¿Error u horror?


 







Capítulo 2
Amiga tristeza

Cierta noche de verano, 2023

-Todo se trató de una confusión. -se mantuvo en silencio a propósito, dando tiempo para que la curiosidad de Janet saliera a la luz y comenzara a hacer una pregunta tras otra. Al ver que no era así, prosiguió.- Un centro médico hizo llegar al despacho el resultado de unos análisis clínicos. Por error de alguien terminó en mi escritorio. No pude contener la curiosidad, lo abrí y leí el contenido. Las iniciales impresas en el papel coincidían con las tuyas. La ira y la decepción por lo que yo consideré tus mentiras me llevaron a alejarme de ti y poner mis ojos en una mujercita que no vale el esfuerzo. Y aquí estoy ahora, haciendo el papel de bufón de sociedad, provocando la risa de la gente a causa del comportamiento de mi esposa. 
La confesión tomó a Janet por sorpresa, la verdad, desde la tarde que salió de la oficina de Enrique, se puso como objetivo desterrarlo de su vida. Y lo consiguió. 
-¿Y qué si yo estaba enferma? -la misma Janet se sorprendió al notar resentimiento en sus palabras, no debía dolerle, ya no. Pero ahí estaba, una ira tan profunda, que la hizo arder en deseos de hacerle pagar por todo el viacrucis por el que atravesó sin motivo. Burlas. Humillaciones. Intrigas sobre su trabajo.  Una circunstancia en la que bastaba solo hablar, pero no, Enrique optó por encerrarse en sí mismo, la juzgó mentirosa y perdieron ambos la oportunidad de compartir una vida en común. Su corazón latía con frenesí, golpeando tan fuerte su interior, que llegó a pensar que en cualquier momento escucharía como se le iban rompiendo las costillas; sus labios eran presa de un fino temblor. La verdad se mostró ante ella: afilada, brutal. Comprendió entonces la calidad humana de la persona que durante algún tiempo consideró como parte de su vida.- A ver, tú no quieres tener a una persona enferma a tu lado, ¿es eso lo que me estás diciendo? 
 
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Un año atrás…
 
Mantuvo la esperanza siempre de que las cosas entre Enrique y ella volverían a ser lo que fueron en el comienzo de su relación. Un día de pronto la recepcionista no llegó, ni pronunció aviso de renuncia ni situaciones que justificaran su ausencia. En su interior agradeció a la vida por quitar de su camino semejante alimaña. Con paciencia esperó día tras día que Enrique cambiara su actitud para con ella, que le mostrara el motivo de su repentino rechazo, rompiendo así el lazo de amor que se forjó entre los dos y que con toda seguridad habría dado vuelta alrededor de ellos, atándolos para siempre. O al menos, es lo que Janet deseaba desde que conoció a Enrique. En el momento menos esperado y sin decir agua va, todo su presente se fue al traste. Fueron siete meses de indiferencia, rechazo, de agónica espera a que su amado volviera a ser quien fue. Jueves. Casi fin de semana. Enrique se reincorpora al trabajo luego de varias semanas de período vacacional. Decide que es momento para reiniciar lo que sea que haya quedado inconcluso entre ellos.
-Hola, que bueno que ya estás de regreso. ¿Qué tal tus vacaciones? –Permanece de pie frente a él, al ver su semblante tranquilo, aprovecha para tomar asiento.
-Muy bien, ya con energía más que suficiente para seguir adelante. ¿Y tú cómo estás?
¡¡¡Yes!!! Un punto a su favor.
-Físicamente bien, y con mucho trabajo que hacer. De hecho, voy de salida, a entregar documentos en tribunales… 
Le sostiene la mirada, Janet se siente algo incómoda, la forma como se distanciaron no fue precisamente civilizada. Hace de lado su incomodidad, es ahora o nunca.
-¿Qué te parece si celebramos tu regreso? Te invito a comer en el restaurante que tanto te gusta, -apenas si puede contener su alegría.- Nos encontramos allá, o podemos irnos juntos…
-No. –es la respuesta tajante de Enrique. Una sonrisa cargada de malicia surca sus finos labios.- Acostumbro comer en casa, con mi esposa.
Un puñetazo inesperado en el estómago. Janet aprieta los puños al grado de sentir las uñas enterrarse en la palma de la mano. Momentos antes su corazón rebosaba de felicidad y el resplandor del amor se hizo presente de nuevo en su vida. Ahora se transforma en un veneno emocional que desestabiliza su mundo. Debe reconocer que su espera ha sido en vano.
-¿En serio? Nunca comentaste que estuvieras comprometido con alguien... -trata de sonar lo más natural posible.- Fue una relación... ¿cómo llamarla…? -busca la palabra.-  ¿Exprés?  
-Mhhh, podría decirse que sí, salimos algunos meses, me acostumbré tanto a ella, que no quise perder más tiempo y le propuse que uniéramos nuestras vidas. Otra vez esa sonrisa maliciosa, como un psicópata disfrutando de infringir daño a su víctima. Cada palabra era un cuchillo afilado que rasgaba el corazón de Janet. El silencio flotó incómodo en la habitación. Al final ella fue quien se atrevió a romperlo. 
-¿Le entregaste a ella el anillo que escogiste para mí? La inesperada pregunta lo dejó sin palabras. La sonrisa se fue diluyendo de su boca dejando en su lugar una mueca de molestia.  
-Creo que no te encuentras en total capacidad de tus facultades mentales, Janet. -Se lleva el dedo índice a la sien, golpea con suavidad.- Hay algo que no está bien contigo. Janet se dirige al dispensador de agua y llena un vaso, lo toma de un trago. Siente la boca seca y con un sabor amargo que le provoca náusea. Regresa para encarar a Enrique. Terminar lo que ha comenzado. Lo mira fijamente, ahora su rostro no muestra emoción alguna.
-Sé que días antes del incidente con la engrapadora fuiste a escoger un anillo, para mostrar que nuestra relación avanzaba al siguiente nivel, el sello de un compromiso. Y que pensaste entregármelo el fin de semana largo que ya estaba por llegar, -su boca dibuja una mueca, intento de sonrisa.- Y ese fin de semana largo pasó sin pena ni gloria, porque de la nada me apartaste de tu vida. -las palabras brotan de su boca con naturalidad, no hay enojo ni reproche en ellas.- Me devané los sesos intentando saber qué fue lo que pasó. Y ahora es el momento para que te sinceres. Me lo debes. -Enrique la mira, incapaz de romper el silencio. Apoya los codos en el escritorio y sostiene la cabeza entre las manos, ocultando el rostro. -Recuerdo que buscabas siempre la oportunidad para hacerme quedar mal ante los compañeros, mentías descaradamente. Intentaste por todos los medios que yo desapareciera de tu mundo, pero no lo lograste. Continuamos trabajando para la misma empresa, por lo que la sinceridad es esencial para no afectar nuestro desempeño laboral. Vamos, te escucho. 
-No tengo nada que decir. Ni ahora ni nunca. Los lazos afectivos se rompieron, bye, bye, fly,fly -agita la mano haciendo gesto del adiós- a quien le importa la razón. Lo que pudo ser entre nosotros ha quedado atrás. Se nos ha ido como agua entre los dedos.  
-A mí me importa. –Alza la voz a la vez que como un resorte se levanta y acerca su rostro hacia Enrique, quien por instinto retrocede cuando Janet golpea con fuerza sobre el escritorio, produciendo un golpe seco que lo sorprende.- Me importa porque desconozco la acusación que pesa contra mí, desconozco por qué de un día al siguiente ya no formé parte de tu vida, y lo más importante: porque no se me otorgó la oportunidad de defenderme.
El hombre la mira en silencio, Janet está segura de que aquellos ojos que antes la miraban con ternura, están húmedos. Incapaz de seguir sosteniéndole la mirada, baja la vista, respondiendo casi en un susurro. -Te comparé ¿sabes? tenemos casi la misma edad, por lo que recapacité y decidí buscar a alguien más joven que tú. Que nosotros. Buena imagen, tanto físicamente como en la intimidad. 
De cierto que ella esperaba esa actitud. Su intuición se lo dijo cada vez que sorprendió a Enrique mirando disimuladamente a otras jóvenes. Pero su loca esperanza le susurró que él se quedaría a su lado. ¡Error! 
Con una voz que no reconoce como suya, da por terminada la conversación. 
-Las cosas no pueden cambiarse, estoy de acuerdo, pero al menos puedo cerrar el ciclo que lleva tu nombre, y comenzar otra página en blanco.
Respiró profundo antes de salir, esta vez para siempre, de la presencia de Enrique.
-Que recibas lo que das, te lo has ganado.
Con tranquilidad sale de aquel sitio que desde hace tiempo ya no es su sitio. 
 
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Tiempo después de la despedida…
Perlas y diamantes falsos
 
Se supone que…una novia debe estar radiante de felicidad por su próxima boda. Transpira alegría por cada poro de su piel…pero para Janet las cosas no son como las supone el mundo. Ya no está en la edad del embeleso por tener con ella el amor de su vida. El amor de su vida. Ja. Desconoce si las personas a su alrededor realmente han experimentado o conocido la verdad detrás de esa frase. Janet creyó conocerlo y le dejó un sabor amargo. Circunstancia gracias a la cual se anduvo con cuidado para no caer en el mismo pozo.
 
Saca del armario la caja que tiempo atrás guardó para una ocasión especial, sueños dibujados en otro momento, con otra persona, con otros intereses por realizar. Una caja blanca, con lazo de un tenue color rosado. La pone sobre la cama con cuidado. Los latidos de su corazón son normales, no siente la humedad aparecer en las palmas de sus manos. Agradece a la vida no estar enfadada por las cosas que quiso y no se le dieron. Inspira profundo. Pasea la mirada sobre la caja, como sopesando si abrirla o dejarla como está. Comienza por cortar el lazo que la mantiene cerrada, pues requiere utilizar lo que está celosamente guardado ahí. Quita la tapa, remueve con cuidado el papel que hace de cubierta. Un vestido en color púrpura se deja ver. Lo toma y lo extiende frente a su vista, espera que tiempo después de haberlo comprado aún le quede. Lo deja a un lado en la cama. Debajo del papel cubierta hay otra cajita de cartón, cuadrada y delgada, la abre, al centro formando un círculo, una exquisita pulsera de cristal atrae su mirada con su brillo bajo la luz artificial. El círculo contiene dentro un par de aretes de perla imitación. Sonríe. Ha llegado el momento para usar las prendas que compró para la ocasión especial que nunca llegó con la persona que ella eligió. Ahora hay otra persona en su vida, y no, ella no eligió. Fue la elegida.  

Continuará...


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