Al mejor postor...


 









Por fin logra abordar un taxi. Tiene por lo menos 40 minutos tratando de detener a uno para llegar al restaurante donde quedó en verse con Alfredo. A la 1:00 pm. Fácil lleva una hora de retraso, adivina que su novio estará echando chispas tal como contacto haciendo corto circuito. Y para variar, es la hora del tráfico: los niños salen de la escuela, por lo que hay que conducir a una velocidad de 60 km/hr, los semáforos mal sincronizados, y la cereza en el pastel: un accidente que ha cobrado la vida de una persona. Pero al fin ya está en donde la esperan. Paga al taxista, quien hace que la bilis de Raquel se derrame más y más viscosa, se enfada porque Raquel le paga la carrera con un billete de 200 pesos y no le completa los 30 pesos de cambio. Raquel no está en posición de discutir por míseros 30 pesos, así que lo deja de propina. Corre al interior del restaurante en el reservado que le indicó su novio que se encontrarán, el semblante de Alfredo lo dice todo: está molesto pero su actitud es tranquila, Raquel sabe que en el momento menos pensado sus emociones explotarán tal como un  cubo de gasolina al arrojársele una cerilla encendida.

Alfredo le hace una seña a la camarera para que se acerque, y la joven, que según puede leerse en su placa se llama “Amanda” luce en sus labios una sonrisa Colgate y se dirige a Alfredo con una familiaridad que le molesta.

-Hola de nuevo, le puedes traer la carta a la señora por favor, ya va a ordenar…

-Qué día, hoy el tráfico está imposible, primero los taxis iban todos ocupados, luego un accidente nos tuvo parados casi 40 minutos, y… -calló al notar la mirada ausente de su novio, observando algo que está fuera de su campo visual-. Alfredo, ¿escuchas lo que te estoy diciendo?

-¿Eh? Ah, sí, yo llegué aquí antes de la una.

Las palabras quedan atoradas en la boca de Raquel al acercarse Amanda y extenderle de forma grosera la carta del menú, cosa que a Raquel no le pasó desapercibida.

-¿Le traigo otra bebida Alfredo? –pregunta con voz melosa la camarera, lo que provoca unas punzadas de celos en el estómago de Raquel, no sabe que pesa más: los celos o la familiaridad con que esa mujer trata a su novio. Las dudas comienzan a brotar en la mente de la joven, pero entiende que no es momento ni lugar para iniciar una discusión, por lo que deja pasar la situación.

-Ya no Amanda, he bebido suficiente, pero tráele a la señora lo que pida, debe traer mucha hambre, ya que llegó más de una hora tarde a nuestra cita.

Raquel ignora el comentario de su novio, pero percibe miradas de complicidad entre él y la tal Amanda, pide su consumo y la camarera emprende el camino con paso lento, con ganas de no atenderla. Sorpresivamente Alfredo se levanta dispuesto a irse.

-Alfredo, no me digas que te vas, apenas vamos a comenzar a comer.

-Yo ya comí, debo regresar al trabajo. Amanda tiene mi tarjeta de crédito, no te quedes con hambre, hártate de ese postre que tanto te gusta. No se te olvide pedir en caja mi tarjeta cuando te vayas.

Muda por la sorpresa o por el enfado, no tuvo oportunidad de debatir su decisión. Voltea hacia la caja justo para ver como él y Amanda intercambian palabras, nota la sonrisa coqueta de ambos, inhala, exhala, un ejercicio que utiliza para evitar dejarse llevar por la ira y levantarse y poner en su lugar a esa mujercita fácil. Se centra en los mensajes que acaban de llegarle a su WhatsApp, diferentes tiendas le informan sus ofertas para el día de los enamorados. Enamorados. La palabra se le antoja lejana, inexistente. A su alrededor la mayoría de los comensales son parejas. Quizá no en el sentido sentimental, pero compañeros de trabajo o de estudios probablemente. Una pareja recién llega, no pierde detalle que el hombre en todo momento sujeta la mano de su acompañante. Mesas más adelante, varias personas ya van de salida, un joven le tiende la mano a una bella dama ayudándola a que se ponga de pie.  Su mirada se posa nostálgica sobre la pareja que va a ocupar la mesa que está a su derecha, el hombre le abre la silla a la mujer que lo acompaña; apenas toman asiento y se acerca alguien que parece ser el jefe de los camareros, susurra algo al oído del recién llegado y éste se levanta y va hacia la calle, cuando regresa, trae un hermoso ramo de rosas blancas y rojas, se lo entrega a la mujer; quien lo mira, aspira su perfume y le agradece con un tierno y breve beso en los labios. Ella también fue objeto del amor y atenciones de otro hombre, alguien tan distinto con el que ahora comparte vida. El de su presente no se le parece ni en lo más mínimo al que ahora siente extrañar con intensidad. La atmosfera que la rodea provoca que la rosa de los vientos traiga hacia ella el perfume de recuerdos de antaño. Adrián. Saborea cada letra de ese nombre al pronunciarlo.


-Tú y yo no podemos continuar así, -el enfado en la voz de la mujer es profundo- lo más sano para ambos es dejar esta relación, cada quien seguir caminos diferentes. El viento arrastra a sus oídos las frases de una canción.

                           Dondes tu estés…yo ahí estaré…

todo amanecer, todo anochecer

siempre te amaré…

El hombre permanece imperturbable, la escucha, pero las palabras parecen no afectarle.

-Raquel, las cosas no serán siempre de la forma en que han estado ocurriendo…ten paciencia, por favor… tenemos tres años de llevar una relación estable.

-Y los mismos tres años que estás estancado en tu trabajo, el tan esperado ascenso no llega, primero porque apenas iniciaste la licenciatura, luego porque debías desarrollar prácticas, y cuando por fin tienes tus documentos y cumples los requisitos del puesto, te dicen que ya tiene el ojo puesto en otro de tus compañeros…de verdad, -deja escapar un suspiro de incredulidad- qué difícil es avanzar en campo económico.

Con ternura, Adrián toma la mano de Raquel, pero ella con un gesto irritado, la retira de mala forma.

-Mira, si estamos bien nosotros, lo demás no importa…

-Sí que importa. –la vehemencia en la respuesta de la mujer lo deja sin habla durante algunos minutos. Mira a su novia como si no la conociera.- Quiero una casa mía, mía, no andar preocupada cada mes por pagar la renta, o peor aún, que me pidan la entregue en el momento que menos lo espere. ¿Vas a comprar una casa?

Adrián no pronuncia palabra, se limita a negar con la cabeza.

-Tampoco quiero dirigirme a mi trabajo o a vueltas en el metro o pagando taxi, una asistente directiva en transporte público… ¡¡¡no manches!!! Por lo que requerimos comprar un auto, ¿ya lo tienes visto? –calla unos segundos, dando la oportunidad a Adrián de contestar, al ver que no lo hace, prosigue su perorata- Así como tampoco deseo continuar trabajando para extraños, deseo que financies mi negocio, bueno, que al final de cuentas nos beneficiará a los dos… ¿tienes dinero para todo esto? ¿o tu sueldito de empleado nos alcanzará para cubrir los pagos de la casa, el auto y el proyecto de negocio?

La piel blanca del rostro de Adrián se ruborizó por unos segundos, guardan silencio, sopesando cada quien sus opciones.

-No creí que el dinero fuera tan importante para ti, me decepciona saber que es lo más que te interesa.

Raquel pone los ojos en blanco, en verdad que le está costando mucho hacerle entender a ese cabeza de alcornoque viejo que sin dinero la vida será más difícil.

-No se trata de tener dinero, sino de tener la seguridad de que cuando necesitemos algo, no sé, medicinas, muebles, gustos, o que se presenten inconvenientes, don dinero estará ahí para cambiar esas circunstancias.

-Pues no, no tengo los medios para darte lo que necesitas, por lo que… -el silencio que siguió fue tan pesado, que por un instante Adrián sintió traer atada a la espalda una loza de concreto.- Caray, -se frota la cara con las manos, Raquel observa aquel rostro que tanto le gustaba acariciar, alzó la mano como queriendo tocarlo, dándose cuenta de su actitud, retrocedió antes de que Adrián se diera cuenta. Y antes de que ella se perdiera en la suavidad de esa piel sin encontrar después el camino de regreso.- es…increíble que nos pase esto. Pero… sea cual sea tu decisión la respetaré.      

 

Transcurren los días, Raquel recuperó el brillo en sus ojos y la sonrisa no abandonaba sus labios. La verdad, el rompimiento con Adrián fue para bien. Y ese bien se llama Alfredo, uno de los asesores de la empresa donde labora como asistente directiva. Era lo que ella necesitaba, quería y merecía: un tipo apuesto, contador de profesión y además con negocio de consultoría fiscal propio.  No se le podía pedir más a la vida. Su momento llegó ya.

 

La voz de Amanda la vuelve a la realidad. Raquel nota el desprecio de la mujer al dejarle el plato sobre la mesa.

-Gracias Amanda. –le dedica una sonrisa, a lo que la camarera corresponde con un gesto carente de emoción.

Come con apetito, despacio. El recuerdo de Adrián ha sido beneficioso para ella. Un jugoso trozo de carne, un buen vino y postre de chocolate le dan fuerza para continuar con sus actividades del día. Cierra la cuenta, le entregan la tarjeta de Alfredo y sale a la calle, a esperar un taxi. Fija su vista en una figura que desciende de un reluciente auto. El tipo no repara en su presencia, parado la lado del auto parece buscar a alguien con la mirada. Raquel reconoce aquel porte.

-¡Adrián! –el grito escapa sin control de su garganta. Da un paso en dirección a él, decide acercarse a saludarlo pero se congela al ver que una mujer pelirroja, bajita y en un estado avanzado de embarazo camina aprisa hacia Adrián, se saludan con un abrazo y el beso con que sellan su encuentro lo dice todo. Un desasosiego invade su ser. Da la espalda y se marcha en silencio. En un fraccionamiento privado la espera una hermosa casa, con un patio delantero bien cuidado y lleno de flores vistosas, una puerta de alta seguridad y un interior lleno de obras de arte preciosas y valiosas, pero viviendo en un ambiente helado y tenso a cada minuto del día.  

-¿Qué esperaba encontrar? Han pasado ya varios años, seguro que Adrián ya hizo su vida y es feliz. Se lo merece. En cambio yo… lo cambié todo por nada…Alfredo a pesar de su dinero es un tipo vacío, coqueto cayendo en lo vulgar; sin la capacidad de amar a nadie que no sea a él mismo. En cambio Adrián…Adrián... –siente correr las lágrimas.- Tengo lo que deseo, ¿no? Entonces no hay motivo para lloriquear. –Se seca las mejillas antes de entrar a casa. Alfredo ya ha llegado y lo escucha hablar, seguro está en su estudio. Con pasos sigilosos se acerca y ve que la puerta está entreabierta, no puede evitar escuchar la conversación entre él y, seguro, su nueva conquista. Imaginó vivir su vida de lujo, pero no de eterna infidelidad.   


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