Mira mas alla de tus narices

El domingo por fin terminó.
Después de casi medio año de estar encontrando pretextos para postergar la atemorizante visita de Rigoleto y su esposa Chelo y mounstrilio, digo, Adolfo, su pequeño hijo quien es más chifladito que una niña pidiendo que le compren algodón rosa en el parque de diversiones; no quedó más remedio que invitarlos a comer esta tarde.
Que aburrimiento!
Rigoleto carece de tema de conversación, a excepto, claro, que se trate de música. Puede pasarse el día entero hablando de las canciones y los cantantes de antaño sin cansarse, pero quien e cansa y se fastidia soy yo.
Y que decir de la sarta de tonterías que deja escapar el cerebro en conjunto con la lengua de Chelo, a veces siento que voy a estallar y que en cualquier momento voy a decirle lo mediocre que son; me cansa escuchar sus tontos consejos para arreglar mi vida, “lo que debes hacer es buscarte una pareja, ya no seas tan exigente, confórmate con que gane bien”, a lo que mentalmente respondo “ah, si, y lo mantengo de paso, tonta, primero arregla tu vida y luego aconsejas como arreglar la de los demás”.
Ese es el motivo por el que Chelo no está conforme, no tiene nada de lo que desea, sus deseos no van de la mano con sus acciones, sino todo lo contrario. Ilusa! Se vino de su rancho, dejó de criar vacas y sembrar elotes, a residir a la ciudad, no me equivoco al pensar que con la muy firme esperanza de ligarse a un incauto que le quitara el hambre; quizá imaginó que Rigoleto tenía dinero, con eso de que el muchacho presumía las cantidades que le pagaban por su oficio de cerrajero, y que el tipo sería la solución mágica a sus problemas. Pero oh, sorpresa! Rigoleto es igual de pobre que ella. No. Corrijo: él es menos pobre que ella. Viven riñendo, Rigoleto se molesta porque se excede pagando con la tarjeta de crédito, Chelo anhela un carro del año pero lo único que pudieron pagar fue un destartalado Volkswagen que parece de mediados del siglo XX, un dato más exacto de finales de la década de los 80’s. Por dentro los asientos, que solo quedan ya los alambres forrados con un desgastado tapiz, están sucios, llenos de tierra, de grasa, la puerta del copiloto no abre por dentro, el conductor o alguien más debe abrirla desde afuera.
Y en cuanto a Chelo, renuncia a su empleo y luego se reincorpora al mismo “porque ya conozco el trabajo y a los jefes, además me dan la oportunidad de acudir solo por las mañanas”. Mediocridad andando. Pregona mucho que la contabilidad le fascina y no dudo que le fascine tanto desde el momento que ha iniciado su carrera como contador público tres veces, en universidades diferentes y del tercer semestre no pasa.
-Mira Chelo, siempre me he distinguido por mirar más allá de las cosas, y más ahora como abogada que soy analizo con más detenimiento cualquier situación. Por mi profesión yo tendré que acudir algunas veces acompañada a ciertos eventos, con gente de mi nivel intelectual y profesional, llevo a mi pareja, la que escogí para darle gusto a la gente y que trabaja como tornerito y gana “bien”, primera pregunta: ¿cómo se va a vestir, cual será su presentación? Segunda pregunta: ¿cómo interactuará con gente de un nivel intelectual muy diferente al suyo? Dudo que a él le importe ocuparse de estas cuestiones, después de todo quien va a quedar en ridículo soy yo, y yo no estoy dispuesta a que la imagen que me costo tiempo y esfuerzo construir se vaya al piso en un segundo. Por eso analizo con lupa con quien firmo. No tengo necesidad de acarrearme problemas gratis.
Noté el asombro dibujado en el rostro de Chelo, no esperaba que yo le saliera con semejante discurso.
-No adquieres solo “un buen sueldo” –proseguí sin darle oportunidad de hablar- estás comprando el paquete completo: intelecto, habilidades, presentación, -hice mucho énfasis en esta última palabra- y el proyecto de vida que tiene para salir adelante en el sentido profesional, económico y personal.
A esta capacidad de análisis es lo que yo llamo observar más allá de las narices.
Digo, si quiero evitarme problemas futuros.
Después de casi medio año de estar encontrando pretextos para postergar la atemorizante visita de Rigoleto y su esposa Chelo y mounstrilio, digo, Adolfo, su pequeño hijo quien es más chifladito que una niña pidiendo que le compren algodón rosa en el parque de diversiones; no quedó más remedio que invitarlos a comer esta tarde.
Que aburrimiento!
Rigoleto carece de tema de conversación, a excepto, claro, que se trate de música. Puede pasarse el día entero hablando de las canciones y los cantantes de antaño sin cansarse, pero quien e cansa y se fastidia soy yo.
Y que decir de la sarta de tonterías que deja escapar el cerebro en conjunto con la lengua de Chelo, a veces siento que voy a estallar y que en cualquier momento voy a decirle lo mediocre que son; me cansa escuchar sus tontos consejos para arreglar mi vida, “lo que debes hacer es buscarte una pareja, ya no seas tan exigente, confórmate con que gane bien”, a lo que mentalmente respondo “ah, si, y lo mantengo de paso, tonta, primero arregla tu vida y luego aconsejas como arreglar la de los demás”.
Ese es el motivo por el que Chelo no está conforme, no tiene nada de lo que desea, sus deseos no van de la mano con sus acciones, sino todo lo contrario. Ilusa! Se vino de su rancho, dejó de criar vacas y sembrar elotes, a residir a la ciudad, no me equivoco al pensar que con la muy firme esperanza de ligarse a un incauto que le quitara el hambre; quizá imaginó que Rigoleto tenía dinero, con eso de que el muchacho presumía las cantidades que le pagaban por su oficio de cerrajero, y que el tipo sería la solución mágica a sus problemas. Pero oh, sorpresa! Rigoleto es igual de pobre que ella. No. Corrijo: él es menos pobre que ella. Viven riñendo, Rigoleto se molesta porque se excede pagando con la tarjeta de crédito, Chelo anhela un carro del año pero lo único que pudieron pagar fue un destartalado Volkswagen que parece de mediados del siglo XX, un dato más exacto de finales de la década de los 80’s. Por dentro los asientos, que solo quedan ya los alambres forrados con un desgastado tapiz, están sucios, llenos de tierra, de grasa, la puerta del copiloto no abre por dentro, el conductor o alguien más debe abrirla desde afuera.
Y en cuanto a Chelo, renuncia a su empleo y luego se reincorpora al mismo “porque ya conozco el trabajo y a los jefes, además me dan la oportunidad de acudir solo por las mañanas”. Mediocridad andando. Pregona mucho que la contabilidad le fascina y no dudo que le fascine tanto desde el momento que ha iniciado su carrera como contador público tres veces, en universidades diferentes y del tercer semestre no pasa.
-Mira Chelo, siempre me he distinguido por mirar más allá de las cosas, y más ahora como abogada que soy analizo con más detenimiento cualquier situación. Por mi profesión yo tendré que acudir algunas veces acompañada a ciertos eventos, con gente de mi nivel intelectual y profesional, llevo a mi pareja, la que escogí para darle gusto a la gente y que trabaja como tornerito y gana “bien”, primera pregunta: ¿cómo se va a vestir, cual será su presentación? Segunda pregunta: ¿cómo interactuará con gente de un nivel intelectual muy diferente al suyo? Dudo que a él le importe ocuparse de estas cuestiones, después de todo quien va a quedar en ridículo soy yo, y yo no estoy dispuesta a que la imagen que me costo tiempo y esfuerzo construir se vaya al piso en un segundo. Por eso analizo con lupa con quien firmo. No tengo necesidad de acarrearme problemas gratis.
Noté el asombro dibujado en el rostro de Chelo, no esperaba que yo le saliera con semejante discurso.
-No adquieres solo “un buen sueldo” –proseguí sin darle oportunidad de hablar- estás comprando el paquete completo: intelecto, habilidades, presentación, -hice mucho énfasis en esta última palabra- y el proyecto de vida que tiene para salir adelante en el sentido profesional, económico y personal.
A esta capacidad de análisis es lo que yo llamo observar más allá de las narices.
Digo, si quiero evitarme problemas futuros.
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