Fantasmas
La
puppy Nina está muy seria, me mira con sus tiernos y oscuros ojitos, casi creo,
llenos de lágrimas. Me siento miserable por haberla regañado.
Ese
regaño ocasionó que el resto de los puppies de esta casa, que son varios,
yazcan en total quietud. Hambre no tienen, ya que acabo de servirles de comer,
quieren jugar, y me buscan, pero yo estoy muy entretenida viendo por televisión
un documental acerca de fantasmas y cosas sobrenaturales.
Fantasmas!
Como si no fueran suficientes con los que tengo que lidiar a diario en casa,
cada noche que se presentan para interrumpir mi precioso sueño. Durante un buen
de tiempo, deposité mi fe en limpias y amuletos para protección contra envidias
y contra cualquier otra mala vibración que flotara en el ambiente y que pudiera
invadir mi campo magnético y contaminarlo.
Consulté
con dos o tres personas que se dedican a leer las cartas y a alejar a los malos
espíritus. Todos coincidieron en que los fantasmas y las apariciones que hay en
casa, se deben a un “trabajo” muy fuerte que nos hicieron unos familiares por
parte de mi papá, esto ocurrió cuando se resolvía la situación jurídica de la
casa donde vivíamos.
Aunque
ninguno de los maestros espiritistas quiso decirnos quien fue el autor, o el
tipo de “trabajito” que nos endosaron, tengo yo una vaga idea de quien pudo
hacerlo. Gracias a él, la casa siempre estuvo llena de apariciones, sombras
oscuras, voces horrendas y otros fenómenos que se encargaban de asustarnos
hasta el grado de no permitirnos dormir.
Durante
los años de infancia, tanto mis hermanos como yo, “conocimos” al demonio en
distintas de sus facetas: la más común era una silueta oscura, en forma de
hombre, no tenía rostro, le gustaba sentarse en un sillón frente a nuestra
cama, observándonos. Me daba la impresión de que traía sobre sus hombros una
larga capa, un sombrero de copa alta adornaba su cabeza y sus manos sujetaban
un delgado bastón. Se sentaba cruzando una pierna sobre la otra. Sabíamos que
estaba ahí porque una vocecita nos decía que nos cubriéramos hasta la cabeza y
permaneciéramos de espaldas a la ventana, pero algunas veces la curiosidad era
más fuerte y aún bajo las sábanas nos las ingeniábamos para verlo.
Cierta
noche, nos despertamos al escuchar el cacaraqueo de una gallina. Corrimos a
despertar a mamá y ésta encendió la luz. Nos sorprendimos y asustamos al ver
algo parecido a un pájaro dentro de nuestra habitación. En casa no teníamos mascotas
de ninguna especie, así que era imposible que ese pájaro estuviera ahí. Nuestra
sorpresa fue mayúscula cuando al perseguirlo para atraparlo, el ave se estrelló
contra el vidrio de la ventana y desapareció. La ventana tenía el cerrojo
puesto y el vidrio no estaba roto.
¿Dónde
estaba el ave? Ni rastro de él.
Existen
otras anécdotas parecidas. Un viernes santo vi al diablo, así como es
presentado en los cuentos de terror: con cuernos, cola, alas y sosteniendo un
trinche en la mano, en una silueta anaranjada, brillante, sentado en la
cabecera de mi cama. Otras veces, sobre la pared de la recámara, aparecían
dibujos que cobraban movimiento, tal como si estuvieran vivos, en pleno
mediodía. Casi a diario, las sillas del comedor se movían mientras desayunábamos.
Escuchamos también una dulce voz canturrear en ciertos rincones de la casa.
Otras
veces nos despertábamos al sentir temblar nuestra cama.
Pero
lo más espantoso que me pasó, fue sentir
a una entidad ahorcarme. Sí, ahorcarme. Eran apenas las 5:00 am y mi hermana
iba de salida a su trabajo, apagó las luces y escuché que cerró la puerta al
salir. Yo continuaba durmiendo. Me acomodé sobre mi costado izquierdo y en ese
momento algo saltó y se instaló sobre mi cuello. Tuve la impresión de ver que
era un perro de tamaño mediano, sus patas traseras las tenía bajo mi mentón, y
al menor de mis movimientos, se enroscaba más a mi cuello para inmovilizarme.
No sentí miedo, pero sí me invadió la desesperación por sentirme atrapada.
Recuerdo que por esos días, un par de señoras que estudian la Biblia y
predican, llegaron a visitar la casa y me enseñaron a orar. Vinieron a mi mente
en esos momentos y comencé mi oración. La entidad, sea un perro, gato u otra
cosa, estaba enfadado, me apretaba más y más fuerte, yo no cedí en mi oración,
mencioné a Jesucristo y la entidad se esfumó. Me desperté y estuve sentada a
oscuras unos minutos, orando. Luego volví a la cama y dormí tranquilamente. No
volvió a molestar en ese rato.
Pero
días después la entidad regresó, esta vez era la silueta negra de un hombre, se
montó sobre mi cuerpo inmovilizándome, yo persistía en mi oración hasta
conseguir que la silueta se desvaneciera. Y por las noches no podía dormir,
apenas conciliaba el sueño y sentía sombras oscuras merodear por el cuarto;
tenía que dejar la luz encendida y aún así las sombras se sentían amenazantes.
Hace
años que ya no vivo en esa casa, pero las entidades me siguen a donde voy,
aprendí la manera de echarlas de mi espacio, pero tengo que aceptar que son
parte de mí y me seguirán a donde yo vaya. Esto debo agradecerlo a personas
avariciosas y sin escrúpulos que se valieron de brujería y cosas satánicas para
hacernos daño.
Más
sin embargo, Dios no me ha desamparado. A pesar de que ya no practico “limpias”
en casa, ni cargo amuletos conmigo, los fantasmas, entidades o como se llamen,
ya no trastornan mi vida.


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