Mandamiento No. X: no te entrometerás en los asuntos de tus hermanos.





Bajo un sol que rostiza la piel y 38ºC de temperatura, Laura Alicia espera frente a la puerta de casa de su amiga Diódora, indecisa. Sabe que necesita tocar el timbre y rescatar a Pablito, el pequeño perro raza chihuahua de su hermana Irlanda.
-Hace menos de cuatro horas que se lo acabo de entregar, y ahora ¿cómo le voy a decir queme lo regrese?  
Lleva su mano al timbre, pero al instante la retira. Escucha una vocecita infantil hablar con cariño y unos ladridos. Se siente miserable. Cruza la calle para esconderse tras un árbol. Un automóvil a gran velocidad por poco y la arrolla.  De su bolso extrae una botella de agua helada y da un trago largo. Pablito merece un mejor trato, eso no se duda. El abandono que sufre la mascota por parte de Irlanda orilló a Laura Alicia a tomar la decisión de, en secreto, buscarle una familia que realmente se comprometa a cuidarlo y darle la atención y el amor que requiere. Pero no contó con que deberá justificar la ausencia del animalito. Todo su bien realizado plan se viene abajo cuando Felipe, el hermano menor de Laura Alicia, llega a casa y pregunta por Pablito.
-Pablito, Pablito, ven con tío Lipe, -hace sonar el celofán del envoltorio que compró especialmente para él- mira lo que te traje.
El silencio es el único que sale a su encuentro. Le parece extraño que la mascota no aparezca. Va hacia la cocina, Laura Alicia está despreocupada, zampándose una rebanada tamaño jumbo de pastel de fresas con chocolate.
-Oye Lau, ¿dónde está Pablito?
La mujer se atraganta al escuchar la pregunta. Se preparó todo el tiempo para responder, pero llegado el momento no sabe que decir. Tiene que dar una respuesta.
-Ouch! ¿Que hago? –dícese para sus adentros- a Felipe no puedo mentirle. No a él.
Felipe toma asiento frente a ella. Con los dedos se lleva a  la boca un trozo diminuto de pastel.
-Creo que se salió…alguno de nosotros dejó la puerta abierta y ¡zas! Desapareció.
-¿Desapareció? ¿Se salió a la calle? ¿Estás segura?
Laura Alicia lo mira fijamente, con ojos muy abiertos.
-Bueno, segura, lo que se dice segura, segura…no. Eso es lo que yo imagino, dado que la puerta se quedó abierta…
Felipe se levanta y comienza a caminar de un lado para otro. La mujer escucha su respiración agitada, como la de un toro a punto de embestir.
-¿Dónde estabas tú que no te diste cuenta?

La mirada que le obsequió Laura Alicia a Felipe está llena de sorpresa, indignación y coraje.
-Oye Felipe,  yo estoy ocupada con los quehaceres de la casa, aparte atiendo mi trabajo. No ando cuidando animales.
Lipe, como lo llaman sus hermanos, lanza un suspiro de hastío, ya se rasca la cabeza, ya se toca la barbilla. Todos sus gestos indican una profunda molestia. Laura Alicia comienza a sentir una punzada de culpabilidad que le atraviesa el corazón.
-¡Ay Dios! ¿Y ahora que hago? A Felipe no puedo mentirle. Ay…me provoca un no sé que… -se zampa otro trozo de pastel, se chupa con parsimonia el chocolate que embadurna sus dedos.
Busca en su cerebro una solución, en ese momento la voz chillona de Irlanda se deja escuchar por el altavoz del teléfono.
-Encuéntrenlo Felipe. Yo fui la última en salir por la mañana y te aseguró que dejé la puerta bien cerrada. Alguien, -hizo énfasis en la palabra- le permitió salir deliberadamente…
Los labios de Laura Alicia se torcieron en un gesto de desprecio. Sabe que Irlanda se refiere a ella cuando dijo “alguien”.
-Tranquilízate, Irlanda. Voy a salir a la calle a preguntar, quizá alguno de los vecinos lo haya visto.
Cuelga. Ya en la puerta principal Laura Alicia lo detiene.
-Felipe, Felipe, espera.
-¿Qué? –contesta con brusquedad.
-Pablo. Yo sé donde está.
-¿Y por qué hasta ahora lo mencionas? Te lo pregunté desde que llegué, y de eso hace ya un buen rato. Pero bueno, ¿dónde está?
-Se lo entregué a mi amiga Diódora. –Felipe la mira con interrogación- su hijo quería una mascota y se me ocurrió regalarle a Pablo. Aquí nadie lo cuidamos, su dueña no lo atiende…
-¿Con que derecho regalas lo que no es tuyo?
-Con el derecho que me otorga el dedicarle mi tiempo, mi esfuerzo. Es el perro de Irlanda, ella lo trajo, pero si no se atiende ni ella mucho menos atiende al animalito. Fíjate como está la pared manchada de orines. El patio está lleno de heces secas y con el sol o la humedad huele horrible. Los muebles todos rotos o mordidos. No manches… Lo trajo no para ella, sino para que los demás nos mantengamos ocupados. Siete personas vivimos en esta casa, y solo yo me hago cargo de él. Y ya estor cansada Felipe, Pablo está mejor atendido en casa de Diódora.
Lipe observa a su hermana unos instantes. Su semblante refleja serenidad.
-Ve por Pablo,  -Es lo menos que Laura Alicia espera escuchar- ve antes de que Irlanda llegue y le de un ataque de histeria.
-Felipe, solo tú y yo sabemos lo que pasó. Deja que Irlanda haga su berrinche. Ya se le pasará.
-No es correcto lo que hiciste Laura Alicia. Y ahora debes remediarlo.
-¡Ah! –la joven cruza los brazos- ¿Quieres hacer lo correcto? Muy bien. Entonces empieza a redactar una lista de los deberes para con el perro y obliga a Irlanda a cumplirla.
-Despreocúpate, Laura Alicia. Hablaré con ella seriamente y tendrá que acatar las reglas. –abre la puerta y con la mano señala la salida- Y ahora lánzate por el perro.
Un último trago de agua. Por fin se decide. Cruza la calle. Se planta frente a la puerta y toca el timbre. Diódora abre y la invita a pasar. Ya adentro, Laura Alicia habla y habla como una tarabilla. Diódora y su hijo entregan a Pablito.

No se tuvo queja de Irlanda durante los primeros días del feliz “reencuentro” de Pablito. La muchacha jugaba con la mascota, le daba de comer, limpiaba su suciedad y lo sacaba a pasear.
-“Llamarada de petate”, -es el pensamiento que Laura Alicia tiene tatuado en su cerebro- solo tres días aguantó ser la dueña de Pablito.
Contempla a la pequeña víctima del abandono echado en un rincón, con la miradita triste, como quien recuerda sucesos felices que vivió tiempo atrás y comprendiendo que no volverán. La tristeza parece contagiar a Laura Alicia. De repente sus ojos se humedecen.
-¡Ay Pablito! Tuviste tres días de felicidad y ahora…ni la sombra te queda. En cambio para mí el trabajo no tiene fin. Las cosas en esta casa no van a cambiar. Irlanda no conoce reglas y Felipe no tiene los suficientes cojones para imponer su autoridad. Tengo. Debo. Voy a tomar decisiones. Y muy importantes.

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