Que timidez!

Es la segunda vez que aborda el mismo camión que yo. Bien peinado, de vestir y con agenda ejecutiva en mano. Se parece, no mejor dicho, creo que es Clemente Uribe, el contador de aquella línea de autotransportes donde trabajé.
Quiero salir de dudas, pero a la vez me contengo. ¿Cómo le pregunto ¿De casualidad se llama usted Clemente Uribe?? No. Es una pregunta muy directa. Se puede molestar. Se escucha mejor “Disculpe señor, pero usted me recuerda a un ex compañero de trabajo de la empresa tal…” No. Tampoco me gusta, es demasiado ceremonioso. Que tal esto “Hola señor! Usted se parece mucho a fulano de tal…”.
No. Lo mejor será no preguntar. ¿Qué tal si se molesta? La gente se dará cuenta, con eso de que nada más van parando oreja… Al carajo con la gente! Después de todo Clemente es una persona accesible y la llevé bien con él. Total. Si me equivoco no pasa nada.
Opps! Se terminó el viaje y yo no me animó a preguntar. Lo veo alejarse… perdí la oportunidad de reencontrar a un viejo amigo.
El hombre se alejó con paso tranquilo, mientras esperaba que el semáforo cambiara de luz volteó discretamente y miró a la mujer.
-Tengo la impresión de que esa señora intentaba decirme algo, quizá se trate de alguna conocida, pero ya no me arriesgo a acercarme a las damas porque puede interpretarse de varias maneras: que me dejen con la palabra en la boca, que me escupan todos los denuestos existentes y por existir en su nutrido vocabulario, o que piensen que es el pretexto para iniciar una relación.
Lástima que no se atrevió a preguntar. Me gusta reencontrarme con antiguas amistades…
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