Mala vibra...uy!



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Lanzó entre dientes esta maldición. Estaba en un ciber café rodeada de personas, por lo que no podía permitirse el lujo de que la escucharan decir semejante palabrota, no a ella, que siempre cuidaba de la buena imagen que proyectaba hacia los demás. Ni tampoco podía descargar su ira a golpes contra la inocente computadora que no tenía nada que ver con su estado anímico agresivo.
Esmeralda se encontraba dentro de un momentáneo bloqueo. Odiaba tener una lista de pendientes esperando a ser realizados y no poderlos levar a cabo solo porque una tontería se instaló en su mente. Esa llamada de su hermana Griselda la desconectó de los planes que tenía por realizar aquella calurosa mañana de principios de octubre. Repaso su agenda, como si con ello buscara que la carga de trabajo se viera disminuida:
“Ciber: Revisar y limpiar correo. Contestar a David. Actualizar mi página personal.
Oficina: Confirmar que ya se admitió el expediente de la tía Rosario. Preparar la contestación a la demanda de Arturo. Llevar a firmar el escrito de vista a la señora Dolores…”
La interrumpió el sonido de su móvil.
-Bueno?
-Esme, ¿eres tu? –preguntó la voz al otro lado de la línea.
-Sí soy yo, ¿Quién habla?
-Griselda.
-¿Cuál Griselda? ¿De donde?
-Yo, tu hermana.
-Ah, ¿qué pasó? ¿Y ese milagro que te acuerdas de llamar?.
Por experiencia sabía que aquella llamada no era gratuita, seguro iba acompañada de alguna necesidad.
-Oye, ¿dónde estás?
-Voy en camino hacia el centro de la ciudad, tengo una cita ahorita a las 11:00 a.m. -consultó su reloj, tenía el tiempo justo para llegar a una dirección que no conocía- ¿Por qué?
-Lo que pasa es que ayer me robaron el bolso y no tengo manera de entrar a la casa, estoy en el depa de Alex, para que me traigas la copia de la llave aquí.
-Esa llave no la traigo conmigo, -fue la respuesta tranquila de Esmeralda y era cierto, la llave que requería Griselda pertenecía a la casa de los padres de ambas hermanas, y ya solo Griselda vivía allí, había regresado unos pocos meses atrás, cuando después de vivir cuatro años pagando rentas, mudándose continuamente porque le aumentaban el precio de la mensualidad y compartiendo casa con amigas que al final se marchaban dejándola embarcada a pagar recibos altísimos de teléfono, internet y televisión de paga, se dio cuenta de que su salario era insuficiente para cubrir servicios que ella no solicitó y nunca llego a utilizar; por lo que decidió regresar a la casa paterna. Esmeralda escuchó que Griselda farfulló algo que pareció ser una maldición.
-La tengo en casa, te la puedo llevar pero hasta mañana, ahora no sé hasta que hora voy a desocuparme…
-Mañana no, la necesito ahorita, -Griselda comenzó a alzar la voz como siempre lo hacía cuando no lograba sus propósitos- debo asearme para acudir a trabajar, ¿no puedes regresarte a tu casa por ella?
Era el colmo del descaro, pensó Esmeralda, Griselda y ella vivían en los extremos opuestos de la ciudad, y regresar implicaba hacer de lado sus compromisos para ese día y un gasto extra de dinero en el transporte, cosas que Esmeralda no estaba dispuesta a afrontar solo porque una mujercita tonta de 37 años no lograba ver más allá de sus narices y ser previsora. Además recordó todas las veces que Griselda se negó a ayudarla, nunca podía contar con ella ni para confiarle que fuera a pagar el recibo de luz. Simplemente Griselda estaba al margen de las actividades y gastos de la casa.
-Entonces llama a Rigo, él fue quien instaló las cerraduras.
-No! –siguió gritando exasperada la Gris- No tengo su número, soy malísima para memorizar los teléfonos.
-Pero en alguna agenda debes tener su número escrito.
-No llevo agenda ni directorio, todo lo anoto en el celular…
Esmeralda lanzó un profundo suspiro, una callada recriminación contra la inteligencia de su hermana.
-Pues entonces ahorita no puedo ayudarte. Sorry!
Con la voz quebrada por el llanto, escuchó decir a Griselda:
-Esperaba que me echaras la mano, pero ok, gracias por tu ayuda.
Dicho esto último cortó la comunicación.

“Solo para esto me llama esta zoquete, para distraerme de mis asuntos y ponerme de mal humor, como si no tuviera yo mis problemas que resolver. Cuando decidió irse a vivir sola ni se acordó que tenía hermanas, solo cuando se le atora la carreta ahí si, entramos nosotras en acción. Pero esta vez le quedo mal. Y ya basta. No seguiré mortificándome por un problema que no es mío, ya tiene suficiente edad y los medios necesarios para resolver sus problemas.”
Volvió la atención a su computadora. Sonrió al ver las imágenes desplegadas en la pantalla.
Abrió una página de literatura y comenzó a escribir.
Aún le quedaban cuarenta minutos de tiempo.

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