
que daban a notar que sus bolsillos percibían un ingreso más que suficiente.
Razón por la que dulcinea volaba cerca de él como la mariposa sobre el néctar
de las flores.
La oscuridad de la habitación cae
sobre él como una discreta manta, a través de las delgadas cortinas aprecia que
la luz del día está agonizando. Es hora de regresar a casa.
Todos los caminos conducen a Arantza. Se conocieron cursando ambos la carrera de abogacía, ella desde un principio fue su mejor, por no decir única, amiga, siempre al pendiente de él, le ayudaba a mejorar sus notas pues para Esteban la lectura era un tormento chino, por más esfuerzos que hacía, no se le daba. Las tareas se dividían entre los dos, pero al final era el toque de Arantza el que les otorgaba puntos extra. Siempre Arantza.
El corazón
late cada vez más rápido, hasta convertir su pecho en algo parecido a una pista
de carreras, el aturdimiento no tarda en aparecer, se recuesta a esperar que
pase la taquicardia. Está consciente de que su vida puede terminar en el
momento menos esperado, y no quiere que la muerte lo sorprenda en soledad.
Espera a Arantza, seguro que le agradará la sorpresa que le está preparando.
“Esteban, la cocina hoy te pertenece”, decide, por lo que se dio a la tarea de preparar el menú para la cena.
El hombre corta las verduras con delicadeza, las vierte en una cacerola para luego darles vuelta con una cuchara. Echa al fregadero los utensilios sucios.
La pasta ya está lista, espagueti
acompañado de verduras al vapor y un pastel de carne, platillos preferidos de Arantza,
y una botella de vino blanco, el cual ya está frío.
En el centro de la mesa un vaso de cuello alto, en ausencia de un jarrón especial, que no encontró pero que en ocasiones anteriores de la mano de Arantza decoró algún rincón de la casa, contiene un diverso de flores variopintas: rosas, gerberas, claveles…en colores blanco, rosado, rojo, amarillo…los platos, los cubiertos y las copas están dispuestos.
La ducha le devuelve esa sensación de frescura, escoge un traje gris claro, camisa celeste, se aplica con esmero el aroma cítrico que tanto cautiva a Arantza.
Sentado en el comedor, espera que su mujer regrese, sí, su mujer, aunque tarde se haya dado cuenta de que es la única que lo ha amado en verdad. Reconoce que ha sido una estupidez de su parte alejarla de su vida, aunque compartan la misma casa.
Descorcha la botella de vino blanco, y una vez sentado en la salita comienza a degustar su sabor. Lentamente el sueño se apodera de él.
En la calle un chirriar de neumáticos lo hace despertar. El reloj en la pared marca las 11:45 pm. Arantza seguro ya habrá llegado y estará en su habitación. La oscuridad reinaba por la casa, a excepción de la mesa del comedor, donde una araña de cristal desprendía una tenue luz.
-Arantza, ¿estás despierta?
Toca a la puerta. No obtiene
respuesta.
-Me gustaría que me acompañaras a
cenar, ¿Qué dices? Preparé tus platillos favoritos…
Pega el oído a la puerta, no
escucha ruido. El silencio se va haciendo cada vez más denso…decide entrar.
Pulsa el apagador y la estancia
se ilumina. Arantza no está ahí, la habitación rezuma limpieza, muy propio de
ella, pero nota algo distinto…las cortinas descorridas a esa hora de la noche,
el tocador libre de objetos sobre la cubierta; camina hacia el cuarto de baño donde
el toque personal de la mujer se ha diluido como la descarga de agua en el váter.
Con pasos rápidos se dirige al closet y al abrirlo solo encuentra las perchas vacías.
Lo entiende ahora: está solo, la mujer que lo amó se ha ido, y a la que él amo
lo ha dejado. Una punzada aguda golpea su pecho, a cada segundo se hace más
fuerte, casi no puede respirar. Cae al suelo. El dolor es intenso, luego va
disminuyendo…él va cayendo despacio en la negrura de la inconciencia.
Fin.
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