Agua de borraja
Mueve la cabeza de un lado a otro en señal de negación.
-Pero cómo pudiste Harim, como fuiste capaz de hacerle esta jugada
a Rodolfo…a él, que confiaba ciegamente en ti. –Las palabras salidas de labios
de Sandra están impregnadas de falsedad, un tufillo volátil que se desprende de
ellas y se expande con rapidez en el aire de la habitación. Harim estaba
tranquilo, sin denotar expresión alguna- En verdad que no sabemos con la clase
de gente con que tratamos…son capaces de ponerle letra chiquita a documentos
legales con tal de lograr lo que sea que tengan en mente. –Mira con enfado a
Harim, como una niña que está molesta con sus padres por haberle negado una golosina.
Mavy, sentada al lado de aquella mujer que tantos problemas trajo a
su vida, interviene con voz tranquila.
-Nadie le puso letra chiquita a nada, como puedes notar, el
documento es sencillo y claro, y aparte todo es legal. Rodolfo simplemente arrepentido
decidió devolverme el dinero que me debía. -mirando a Harim corrige- Que nos –remarca esta palabra- debía.
El silencio se instaló entre los tres. Sandra parecía rebuscar en
su memoria algo que hiciera alusión a las palabras de Mavy.
Entonces recordó las excusas de Rodolfo cuando acordaron la fecha
para la presentación ante el notario para legalizar los trámites. Hubo dos
aplazamientos, con semanas de diferencia entre una y otra. Se llevó la mano a
la boca, como quien evita dejar escapar un grito, una palabra que pueda
incriminarlo…
-Es justo lo que acabas de recordar Sandra, -interviene Mavy,
sacándola de sus recuerdos- Rodolfo retrasó dos veces lo que tuviera que hacer
porque no conseguía yo el dinero. –Acuclillada a la derecha de Sandra, Mavy habló
en un susurro- Porque has de saber, que el dinero que invirtió tu flamante
esposo ni siquiera era propio, me lo pidió prestado con la promesa de
devolvérmelo en un mes. –Se levanta y se coloca a la derecha de Harim- Y ese
mes tuvo inicio pero no ha tenido terminación, aún está corriendo. Al día
siguiente de anunciar su compromiso fui a verlo a su “empresa”, -dibuja con los
dedos unas comillas en el aire- para solicitar que me lo devolviera. ¿Qué hizo?
Pues nada, -se encoge de hombros- me mostró este documento con el sello de un
notario –saca del cajón una carpeta tamaño oficio y la desliza para que Sandra
pueda verla- donde aparece tu nombre y el de Rodolfo formado una sociedad. Como
comprenderás, yo debía regresar el dinero que tomé “prestado” –otra vez dibuja
las comillas- y ante su franca negativa de pago, me vi obligada a ingeniarme la
forma de cobrarme.
-Te aseguro que yo desconocí de donde obtuvo los fondos Rodolfo, es
verdad, la idea fue mía y yo aporté mi capital, pero en cuanto a él…no lo supe.
Y nunca le pregunté.
Mavy se cruza de brazos e inclina la cabeza, sin dejar de observar
a Sandra.
-Ay, Sandra, es difícil creer eso, tratándose de tu beneficio, te
encargas de asegurar muy bien el tinglado para que no se te venga abajo.
Sandra no supo que contestar. Luego de unos segundos mostró el as
que guardaba bajo la manga.
-Estoy segura que ese poder tuyo –indica con la barbilla a Harim- no
tiene ninguna validez. Rodolfo está incapacitado mentalmente, todo lo que haya
firmado es inválido.
Mavy saca del cajón una segunda carpeta y la desliza hacia Sandra,
quien parece decir con su expresión “otra carpetita… ¿cuantas más faltaran?”
-Aquí está el poder que le otorga a Harim amplias facultades dentro
de la empresa. Léelo detenidamente. Primera facultad y primer punto: -levanta
el dedo índice como un maestro que pide a los alumnos pongan atención a lo que
va a explicar- es administrador general
designado por el accionista mayor, que es Rodolfo, obviamente. Segundo punto:
la fecha del poder es mucho muy anterior a que Rodolfo comenzara con sus crisis
y delirios. –observa la forma en que Sandra mueve los ojos, intentando asimilar
el contenido de los documentos, cosa que está muy fuera de su entendimiento, no
porque carezca de la capacidad intelectual para hacerlo, sino porque la
impotencia de que le hayan fallado sus planes le nubla el pensamiento. La mujer
cierra la carpeta, se pasa la correa del bolso por el hombro y se levanta.
-Me llevaré esto. –aprieta contra sí la carpeta, como si temiera
que le fuese arrebatada- Consultaré con mi abogado, no van a quitarme lo que
por derecho es mío.
-Inteligente decisión. –las palabras de Mavy van cargadas de
sarcasmo- Pero mientras decides llevar a cabo los respectivos juicios… -le
dedica su más encantadora sonrisa- te pido que nos entregues la propiedad donde
vives. Puedes quedarte con los autos, solo el tuyo y el que pertenece a tu
esposo.
Los acontecimientos la rebasan, Sandra solo puede decir:
-¿La casa? No puedes quitármela, es la herencia de mis padres…tus tíos.
Supongamos que viven, ¿crees que te permitirían hacer esto? –creyó que tenía un
segundo as bajo la manga, y lo muestra al adversario.
La sonrisa de Mavy no se borra de sus labios.
-Querida, desconoces de leyes, claro, perdona, olvidé que eres
arquitecta. El que seas adulta me facilita las cosas, ya no existe riesgo de
que te cortes las venas por enterarte de la verdad. Mira, es muy simple: tú no
eres hija de Roberto y Petra-Nelly. –calla unos segundos, observando la
reacción de Sandra, nota que aprieta las manos alrededor de los documentos al
grado de que los nudillos se volvieron blancos.- Encontré estos documentos un
día, mientras buscaba uno de mis cuadernos en su despacho. –de otra carpeta
saca un documento que le tiende- Es tu acta de nacimiento, la original, que se
inscribió al momento que naciste, y esta otra es la de adopción. Y gracias a
este trozo de papel, -la da unos golpecitos con la uña- la ley no te da derecho
de heredar.
Sin decir palabra, la Sandra orgullosa y altanera que entró a la oficina
decidida a despedir al administrador general, distaba mucho de ser la que salió
cabizbaja y humillada, evitando las miradas de los empleados.
- - - - o - - - -
Fue en ese momento que entendió lo apartada que estuvo siempre de la realidad. Los que creyó sus padres no lo son. El nombre de su madre biológica no le suena conocido, y la confusión la envuelve como una telaraña a los insectos. Buscarla…no buscarla. Total, quizá ni la pueda ayudar, y eso si está dispuesta a reconocerla como su hija. Dentro de esa hecatombe no todo está perdido: tiene su propia empresa de decoración, Mavy se apropiará de lo que pertenece a Rodolfo; no más. Ya se apoderó de la constructora, vació las cuentas bancarias en las que Rodolfo era titular, un momento…recuerda que Rodolfo poseía otra propiedad, una casa ubicada en un fraccionamiento “más o menos” de categoría. Sonríe para sí, el problema de vivienda está solucionado, para que pagar una renta si su esposo tiene una casa deshabitada. A prisa se dirige a la estancia que Rodolfo utilizó como despacho mientras vivían juntos. Deberán estar en los cajones del escritorio, gracias a Dios que no hay archivador aparte, si no… Se deja caer pesadamente en el sillón frente al escritorio. La paciencia es una cualidad que no tiene. El primer cajón es pequeño, contiene un juego de llaves, bolígrafos, una agenda, un cuaderno de espiral tamaño profesional, sobres marrones, engrapadora, tijeras… nada importante. El siguiente cajón es más profundo y está ordenado por abecedario, en archivadores de un color verde y en la parte superior una pestaña que indica la correspondiente letra. ¡Demonios! Cuantos documentos hay guardados, llevará un buen tiempo localizar lo que necesita. Despliega el contenido del archivador que tiene la letra “A”, solo encuentra carpetas en tamaño carta que contienen contratos, facturas de servicios de la empresa, publicidad de sus cercanos competidores. En el resto de los archivadores encuentra documentos relativos al personal que labora y que ha dejado de laborar en la empresa, diseños, presupuestos, pero nada que tenga que ver con la propiedad de su esposo.
-No puede ser, maldita sea.- En un arranque de desesperación e
impotencia, con la mano barre todos los documentos que ha desplegado en el
escritorio, vuelan en el aire y con el suelo por destino.
Respira profundo y permanece tumbada en el cómodo sillón, con la
vista vagando de una pared a otra, observando los objetos que forman parte de
la decoración. Su vista se clava de nuevo en el escritorio, ha descubierto una
hendidura justo debajo del espacio del ordenador. La jala hacia ella, la suerte
ahora le sonríe, no tiene llave. Un protector transparente con algo dentro es
lo que encuentra. Presa de la ansiedad, sus dedos se mueven con torpeza, saca
el contenido y ávidamente comienza a leer. –El testamento de Rodolfo, - Su
expresión facial no denota emoción alguna. El silencio es absoluto que puede
escucharse el fuerte y rápido latir del corazón de la mujer. Al final un gemido
histérico se deja escuchar, un gemido que oscila entre la risa y el llanto.
Continuará…
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