Errores

 



Arantza


Escucha la puerta cerrarse. Siete de la mañana. Por fin se ha ido. Mejor. Su presencia física le impediría tener el valor de poner punto final al ciclo de vida entre ellos y que de un tiempo a la fecha está inerte.     

Estira los músculos. Le apetece quedarse un rato más en cama, como antes de que… la mirada fija en el techo, mueve la cabeza en signo de negación, como ahuyentando los recuerdos. El día será largo, aligera la tarea el hecho de que su ropa, sus objetos personales y escasas pertenencias la esperan ya en la casa que ocupará a partir de ahora.  

Se levanta con parsimonia. Mira la calle por última vez. Para sus amigos felinos el día comienza alegremente. Los echará de menos, definitivo. Se acostumbró a sus charlas gatunas, a verlos en la puerta del patio trasero en espera de su ansiado alimento. En fin. No es buen momento para sentir nostalgia. La nostalgia es una cadena que pesa mucho, mejor a lo suyo.

Disfruta su ducha diaria, la frescura del agua resbalando por su piel, el aroma cítrico del shampoo. Una camiseta de algodón violeta, una corta falda recta en color blanco y mocasines de piso color piel, un atuendo sencillo y fresco, acorde con el calor a esa hora de la mañana. Perfume aroma cítrico. Deja libre su cabello y cortos rizos negros enmarcan su rostro. La tristeza disfrazada de sobria imagen. Ya acicalada se prepara un café, el delicioso aroma se esparce por la estancia, saca de la nevera el plato con el pastel de mango, con el tenedor lo picotea como un niño que juega con la comida, se lleva el tenedor a la boca saboreando el sabor del queso; repite la acción otra vez, total, a nadie le importa ese pastel, quedará relegado, le permite a su mente divagar en ocupaciones futuras: inscribirse para solicitar empleo, pues debe hacerse cargo de sí misma y lo que implica: costear renta, facturas, gastos imprevistos y demás. Su relación con Esteban Ávalos era para siempre, al menos eso pensó y ¡oh, sorpresa! Intempestivamente aparece una mujercita que con la mano en la cintura desbarata en meses lo que Arantza formó en años.  

Una mañana de miércoles, meses antes, su mundo entró en shock. Tatuadas en su memoria perduran aquellas palabras escritas con tinta de un empalagoso color rosa. Amenazaba lluvia, la ropa colgada en el tendedero ya está seca, decide quitarla y extenderla sobre los sillones, ya no hay tiempo para guardarla. Un saco de Esteban cae al suelo y un papel asoma del bolsillo interior de éste. Estaba arrugado y la tinta corrida por la acción del agua y los químicos, todavía conservando un tenue aroma a detergente. Al leer el contenido, comienza a entender la negativa de Esteban para tomar la decisión de formalizar ante la ley su unión como marido y mujer. 

 

Envuelve el resto del pastel en papel aluminio, se lo llevará; total, Esteban ni se percatará si hay comida o no. De hecho, decide en ese momento que se llevará la despensa. La necesitará en su nueva casa.

Una vez terminada su higiene personal, deja hecha la recámara y limpia la cocina, se pasa la correa del bolso por el hombro, hace lo mismo con su maletín de lona, lleva en la mano una bolsa plástica de supermercado dentro de la cual lleva el contenido de la despensa; toma la bolsa de plástico negra que dejó la noche anterior bajo la escalera, y sale a la calle. Antes de cerrar definitivamente la puerta, se cerciora con la vista de que no olvida nada. Cierra con suavidad y arroja la llave dentro del macetero de la entrada. Ya no la necesita, acaba de salir y no volverá a entrar.

La ve. Justo caminando delante de ella, a una distancia media, la suficiente para que no escuchara sus pasos ni sintiera su presencia. La joven llevaba el cochecito con su bebé dentro. ¿El hijo de Esteban Ávalos? Hum, lo más seguro. Meneando el trasero, haciendo gala de su juventud y sintiéndose dueña del mundo. La invade ¿la envidia? ¿Impotencia? Desconoce que sentimiento irradia su corazón hacia esa chiquilla que con su juventud, inocencia, o trucos, quien sabe, le quitó lo que por derecho le corresponde.

 

Entre mis recuerdos

-…no seas el remedo de un playboy pasado de moda, - las palabras de Arantza están cargadas de angustia y desesperación- ¿no te das cuenta de que esta mujercita solo busca que le pagues sus facturas? 

Los ojos color avellana de la joven parecen lanzar destellos de fuego al mirar a Arantza. Luego de un silencio que se antojó interminable, la chica reacciona.

-Quien pague mis facturas ya lo tengo, -sonríe con aire triunfal.-  y dentro de poco tiempo lo tendré a mi lado. Eres tu quien debe preocuparse, no perdón, quiero decir ocuparse –levanta el dedo índice al recalcar esta última palabra- de mantener viva la llama de la pasión entre tu esposo y tú.        

Esteban intentaba decir algo, pero las palabras quedaron ahogadas por las voces mezcladas de su acompañante y de Arantza, a pesar de que el tono de ambas mujeres era tranquilo, la gente que transitaba por la calle se detenía a verlos, primero con curiosidad, luego expectantes por si había algún espectáculo que presenciar.        

La mujercita se retiró con tranquilidad, besando la mejilla de Esteban; quien al ver desaparecer a su conquista, enfiló rumbo a su casa, dejando a Arantza a merced de miradas curiosas y cuchicheos malintencionados. Arantza observa como Esteban se aleja, la furia y los celos contenidos hierven dentro de ella como lava volcánica. Aún hay personas en la calle observándola. Evita mirarlos a la cara, pues sabe que leerán en ella su vergüenza y su humillación.

En fin. Lo hecho no puede deshacerse. El dolor es intenso y abstracto, sabe que ha perdido la partida y lo más sensato es dejar el agua correr.  


Continuará... 

 

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