Agua de borraja


 







Harim

Dictamen clínico: esquizofrenia paranoide. Internamiento inmediato. Con medicación para episodios psicóticos. Sandra no se expondría a sufrir algún percance a manos de Rodolfo, tiempo atrás tuvo un intento de suicidio; después lo sorprendió abrazándola al tiempo que sostenía un cuchillo en su mano mientras dormían, seguro que esperaba poder usarlo en su cuerpo; mención aparte, los olvidos eran recurrentes. En los últimos días la memoria de Rodolfo no estaba al cien. Amnesia era ahora su compañera inseparable. La empresa prácticamente era dirigida por Harim, un acierto de su jefe el haberle firmado un poder con amplias facultades, para en caso de que algún día, uno nunca sabe lo que pasará, se dieran situaciones extraordinarias. Ahora que Rodolfo estaba legalmente incapacitado, Harim dirigía el despacho, ocupaba la oficina y el escritorio de su jefe, y lo más importante: tomaba decisiones. Motivo de peso para que Sandra tomara cartas en el asunto, después de todo, el tiempo se encarga de borrar los afectos, ¿a que sí?

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 El ruido de unos tacones se agrega al de personas que conversan, ríen, teléfonos que suenan, sonido de teclas en los ordenadores, impresoras que arrojan documentos…la mujer da los buenos días y sonríe, con paso seguro se dirige al despacho de Harim. Mírenme, mírenme, mírenme bien, soy la nueva directora de esta compañía, parecía decir aquella sonrisa. La confianza en sí misma brota por cada poro de su piel. Abre la puerta del salón de juntas, donde varias personas ocupan un lugar alrededor de la mesa, permanece unos segundos en silencio observándolos, como evaluando la situación a la que va a enfrentarse en adelante. Los presentes vuelven sus miradas hacia ella; percibe en sus rostros sorpresa, enfado, otros labios dibujan sonrisas que no descifra si son de burla o de bienvenida. Una de ellas sí la percibe sincera, es una mujer alrededor de los 40, pelo negro y largo, lleva gafas y apenas va maquillada. Eso es lo que menos importa, no está ahí para caerles bien a los miembros clave de la empresa. Harim en la cabecera, ella tiene reservado su lugar a la derecha. Toma asiento con parsimonia.

-Bien, ya que estamos presentes todos los interesados, me permito presentar a la nueva directriz del despacho, Marlen Viera. –Marlen sonríe mientras los murmullos recorren como una ola el reducido espacio de la oficina.- Marlen junto con su servidor –lleva su mano derecha al pecho y hace una ligera inclinación de cabeza- dirigiremos este negocio mientras nuestro apreciado arquitecto Rodolfo Antúnez se recupera de su enfermedad.     

Un silencio planeado de antemano inunda el espacio. Harim sabe que sus compañeros pondrán inconvenientes al nombramiento de Marlen como su apoyo, les permite que digieran la noticia, las miradas van de unos hacia otros, al fin alguien se atreve a decir:

-Con todo respeto Harim, pero no conocemos de nada a esta señora, no es trabajadora del despacho, ni siquiera sabemos si cuenta con la experiencia que se requiere…

Harim sonríe.

-No tuvimos tiempo de revisar la carpeta que dejé sobre sus lugares, Marlen llegó antes de lo previsto…en fin… -los presentes abren la carpeta y comienzan a leer. Se miran de nuevo entre ellos. Al fin, una de las mujeres, la de pelo negro y largo que le sonrió con simpatía, comenta:

-Opino que nos vendrá bien ingresarla en el equipo, tiene los estudios y la práctica requeridos para apoyarte. –Se levanta de su asiento y va hacia Marlen, le tiende la mano. Marlen la acepta y siente el apretón firme. –Bienvenida Marlen.

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Sandra entra sin avisar al despacho de Harim, este escribía unas notas y levantó la vista al sentir su presencia frente a él.

-Sandra, que sorpresa.

La mujer lo mira con la sonrisita burlona, característica de su personalidad, como escogiendo sus palabras, Harim era el empleado de confianza de su esposo, no le cae mal pero tampoco bien, o sea, una personilla indiferente ante sus ojos. Nunca se dio la oportunidad de tratar a los empleados, unos seres tan carentes de cultura y sin conocimientos académicos más allá de un oficio o estudio técnico, no era el tipo de personas con las que anhelaría relacionarse. Dominando su incertidumbre, se acerca al escritorio donde está Harim y toma asiento frente a él.

-Y bien, ¿en que te puedo ayudar Sandra? –el hombre deja el bolígrafo sobre el documento que en el cual trabaja, se echa hacia atrás en el sillón y le muestra a la mujer una sonrisa encantadora y franca.

-Seré breve. Trabajas aquí desde hace…¿qué? ¿dos años?

-Dentro de un mes cumplo cinco, para ser exactos, mi estimada señora.

-Uf! Como pasa el tiempo, pero bueno, eso no importa, -con la mano hace un gesto como para restar importancia al asunto- lo que…

No le da tiempo a que termine la frase, con tono firme Harim interrumpe.

-Depende de para que sirva mi antigüedad. Si es para un despido, para una renuncia, para un ascenso…discúlpeme pero el tiempo sí importa. –remarca éstas dos últimas palabras.     

Sandra guarda silencio. La verdad, no se preparó para hacer frente a ningún tipo de cuestiones laborales.

-Desconozco de lo que me hablas, -justo en ese momento repara en que nunca tuvo la curiosidad de enterarse de los negocios de su esposo, excepto de las finanzas, claro.- seré franca, vengo a pedirte que entregues el control de la empresa, a falta de Rodolfo yo soy quien se hará cargo del negocio.

Harim alza las cejas, en su rostro se dibuja una expresión entre la sorpresa y la burla.

-Te recuerdo que Rodolfo no está muerto, y hablas como si lo estuviera.

-Ahorita Rodolfo no existe para el mundo, está encerrado porque ha perdido su conexión con la realidad, ¿o has olvidado que desde hace tiempo se le fue la olla? –mueve el dedo índice en círculos al lado de la sien.

Harim mantiene la mirada fija en Sandra. No cabe duda, Dios los hace y ellos se juntan, fue el pensamiento que se instala en su mente al recordar la similitud entre las actitudes de su jefe y las de su esposa. Aprovechando cualquier oportunidad para hacerse notar, para tener un beneficio económico, o social... son a la vez verdugo y penitencia del otro.

-Ya, en concreto, ¿qué es lo que quieres de mí?

Sandra pone los ojos en blanco, mueve la cabeza en un gesto negativo y deja escapar un suspiro que indica cansancio.

-Quiero pensar que no has entendido todavía, bueno, te lo diré clara y llanamente: quiero que tomes tus cosas, solo las personales, claro, lo demás es propiedad de la empresa; que hagas un resumen de los asuntos pendientes por resolver y me lo hagas llegar a la brevedad, ya tengo el contable que te sustituirá. Calcula tu liquidación conforme a la ley. No tengo reparo en  indemnizarte como te mereces. Después de todo, cuidaste de los intereses de mi –remarca esta última palabra- empresa. 

-Que generosa eres Sandra.

La mujer inclina la cabeza y hace un guiño coqueto.

-Muy generosa.

-Pero…lamento decirte que no puedo aceptar tu oferta.  –Harim saborea cada palabra que le dice. El sabor de la victoria no se compara con ningún otro. Ni siquiera con el de un delicioso pastel de chocolate.

Invadida por el desconcierto, calla durante unos minutos, no esperaba esa respuesta.

-No es ninguna oferta, eras el asistente de mi esposo, excelente en el trabajo que desempeñabas, lo reconozco, pero ahora él ya no está, y como es de esperar, yo me haré cargo y designaré quien ocupe tu lugar.

Una risa tranquila invade el espacio, Sandra no logra comprender porque aquel hombre tan anodino se ríe cuando lo ha echado de la empresa, con sutileza, pero lo ha echado.  

-Se nota que no conoces nada del trabajo de tu esposo, ¿no intercambiaban experiencias de sus respectivos trabajos? Ya, déjame adivino: tú en tu burbujita rosa, pintando paredes de color pastel y colocando florecitas en los jarrones, y él en su mundo real. ¿A que sí? –una encantadora sonrisa flota en los labios de Harim.

La impertinencia de Harim ya cruzó el límite permitido. No tendrá más miramientos.

-Eso no te incumbe, ¿y sabes qué? agarra tus cosas y vete de una vez, ya me las arreglaré con lo que haya pendiente, no eres indispensable, cretino. –se levanta sin dar oportunidad de que Harim pronuncie palabra, pero se detiene en la puerta y se vuelve para decirle- Y olvídate de la liquidación, quiero tu renuncia para ya, ¿has entendido? –abre la puerta, el sobresalto no se hace esperar: un rostro familiar para ella le sonríe.

-Hola Sandra, no me digas que te vas. -hace un chasquido de desaprobación con la lengua- De ninguna manera. –la obliga a retroceder- Apenas voy llegando y tenemos mucho de qué hablar. –agita con suavidad en el aire unas carpetas.


Continuará…

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