¿Error u horror?

 









Capítulo 1

Un año atrás

 

Aprende a querer la espina, o no aceptes rosas…

1

Atrapó su atención el logotipo grabado en el extremo superior izquierdo del blanco sobre que, gracias al error de alguien, se traspapeló entre los documentos que van dirigidos a él; es humano y por naturaleza, la curiosidad se impuso antes que el deber. Lo confidencial dejó de serlo. Sus ojos recorrían cada línea escrita, no le queda claro a que se refiere esa jerga de palabras desconocidas, pero las iniciales escritas arriba sí que las conoce, sabe a quién pertenecen. Circunstancia que provoca en él una oleada de sentimientos de diversa índole: decepción, enojo, tristeza… una sensación de calor-frío recorre su cuerpo. Desliza el sobre bajo unas carpetas, nadie más debe verlo. Además de que necesita tiempo para digerir lo que acaba de leer. No es devoto a ningún santo, pero en ese momento invoca a los pocos que conoce, los que de niño oyó mencionar entre su familia; pidiendo con fervor que todo sea una confusión. La información ahí contenida acaba de cambiar el curso de los acontecimientos.

-Un ciego no guía a otro ciego. -el tono interior de su voz va cargado de amargura. Su mente se ha quedado trabada, como les ocurre a las computadoras: se oye girar el disco pero la pantalla está inhibida. Afuera se escucha el ruido del tráfico, alguien toca la bocina con urgencia. Una sirena hace callar todos los bocinazos con su ulular lleno de autoridad. Saca de uno de los cajones una cajita aterciopelada, color burdeos, la abre con parsimonia, toma el delicado anillo entre sus dedos, observándolo como si fuera la primera vez que lo ve. Sus ojos se humedecen, lo invade de nuevo la emoción, aquella vocecita que con suavidad le ordenó buscar el diseño y dejar de lado otras actividades importantes que reclamaban su atención. Luego siguió la búsqueda del joyero, del maestro del metal que daría forma a un sentimiento abstracto. Remueve con torpeza el cojinete y extrae un papelito que hubo puesto ahí con anterioridad: lee una fecha. Devuelve el anillo a su empaque y lo mete de nuevo al cajón. Fija la mirada en la fecha. El peso de la inesperada revelación lo quiebra, y en silencio deja correr las lágrimas. Logra recomponerse, después de todo, ese no es momento ni lugar para desahogar el alma. Luego de unos segundos rompe el papelito y lo arroja a la cesta de basura. El papel le envía un mensaje subliminal. Abre el último cajón, encontrando al final un sobre amarillo que contiene en el interior una carpeta con documentos. La contempla unos segundos, sin abrirla, comprendiendo que no será fácil deshacerse de su contenido, por lo que la vuelve a su sitio.

 

De algo está seguro: sus planes de matrimonio no cambian.

 

Enrique va de salida, se detiene al final de la escalera, antes de entrar a la salita de espera; sus zapatos apenas hacen ruido al caminar, por lo que la chica del escritorio no se percata de su presencia, ocupada como está en conversar con alguien invisible, que se encuentra al otro lado de la línea. 

-Sí, claro que saldremos de disco este fin…-la escucha decir en tono coqueto, sosteniendo el teléfono entre la oreja y el cuello al tiempo que sus dedos corren veloces sobre el teclado. No acostumbra escuchar tras las puertas, por lo que decide marcharse, pero lo que oye lo obliga a permanecer en su sitio.- Ya, no seas impaciente, -risillas ahogadas- ya te envíe la foto que deseabas, con eso basta por el momento… ¿qué? No maches… si estoy completamente sin ropa…

 

Una idea cruza como un rayo por su mente, iluminándola. La conversación escuchada le conduce por la dirección de la lujuria. A partir de ese día decide centrar su atención en esa preciosa chiquilla. Lía Luján. Joven, de bellas facciones, con un cuerpo que parece moldeado a mano. Con ese físico y carácter extrovertido, no es de extrañar que los amigos hagan lo imposible para comerse ese delicioso bocado.    

 

----------o----------

 

Janet tiene un sentimiento de vacío que estruja su corazón; una sensación inquietante se asentó en su estómago desde que vio marchar a Enrique de la oficina apenas siendo las 9:00 de la mañana. Por su actitud distante sabe que algo no le iba bien, y en su lenguaje corporal ella pudo leer “tensión”. Y para más inri, una mala pasada de su imaginación le hace ver el regalo que puso desde la tarde anterior sobre el escritorio del susodicho en el cubo de la basura, se agacha y extiende la mano revolviendo el contenido del cubo. No, no es un error. Ahí está: el largo estuche color negro, incluso tiene pegado aun el diminuto moño color dorado.

-Espera, espera. -Le dice una vocecita escondida y ella repite las palabras en voz alta para convencerse de que es así.- No saques conclusiones antes de tiempo; quizá extrajo el contenido y se deshizo del empaque, es lo normal.

Abre el estuche con manos temblorosas, la sorpresa la mantiene inmóvil unos segundos: ese rollerball, la pluma que con tanta dedicación escogió para él luego de mirar modelos y más modelos, fue desechada sin más. Decepción. Tristeza. No sabe definir cuál sentimiento es el que le desgarra el alma y traspasa su corazón.

-Quizá el paquete se haya caído del escritorio…o alguien quiso gastarle una broma. Motivos por los que aparezca en la basura son muchos, lo mejor es no adelantarme.

Guarda en su bolsa el preciado rollerball. El tintineo de unas llaves la trae de vuelta al presente, le recuerda que es hora de marchar a casa. 

 

 

2

A la mañana siguiente, encuentra a Remigio, el administrador del despacho de contadores, sentado detrás de un escritorio desordenado, lleno de documentos; finge no haberla visto sino hasta que toma asiento frente a él. Por la actitud engreída que luce en el rostro, intuye que no es nada bueno lo que va a decirle. 

-Bueno, aquí estoy, ¿pasa algo?

El tipo se toma su tiempo antes de contestar. Ante ese pesado silencio, Janet decide que, si no obtiene respuesta en breve, se levantará y continuará con el trabajo que tiene pendiente. Justo como si Remigio leyera su pensamiento, éste hace los documentos a un lado, entrelaza los dedos sobre el escritorio y la mira circunspecto.

-Mi estimada Janet, -la mujer percibe hipocresía y burla detrás de aquellas palabras amables- soy enemigo de comenzar la mañana con cosillas desagradables, pero… -suspiro profundo, seguido de otro momento de silencio.- de hoy en adelante ocuparás la oficina que está al final del pasillo, al lado del cuarto de aseo.

Janet siente encogérsele el estómago. Solo de imaginarse separada de Enrique, aunque sea unos pocos metros, no le hace gracia.

-Remigio, la oficina que dices está llena de cajas, polvo y a saber cuántos cacharros inservibles más contiene. Tardaré unos días en habilitarla y…

-Nada de eso, -el tono de Remigio es firme- el ayudante de limpieza tiene instrucciones de vaciarla para que después de la hora de comida comiences a mudarte. Enrique está muy molesto, no le gusta que nadie toque sus cosas, por lo que me solicitó, y con razón, –levanta el dedo índice de la mano derecha para subrayar la importancia de la frase- tener un espacio de trabajo para él solo, así evitará disgustos innecesarios.

La mención del nombre de su amigo la deja con una sensación surrealista. Enrique no es capaz de perder su tiempo con tonterías, no, eso no era una tontería, se trata de algo peor: es una mentira.

-Sin palabras. –Janet se levanta, oye a Remigio decir algo, pero sale de la oficina dejándolo con la palabra en los labios. Punto en contra de ella.

 

----------o----------

 

Angustia. Tristeza. Desesperanza. Esa mezcla fatal de sentimientos le impidieron disfrutar de la comida que preparó para compartirla con su amigo Enrique, a quien desde la mañana no aparece por la oficina. Observa detenidamente su nuevo lugar de trabajo: no está mal, piensa para sí, con algunos metros menos pero tiene buena iluminación natural por medio de una ventana que da vista a la calle, en los momentos de mayor estrés puede mirar lo que ocurre a su alrededor, desconectando así de la realidad laboral. Medio acomodó su ordenador, impresora, sus archivos, la línea telefónica tendrá que esperar hasta el día siguiente. Se sienta, toma un descanso, quizá no sea mala idea trabajar en soledad. Cuando varias personas comparten espacio, por lo regular tarde o temprano surgen conflictos. Lo acaba de comprobar. Escucha la voz de Enrique, es el momento para aclarar algo que para ella carece de importancia.

 

Entra en la oficina medio vacía, se percata de que a Enrique no le sorprende ver que solo está su equipo de trabajo, entonces recuerda que Remigio dijo algo de “querer tener un espacio para el solo”. El hombre se acomoda en la silla ignorando a Janet, quien aplacando la ira que lleva acumulada desde la mañana, decide reclamar con tranquilidad el porqué de la puñalada trapera que le asestó quien le merecía toda su confianza.

-Hola Enrique, ¿cómo te va todo?

Luego de unos segundos, Enrique levanta la mirada hacia ella, una mirada distante, inexpresiva, donde Janet percibe también un dejo de enfado.

-La pregunta es necia, siempre me va bien.

Arrogante.

-Tienes razón, siempre te va bien, -contesta ella con sarcasmo, toma asiento frente a él, pero evita mirarla distrayendo su atención en acomodar los documentos que extrae de su maletín.- Contéstame algo: ¿por qué le dijiste a Remigio que robé tu engrapadora?

Silencio. Enrique no tenía intención de contestar, por lo que continuó.

-El material de oficina es para el uso de todos, no hay exclusividad. De hecho, -señala con la barbilla frente a ella- la traje de vuelta y quise decírtelo personalmente. Como sabrás, ya me asignaron otro lugar de trabajo, -con un gesto de la mano señala la habitación- dispones de toda esta oficina para ti.

-Así es…dicen que más vale solo que mal acompañado. Lamento que Remigio haya tomado esa decisión tan…drástica. Pero es lo mejor, créeme. 

Permaneció sentada, observándolo mover documentos de un lado a otro, revisar los mensajes en su teléfono celular, pegar notas adhesivas en los folders… organizando su día. Se levanta para colocarse detrás de él, le masajea los hombros sin decir palabra, desconociendo el gesto de desprecio que se dibujó en el rostro de Enrique. En cierto momento ella coloca su rostro junto al de él, sin imaginar lo que pasaría. Todo sucedió muy rápido.

Las ruedas de la silla de Enrique arañaron el piso, seguido por un golpe seco. Sintió su espalda estrellarse contra el librero de madera que está tras ella. Un pesado libro que se encontraba mal colocado cayó de su lugar, golpeándola en la cabeza con violencia, escucha el sonido del cristal romperse en el piso. Las manos de Enrique sujetando sus hombros como garras, presionando, haciendo daño.

-No se te vuelva a ocurrir tocarme otra vez. Nunca. –Contempla las atractivas facciones distorsionadas por la ira, algunas gotas de saliva salpican su rostro.- Entiéndelo bien. Nunca.

El hombre se mueve con agilidad, acomoda la silla en su lugar, justo a tiempo para ver al comedido Remigio parado en el umbral de la puerta, atraído quizá por el ruido. 

-¿Todo bien? –pregunta, si mirada viaja inquisidora de Enrique a Janet, quien en su fuero interno se pregunta cuánto tiempo lleva ese espantapájaros en la puerta, y cuanto habrá visto y oído. Como sea, no les dará el gusto de verla abatida, ni en su persona ni en su trabajo.

-Sí, todo bien. –Contesta Janet con cierto desdén en la voz, aunque la notó temblar levemente. Después de todo, tendrá que agradecer a Remigio el no aturdirse con el desplante de Enrique. - Me fui de bruces contra el librero, y de paso se quebró el jarrón de la abuela. De todas formas, ya estaba muy viejo, -hace un gesto con la mano para restar importancia al asunto- y el vidrio demasiado opaco por la suciedad. –Les regala una sonrisa.- Ya regreso. Limpiaré este estropicio.

Pasa primero por el sanitario, se mira al espejo y se acomoda el cabello, se inclina sobre el lavabo para sentir la frescura del agua en la cara. Luego de secarse con toallitas de papel, el espejo le regresa la imagen de tristeza, el llanto brota en silencio, durante algunos minutos. Lo bueno que ese sanitario, por su ubicación dentro de la oficina, se usa muy poco. Nadie va a interrumpir sus cavilaciones. Su mente recrea una y otra vez la imagen de un Enrique furioso… y violento. Desconoce el porqué de su actitud, pero no está dispuesta a ser objeto de su maltrato. Recompuesta en lo físico, sale a continuar con sus deberes en lo que resta de la tarde. Mañana será otro día.

 

 

3

 

El agua fresca resbala por su piel dejando a su paso una estela de frescura. Al momento de pasar el jabón por los hombros, una punzada de dolor le recuerda que el tránsito por su día lo recorrerá sola: se terminaron los cafés y las conversaciones con Enrique por las mañanas, su camaradería, los paseos imprevistos al salir del trabajo… las pequeñas cosas que conformaron su mundo ahora ya no están. Se viste con esmero, luce sus aretes preferidos de bisutería barata, se pinta los labios. El espejo le devuelve una imagen de tristeza acicalada. Imagen que no le gusta, más se resigna a que sea su compañera por algún tiempo.

 

Llega a la oficina y saluda brevemente a Lía, su apariencia debe reflejar alguna emoción pues nota un ligero sobresalto en la joven.

-Hola Jane, -el tono de desenfado de Lía le cae bien a Janet, ojalá pueda ella tomarse la vida ligera como lo hace su compañera.- ¿Ahora te da por tomar dosis extra de cafeína? -señala con la barbilla los dos vasos de café que lleva Janet en la mano.

Janet por un momento no sabe que responder. Olvidó que a partir de hoy el café y el pastel son solo para ella.

-Sí, dosis extra, mayor energía para realizar mis tareas de hoy.

Sonríe y camina a su oficina, con la esperanza de encontrarse con Enrique y que todo sea un malentendido. A la vez no desea encontrarse con él, no sabe que reacción tendrá al verla.

 

La soledad cayó sobre ella como una pesada losa, aplastando a su paso las imágenes que ella formó en su mente. Las cuatro paredes de su oficina la asfixian. Dejó los vasos con el humeante y aromático líquido sobre su escritorio, con desgana tomó asiento y cruzó las manos sobre su abdomen. Agradece las voces que desde abajo llegan a sus oídos, le impiden sumergirse en el abismo de dolor y nostalgia en el que inevitablemente se hunde todo ser humano ante una pérdida. Enciende con rapidez su equipo de trabajo, mientras el sistema arranca, se acerca a la ventana que hay a su espalda, jala del seguro y le alegra ver que se desliza sin problemas por el riel. Toma una bocanada de aire fresco. La alarma de que el sistema ya entró en funciones suena volviéndola a la realidad. Un deseo escondido se manifiesta con desesperación: que su amigo no pase de largo, que se detenga a preguntar si está bien...

-No, no, no. Vamos a distraernos. Juguemos a trabajar… y que el mundo se ocupe de lo suyo.

Sintoniza su estación favorita de radio por internet, las notas musicales brotan por medio del altavoz, rompiendo toda emoción negativa que flota en el ambiente.

 

La melodía que se deja escuchar en voz de una interprete femenina provoca que lagrimas involuntarias llenen sus ojos, silenciosas al inicio, más conforme escucha la letra, se ve obligada a ir hacia la ventana y permanecer ahí, viendo sin ver los alrededores, para disimular los gemidos de su llanto.

 

Ya todo lo llenas tú

Yo no soy nada en ti

Y te voy a dejar

Al fin eres feliz

Ni lo vas a notar

Soy dolor que nunca te ha dolido
Soy amor que a fuerzas se ha metido
Soy una simple comparsa
Y por eso me voy

No sufriré tu altivez
Aunque puedas vivir
Con el mundo a tus pies
Si mi más grande amor
Tan pequeño lo ves

 

Me haces menos
Y ese es mi coraje
Y si no te gusta lo que traje
Adiós, que de algún modo
Seguiré mi viaje

                                                                                    (María Martha Serra Lima “Seguiré mi viaje”)

 

4

La agresión contra Janet fue olvidada. Ni una disculpa hacia ella, Enrique le dirigía un saludo obligado cuando se encontraba todo el equipo de trabajo reunido, fuera de eso, la ignoró totalmente. 

 

Difícil fue trabajar con Enrique durante los meses siguientes, si había algún asunto que tuvieran que acudir juntos a tribunales, él se marchaba primero y la esperaba allá, al terminar las diligencias el hombre se quedaba repartiendo saludos, permitiendo que su colega femenina se adelantara. En una ocasión que Janet olvidó su carpeta en el escritorio de registro, apresurada volvió sus pasos encontrándose a Enrique de espaldas a ella, casi chocando contra él. Janet, en un primer impulso, quiso desandar el camino, más algo la obligó a permanecer tras él. Notó que era cuidadoso al hablar, él siempre tan dado a enterar a los demás de su vida, ahora tenía algo que ocultar. 

-No es posible, entiéndelo. Nos veremos por la tarde, a la salida, ya sabes… pero ten cuidado, nadie debe vernos. Y tu compañera menos que nadie. -La persona al otro lado de la línea habla fuerte, puede notarse la molestia en su voz.- Shhh. -con esa pequeña palabra y de forma pacificadora Enrique le pide que guarde silencio- No existe nada entre esa mujer y yo. Es ella quien ha alterado la realidad, su realidad. -remarca estas últimas palabras.- Y eso no es problema mío.  

Sin percatarse de la presencia femenina que está a su espalda, Enrique se alejó con paso firme, ignorando que Janet escuchó cada palabra de su conversación. Darse cuenta que los sueños forjados durante meses ahora están en la basura, abre una herida en su corazón.  

                                                                                                                             Continuará…


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