¿Error u horror?
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Una mañana días después, al llegar a la oficina, notó algo diferente en
la mirada de la joven recepcionista. No le prestó atención, supuso que Lía
pasaba por un momento desagradable de su día.
-Buen día. ¿Cómo estás?
Unos momentos de silencio antes de que Lía responda.
-Era un buen día, -remarca la primera palabra.- solo hasta que cruzaste
la puerta.
Janet no espera esa respuesta, pero se recompone a tiempo.
-Por supuesto, “era” –remarca la palabra de manera idéntica a como lo
hizo su compañera- verbo en tiempo pasado, ahora “es”, en el momento actual,
ex-ce-len-te. -deletrea cada sílaba, como un maestro dando ejemplo a los
alumnos- Que tengas bonito día.
Dicho esto, continúa de largo, no recogerá la pestilencia de la basura
de Lía, por muy joven y eficiente que sea.
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Enrique ha entrecerrado la puerta de su oficina, situación que a Janet
le parece extraña; de pronto escucha voces airadas, entiende ahora el
secretismo de su compañero.
Las voces suben de tono, con la intención de averiguar que pasa se
acerca manteniendo una distancia prudente.
-Dijiste que pronto ella se marcharía de aquí, han pasado tres meses y
no le veo ganas de tomar sus cosas e irse. -las palabras brotaron de la boca de
la mujer como dardos afilados, provocándole un desasosiego en el estómago.
-Lía, Lía…te consta que he hecho lo posible por hacerla quedar mal ante
el jefe, la menosprecio, no recibe ayuda en su trabajo como debiera…ya no
depende de mí…
La mujer exhala un pesado suspiro, como cansada.
-Pues…habla con Remigio, invéntate algo, no sé…-observa su manicura, aún
continúa en buen estado.- el caso es que la quiero lejos de ti, de nosotros.
Se lleva la mano a la boca para impedir cualquier exclamación de
sorpresa y evitar que se den cuenta de su presencia. Por un momento no sabe si
entrar y enfrentarlos o si fingir que no sabe nada. Opta por lo segundo. Se
retira a su lugar de trabajo. La ira va abriendo su camino dentro del corazón
de Janet, quien se considera traicionada por partida doble: Enrique mantiene
una relación sentimental a escondidas con la recepcionista, y de paso intrigan
contra ella para que pierda su trabajo. Nunca imaginó recibir un golpe bajo por
parte de Enrique. Decepción total.
Se deja caer en su silla. Aprieta los ojos para evitar llorar. Aroma,
necesita relajarse, distraer su mente con algo. Enciende el cirio aromático y
en unos segundos una dulce fragancia de manzana y canela inunda sus fosas
nasales y el ambiente. Música como complemento. Las notas de Balada para
Adelina fluyen por los altavoces del computador. A pesar de eso, la ira y la
nostalgia están renuentes a marcharse, a dejarla sola. Se levanta y abre la
ventana para permitir el paso de aire fresco. Se apoya sobre el marco de la
ventana. El segundo piso donde ella se encuentra es un área casi desierta, ubicada
en el lado oriente de la propiedad, antiguamente fue el cuarto utilizado para
guardar los archivos y trastos viejos en desuso. Ahora, observando con
detenimiento el panorama, entiende que ese cuarto no resultó atractivo como
oficina por su aislamiento: la calle a la que da el patio trasero forma una
privada, la acera contraria está delimitada por una malla ciclónica, aquí una
puerta de la misma malla proporciona acceso a lo que parece ser un bosque al
que se baja por algún tipo de escalinata. Deja que su vista se llene del
atractivo de esa imagen. Ella aprendió a sentirse bien en ese espacio. Una
calle tranquila, con poco ruido, cero distracciones, razón por la cual puede
concentrarse en el trabajo. Fija su mirada en una pareja que se mece en los
columpios. Alcanza a oír débilmente la risa y los grititos de la chica, al ser
mecida con fuerza, mientras el chico se ríe del miedo que demuestra su
compañera. Sonríe. Son los momentos que desea en su vida, que deseó para ella.
Para ella y Enrique.
Renacer. Reinventarse. Antes se hubo reído de esas palabras, le parecían
tan…cursis. Ahora parecen burlarse de ella porque las toma en cuenta para
seguir adelante con su vida.
-Hablamos de acudir a la pista de hielo para patinar. -conversa en voz
alta con el viento, una mueca aparece en sus labios, torciéndolos en una mueca
cruel.- Las cosquillas que me hizo en la panza cuando canté a capella la
estrofa de la canción de Camilo Sesto que dice “porque hasta en sueños te he
sido fiel”. Ya todo forma parte de un pasado. Hoy debo buscar otra oportunidad
para formar mi vida…
La temperatura comienza a descender, obligándola a volver al interior.
Se da la vuelta y un aire helado trepa por su columna vertebral al reparar en
una visita inesperada que la espera frente a su escritorio. Trae dibujado en su
rostro un gesto de notable desprecio hacia ella, su mirada es dura, fría.
-Y bien, ¿qué puedo hacer por ti Juliana? -no se sienta, permanece
frente a Lía en actitud defensiva, esperando respuesta. Por su parte, la joven
olisquea el aire, para luego hacer un comentario despectivo.
-¡Uff! Solo porque te veo sé que no me desvié hacia la cocina. Ese…olor
me recuerda los atoles de Maizena, ¿se llama así, no, Maizena?, bueno, como se
llame, que nos preparaba mamá en tiempo de frío, para el desayuno antes de
irnos a la escuela…
-¿Vienes a contarme tu historia familiar?
-No. -toma una silla que permanece olvidada al lado de la puerta y va a
sentarse frente a Janet, sonriendo de una manera extraña. Una punzada de
angustia golpea su estómago. Intuye que nada bueno tendrá esa conversación.-
Solo que…necesito conversar con alguien, y tú eres la única compañera mujer que
labora en este despacho.
-Te escucho. Pareces contenta.
-¿Contenta? Estoy feliz. -nota la exageración en la voz y movimientos de
la joven.- He ganado la partida. Como en el ajedrez. ¿Sí es ajedrez, no? ¿El de
los cuadritos blancos y negros, que las piezas las mueven de un lado a otro?
-Espera unos segundos y al ver que no tendrá respuesta, prosigue.- Bueno, como
se llame, el caso es que puede decirse que acabo de hacer un jaque-mate. Creo
que así le llaman, ¿no? O bueno, como le digan, el caso es que gané la partida.
Janet la contempla esbozando en sus labios una ligera sonrisita burlona.
Dentro de todos los sentimientos negativos que se perturban su tranquilidad,
una punzada de ironía alza la voz.
-“Enrique, Enrique…por esta imbécil que a pesar del nivel de preparación
académica que tiene apenas puede leer y escribir, ¿¿¿me has cambiado???”
-Felicidades Juliana, -nota una incomodidad de parte de su interlocutora
al ser llamada por su nombre completo.- Y bueno, ¿qué partida es la que
ganaste? Por lo que acabas de decirme, deduzco que no sabes jugar al ajedrez…
La joven mira a Janet unos instantes antes de contestar, quizá buscando
algún gesto o actitud de tristeza o despecho.
-Pues que me caso, así, con mayúsculas ¡ME CASO!
-“Sonríe, no dejes de sonreír. Que esta furcia no note tu dolor”. -la
punzada de ironía vuelve a hacerse presente.
-De nueva cuenta felicidades, Juliana. Casarse es algo serio, no se toma
como partidas de juego…
-Lo que pasa, deja que te explique, -habla con un tono condescendiente,
como dirigiéndose a una niña- Mi novio es un hombre muy apuesto, y en su
trabajo…pues…hay una…mujer -la forma en que menciona la palabra provoca un
escalofrío en Janet.- que lo acosa. Invitaciones a comer, cenar después del
trabajo, ir aquí y allá… tú sabes…
-No, no sé porque nunca he estado en situaciones parecidas, pero sigue,
te escucho. -se esfuerza por mantener su autocontrol.
-Imagínate, una mujer de cuarenta y algo, queriendo atrapar quizá la
última oportunidad de tener marido, es patético.
-Depende de la forma en que se mire.
-No puede esa mujer competir conmigo. -Se pone de pie y realiza varias
poses de modelo profesional, con la intención de que Janet pueda apreciar su
figura joven, de músculo firme.- Joven, bien vestida, con mis atributos físicos
firmes. No, esa mujer no es ni remotamente competencia para mí.
Janet recibe las palabras de Lía como una bofetada que le deja el rostro
ardiendo: vergüenza, humillación, burla. Aun así, sonríe y controla su tono de
voz.
-Para los hombres lo que importa son unas tetas para alimentar su ego y
un culo que les sirva de inodoro para realizar sus necesidades fisiológicas,
aunque el cerebro lo tengan deshidratado…o seco. Y tú cumples ambas
expectativas. Por lo que no hay nada que debas temer.
Los ojos de Lía se transformaron, parecían carbones encendidos, a punto
de salir fuego de ellos. Abre la boca queriendo decir algo, solo un sonido
ahogado escapa de su garganta. Se da la media vuelta, dejando una Janet
desconcertada, confusa y furiosa con la vida.
Continuará…
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