Mariposas

 








Imposible despegar la vista de la pantalla. La fotografía muestra a una mujer aproximadamente a mediados de la treintena, con el mar de fondo; sostiene abierta la bata que cubre su cuerpo, luce un minúsculo traje de baño, se muestra en todo su esplendor. El negro cabello recogido despreocupadamente en una coleta, los labios en un tono rosado, apenas dibujados. Una fina gargantilla adornaba su cuello y unas piedras pequeñísimas brillaban en sus orejas.  

Belíssima: Muero por conocerte, -emoji con cara de sorpresa- ja, ja. Es una canción ¿no?

ReyDeCorazones: No lo sé, pero me gusta que quieras conocerme…quizá pronto el destino te conceda ese deseo…

Belíssima: Sí, hay que poner fecha para ir a tomar un cafecito…

ReyDeCorazones: ¿Un cafecito? –un emoji con cara de decepción aparece a continuación.- La ocasión es para una bebida más fuerte, ¿no lo crees Belíssima?

Un ligero temblor sacude el cuerpo de Orlando. No puede creer el giro que han tomado los acontecimientos, apenas la segunda vez que charlan y ya están programando conocerse en persona. Su actitud negativa le decía al oído que su presa tardaría en morder el anzuelo.  

Belíssima: Estoy de acuerdo. Pon la fecha… -un emoji de sonrisa.

ReyDeCorazones: En serio quieres que nos conozcamos ¿¿¿ya???

Belíssima: Claro tontito, -el tono de su voz toma un tinte sensual, es como terciopelo en los oídos de Orlando.- hemos charlado varias veces, tenemos cosas e intereses en común, ¿para qué esperar más?

En el perfil de su amigo virtual aparece la foto del interior de una vivienda. La vista es magnífica, transmite la sensación de confort, cosa que le agrada a la mujer. Le hubiera gustado más que apareciera la imagen de su amigo, tener un rostro al cual aceptar o rechazar, razón por la que insistió para que se dejara ver, a lo que obtuvo solo respuestas esquivas. Total, su decisión no se basa en el rostro del hombre, sino en la información que comparte en su perfil. Y el perfil arroja que es un profesionista, empresario exitoso, eso basta y sobra para que desee conocerlo. E intentar llevar la relación a otro nivel. Es hora ya para formar un hogar, el tiempo se mueve con rapidez y está cerca de inaugurar la cuarta década de vida. La prisa por escoger un buen partido es justificada.

Un silencio cae en la conversación, por fin, Orlando contesta:

ReyDeCorazones: Dado la ocasión de conocer a una dama tan fina, propongo que sea de una manera especial…

 

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Hay emociones y sentimientos que son inmunes al paso del tiempo. Existen personas que no se superan. Si alguien es maestro en esa materia es Orlando. ¡Oh, sí! Mira extasiado las fotografías de Alisa, han pasado siete años y Orlando sigue sin entender por qué ella no reparó en él como pareja. Fue lo que se llevó el destino. Alisa está soltera, como mariposa de flor en flor, aún no encuentra con quien hacer nido. Anuncia cada minuto de su vida en las redes sociales, circunstancia que llevó a Orlando a abrir las mismas cuentas con nombre falso. La mayor parte de la información que aparece en su perfil es falso, pero con tal de cumplir sus objetivos, qué más da decir una que otra mentirijilla… Es la única forma de seguir en contacto con su bella obsesión.

 

Ha llegado el ansiado día de reencontrarse con su vieja amiga. Tiene todo listo: el traje barato comprado en una tienda de rebajas, a diferencia del empresario exitoso que menciona en su perfil, él solo puede permitirse adquirir ropa de diseñadores desconocidos en rebaja en tiendas de outlet, que en un intento desesperado de sacar de bodega la mercancía que no logró venderse para llenarla de cosas nuevas, lo dan a un precio casi regalado. Color negro con camisa blanca, con gemelos de un material parecido a la plata, probable acero inoxidable; corbata en sobrio color gris. Zapatos limpísimos en color negro, piel de cordero, y la nota que todo exitoso debe llevar consigo en la piel: sutil aroma de una esencia cítrica, de diseñador desconocido. Y su mejor aliado para esa cita tan especial: una máscara de alebrije. En el portátil se deja escuchar una suave música de jazz, la combinación de instrumentos para dar vida a esa melodía lo llena de serenidad y trae calma a su atormentada mente. “Descubrió” ese ritmo en sus días amargos por el desprecio de Alisa, en los que solo pensaba cómo hacerle pagar la indiferencia que mostraba públicamente hacia él. Cerraba los ojos y se veía bailando con Alisa, en un vals suave, lento, que no tenía fin. Terminaba una melodía y empezaba otra, pero ellos no finalizaban el vals nunca. Esa fue la terapia que utilizó para “suavizar” su dolor, hasta que por fin, el dolor dimitió de su vida. O al menos eso creyó.

 

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Un discreto vestido de seda color aqua, largo a la altura de la rodilla, complementado con zapatos de tacón en color blanco, a juego con un bolso de idéntico color; joyería, mejor dicho, bisutería barata con pedrería en cuello y orejas. Un reloj de pulsera en la muñeca izquierda y argollas en el dedo central de ambas manos. Debajo del vestido una lencería con encaje en color nude remataba el atuendo. Claro, no iba con intención de mostrarse chica fácil a la primera cita pero… nadie sabe lo que ocurrirá durante una charla amena con una excelente compañía, en un ambiente propicio para las sorpresas, sobre todo si la cena va acompañada de un buen vino tinto. Sobre la cama la observa una máscara de rostro completo, la cual deja visible solo una parte de la frente por el corte “V”; forrada de blanco encaje. Una rosa de seda en color blanco adorna el lado izquierdo.

-En verdad que eres un misterio, Rey de Corazones… -toma en sus manos la máscara, le dedica una breve sonrisa antes de devolverla a su sitio- Pero vale la pena develar el misterio que te envuelve…

 

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Cena exquisita, un buen corte de carne acompañado de un buen vino tinto, música a un sonido medio. Charla con su desconocido compañero. Bailaron varias piezas. A cierta hora, la emoción, el cansancio y la cantidad de alcohol ingerido comenzaron a provocar sueño en Alisa.

-Te llevo a tu casa, no traes tu auto, ¿verdad? –gentilmente el hombre se ofrece para servir a su nueva amiga.

-No. Está en el taller. –Una mentirijilla piadosa. No quedaría como una profesionista fracasada que ni para comprar un auto le alcanza el salario.- Así que… esta noche haces de chofer.

-Es un gran placer. –la frase la dijo para sí, iba cargada de rencor y de lujuria.- Le abrió la puerta del copiloto y la ayudó a subir. Tardó unos pocos minutos para pagar la cuota de estacionamiento, tiempo en el cual Alisa cayó en profundo sueño.

 

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Llegó a su casa antes de despuntar el alba. Está seguro de que Alisa no lo reconocerá. Han pasado siete años, con la cantidad de hombres que han desfilado por la pasarela de Alisa, duda que se acuerde de aquel muchacho que se sentaba al lado de ella en la clase. Que estaba presente en todas las ocasiones de convivencia del grupo. El que la saludaba con enorme gusto cada vez que la encontraba por la calle, el mismo gusto que se transformaba en trago amargo al darse cuenta que ella ni siquiera recordaba su nombre, dando fe de lo nada importante que significaba su presencia para aquella mujer. Pero hoy ha sido diferente, ha derribado sus defensas, ha invadido su intimidad y profanado su cuerpo llevando a cabo las fantasías sexuales que tenía reservadas para ella. A oscuras. Con engaños.

 

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Despierta con un dolor de cabeza martillándole el cráneo. Se percata de su desnudez, acostumbra dormir con una camiseta amplia. No puede evitar lanzar un grito al descubrir unos pegotes plateados adheridos a sus pezones.

-¿Qué significa esto???

Se incorpora, apoyándose en el cabecero de la cama. Baja la vista hacia sus generosos senos adornados por alguien que no fue ella. Arranca aquello y lo observa: cae en cuenta que son pezoneras, color plata, con forma de mariposa cubierta con pedrería. El miedo recorre su espina dorsal y algo en su estómago pide con urgencia salir. Corre al baño y luego de algunos segundos tira de la cadena del sanitario. Toma una ducha con agua fría. Lentamente. Se pasa la esponja varias veces por cada parte de su cuerpo, con la idea de sacar de su piel cada partícula que no sea suya. Sus recuerdos no son claros: estaba en un restaurante aunque no puede recordar la persona, pero está segura que era un hombre. Cenaron, bailaron, ingirieron vino tinto, y luego la trajo a casa. La pregunta es: ¿Quién? Al salir de la regadera se lava los dientes. Se mira el torso desnudo en el espejo del lavabo. No hay moretones ni heridas. Frota las manos sobre los senos, una sensación se apodera de ella. ¡Eso es! Unas manos fuertes, masculinas masajeaban su pecho apretando, estirando los frágiles y erectos pezones, para después posar la boca en ellos y succionar. No  dolían, significa que fue cuidadoso de no provocar dolor ni dejar huellas de su crimen. La sensación la invade de nuevo, pero ya no es placentera, le causa repulsión. Se lava la cara, la frescura del agua calma sus nervios. Fragmentos de imágenes se presentan en su mente, ahora solo hay que hacer encajar las piezas. Suspira profundo, vuelve a la cama, aunque ya casi es mediodía. Una hoja doblada aparece al levantar la sábana, otro grito escapa de su garganta. Toma lo que sea aquello, lo abre y un tercer sobresalto acompañado por un sentimiento de coraje y vergüenza nubla sus pensamientos: la mujer acostada en la cama muestra sin pudor unas seductoras tetas y el sexo depilado; le regresa una mirada perdida, tiene los labios entre abiertos en una pose sensual. Reconoce  que esa mujer es ella.  

Se deja caer en la cama, encogiéndose en posición fetal. Deja correr el llanto. Sabe que la han quebrado, no físicamente, pero en su intimidad. El sueño comienza a vencerla, unas palabras suenan en sus oídos:

-Por fin fuiste mía. Vencí tu orgullo y vanidad. Ahora no eres nada especial, eres igual que las demás.

Despierta con brusquedad, con el miedo atenazando sus sentidos, va a cerciorarse de haber cerrado la puerta, pero ¿cómo recordar algo que no hiciste? Su violador la llevó a casa y abusó de ella estando inconsciente. Se da cuenta que ese hombre dispone de información personal que puede utilizar para perjudicarla. Cierra las puertas con llave, corre cortinas. Sus ojos encuentran una máscara blanca tirada al lado de la puerta principal. Claro. La cena de disfraces… Rey de Corazones, pero… en realidad ¿Quién era? Sin un nombre ni un rostro no puede denunciar. Además, la marcarán si les cuenta que fue un hombre que conoció por las redes sociales. “¿Una mujer de tantos años e ignora los peligros de contactar con desconocidos en las redes sociales? No nos venga con esas, señora, por favor…” Se siente cansada, confundida, se tira sobre el sillón de la sala e intenta pensar. Unos ojos la observan, la burla dibujada en ellos… los ha visto antes, pero el dueño no viene a su memoria.   

                                                                                                                                                                                             Fin. 


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