Agua de borraja
Invisible
Empaca sus pertenencias, con aquella expresión tan serena en su rostro, ocultando a la perfección su furia callada. Afuera del cubículo que durante varios años fue su lugar de trabajo, el mundo continuaba girando sin importar los sentimientos y reacciones de cada ser humano; desconociendo las injusticias que obligan a tomar determinaciones. Revisa documentos, guarda en su maletín los que considera importantes, los demás van a parar a la destructora de papel, en una silla están los cuadernos ya usados que contienen datos y notas respecto de su función en la empresa. Otros casi nuevos que decide llevarse, hojas en blanco, bolígrafos y diverso material de oficina. Los reglamentos de la seguridad social y demás decide donarlos a su sucesor. O sucesora. La salida de la empresa no es algo que haya decidido. La pérdida de una alta cantidad de dinero en efectivo que era su responsabilidad guardar desapareció.
Para no escuchar el remordimiento que atenaza su conciencia, regresa a su lugar de trabajo, para su fortuna, él no repara en su presencia.
Otoño, 1994
Ingresa con cautela en la oficina, sabe que la mayoría de sus compañeros se han ido ya, pero aún quedan algunos en los niveles superiores; así que debe darse prisa. No hay cámaras que vigilen los movimientos de los empleados, cosa que agradece. La sensación de invasión se vuelve tangible al observar detenidamente el espacio de Harim: las cosas en completo orden, fotografías de sus padres en el escritorio, diplomas y reconocimientos colgados en las paredes, incluso hasta percibe el olor de la colonia cítrica que usa. ¡Dios, perdóname, pero realmente necesito esto! Con cuidado de no hacer el mínimo ruido, desliza de su lugar el pequeño archivador que está a espaldas del sillón que ocupa Harim, mueve un poco la gruesa cortina que cubre una abertura cuadrada sobre la pared, donde descansa una caja fuerte de combinación. Las manos protegidas por negros guantes de piel le aseguran que no dejara huellas. El corazón galopa cada vez más fuerte dentro de su pecho. Suspira hondo. Se descubre la cara interna de la muñeca derecha donde ha escrito los números que dan acceso a la caja. Harim guarda documentos importantes y el efectivo dentro de la caja, y solo él tiene la clave acceso a ella. Encontró la clave sin querer, una mañana que él asistió a un curso sobre impuestos; buscando unos datos halló la secuencia de números escrita en un pedazo de papel azul con tinta azul, pegado dentro de forro de su agenda. Nunca mencionó el incidente. Duda. Adelante, no dispones de mucho tiempo. Teclea los números con cuidado, rogando que si se equivoca no salte alguna alarma ni se bloquee el proceso. El bíper que emiten las teclas al aplanarlas le pone los vellos de punta, a pesar de que es un sonido apenas audible. Por fin teclea el último número. Abre la puerta y del interior asoma una bolsa transparente con varios fajos gruesos de billetes sujetos por una goma elástica. Con abatimiento niega con la cabeza y un gesto de desaprobación se dibuja en su rostro. ¡Esto no debió haber sucedido, joder! Cubre sus labios con los dedos al darse cuenta de que alzó la voz más de lo debido y teme que alguien lo haya percibido. Como una serpiente el miedo repta por su espalda, ocasionándole espasmos en su estómago y humedad en las axilas. ¡Toma el dinero y lárgate ya! Esconde la bolsa entre sus ropas, es pequeña, por lo que pasa inadvertida. Cierra la caja. Vuelve a su lugar la cortina y el archivador. Harim no volverá a abrir la caja hasta dentro de tres días.
- - - - o - - - -
Disfrutaba de unos días de vacaciones cuando estalló la tormenta. A su regreso se encontró con una oficina vacía y carente de vida. Aún no había quien ocupara la plaza vacante de contador. Quien necesitara alguna información tenía la libertad de entrar y buscar entre los archivos. Con dificultad reprimía el impulso de pedir a sus compañeros que por respeto guardaran sus comentarios malintencionados para cuando salieran de esa oficina, le molestaba oír sus risitas burlonas, sus especulaciones en voz baja. Por obvias razones, la caja fuerte fue removida de su lugar y cerrado el hueco que la resguardaba, el archivador pasó a formar parte de otra oficina, la cortina que cubría el amplio ventanal fue quitada desconociendo que tipo de suerte corrió. Las huellas de su culpabilidad fueron borradas. Cero investigación policial, firma tu renuncia y vete, sin derecho a recomendaciones laborales.
Harim…su amigo…su mentor y apoyo incondicional en la empresa…todos sus conocimientos de administración de una empresa lo aprendió de él. Ahora, sentada tras el escritorio que ocupó Harim, tiene la sensación de entrar en un cuadrado de paredes frías, vacías, toda la calidez humana desapareció con Harim. No soporta estar en esa oficina, un lugar que Harim, con su sola presencia, convertía en un santuario cuando acudía en busca de su apoyo.
Tiempo atrás…
Un simpático florero de cristal conteniendo tres rosas moradas fue lo primero que vio al llegar a su lugar de trabajo. Emocionada, creyendo que su prometido le hizo llegar el diminuto arreglo, retira la tarjeta. Al terminar de leer, la desilusión dibuja un sutil gesto en sus atractivas facciones.
-Harim…
Notaba la
atracción que provocaba en Harim. Al principio lo trataba con indiferencia, lo
que menos deseaba era conflictos de naturaleza sexual o romántica en el
trabajo. Lo mantuvo a distancia, solo el trato necesario; más el joven nunca le hizo insinuación
alguna, y en todo momento estuvo dispuesto para ayudarla en todo lo que fuera
necesario.
Aprovechando
la atracción que Harim sentía por ella, decide tomar “prestada” la cantidad de
dinero para financiar el inicio de su negocio, estaba segura de regresarla
antes que se dieran cuenta en la empresa; pues eso fue lo acordado con su
socio. Pero las cosas no fueron como ella las planeó. Y el resultado fue la
desastrosa salida de Harim por la “puerta de atrás”. Como un vulgar
delincuente. Y a su pesar, tuvo que aprender a vivir con esa carga en su vida.
Continuará…
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