Agua de borraja
Rodolfo
La heredera…-al pronunciar esas palabras, un deje de desprecio hace presencia en su voz- Esa mujer en nada se parece a… -el nombre se queda allí, atorado en su garganta, la simple mención implica traer al presente una decisión tomada en base de su interés económico. Inclina la cabeza y con los dedos índice y pulgar se pellizca el puente de la nariz a la altura de los lacrimales. Por unos segundos permite a los recuerdos emerger a la superficie del zulo oscuro donde los ha escondido.
Recuerda a una joven, la ve sonreír sin que preocupación alguna se refleje en su atractivo rostro. Cabello en tono oscuro natural, sostenido con una sencilla diadema de bisutería que emite un hermoso brillo tal como si de piedras o diamantes verdaderos se tratara; la cual deja caer en libertad los rizos sobre la femenina espalda. Ojos grandes y claros, vivaces, transmiten tranquilidad y seguridad. Nariz recta y labios largos y finos. No lleva ni gota de maquillaje. La recuerda abrazada a él, reposando la cabeza en el hueco entre su hombro y su cuello.
Alguien se encuentra
afuera, se sobresalta al escuchar un ruido ahogado, alguien que camina sobre
las hojas secas. Con el temor a flor de piel, se apresura a llegar a la puerta,
afortunadamente es el único acceso a la casa, echa la llave y corre el pasador
de seguridad, luego se acerca a la ventana y descorre despacio la cortina, nota
que la tela de la camisa comienza a pegársele a la piel de la espalda, está
sudando. Desconoce y teme a lo que puede encontrar detrás del cristal. El oscuro
manto de la noche es un escenario fantasmagórico real, donde el susurro del
viento, las sombras de los árboles y el bailoteo de las ramas bajo la luz de la
luna se conjugan para invitar a las presencias nocturnas, sea cual sea el nombre
que se les dé. Cierra las cortinas. No sabe por qué pero se siente observado.
La seguridad que aporta el haber cerrado la puerta con doble llave lo
tranquiliza un poco. Mira hacia la mesa, recuerda que el manuscrito le espera.
Avanza la página, cual imán,
la imagen de un rostro atrae su mirada, una finísima niebla comienza a emerger
de la hoja, provocándole un ligero ardor en los ojos, al igual que cuando se parte
cebolla y el vapor de la verdura hiere al punto de arrancar lágrimas. Al
disiparse la niebla, mira atentamente la imagen, los rasgos de la persona están
borrosos; aun así le provoca en el estómago una punzada que debe ser miedo o
angustia. Aquel rostro tiene un aire familiar, le recuerda a alguien, pero no
identifica a quien, la luz insuficiente y el persistente ardor en los ojos no
ayuda. La habitación da vueltas y el aire no es suficiente. El aroma dulzón y
chocante se hace más intenso. Deja sobre el escritorio el manuscrito, sus manos
tiemblan, intenta dar un trago al vaso con agua que ha llenado para aplacar la
sed, pero antes que éste llegue a sus labios resbala y cae al suelo, el ruido del
choque del cristal contra el suelo le provoca un sobresalto. Se recuesta sobre la
silla, los parpados le pesan tanto…por la oscuridad, deduce que debe ser
entrada la noche, decide regresar a la recámara a dormir hasta que comience a
clarear, solo un loco expondría su vida en un paraje solitario y oscuro…además
su auto…no lo divisa dentro de su campo visual.
Un dolor de cabeza le
está fastidiando la existencia desde hace un buen rato, del pastillero que
lleva consigo toma dos comprimidos y los mastica a secas. El silencio y el
efecto del medicamento lo ayudan a relajarse. No tarda en darse cuenta que no
está solo, hay una presencia en la habitación, el colchón cede al peso de
alguien…
- - - - o - - - -
Unos golpes dados con brusquedad en la ventanilla de su auto lo despiertan. Desorientado observa el lugar y reconoce que está en el jardín de su casa. Ve el semblante molesto de su esposa y se dispone a descender del vehículo.
Sandra lo mira unos
instantes antes de hacer cualquier comentario; una expresión de burla se dibuja
con discreción en sus perfectos labios pintados de un llamativo tono violeta.
-¿Me engañas con
alguien? –lanza la pregunta con tono divertido.
-¿Qué? –contesta el hombre
sin entender la pregunta.
Sandra arquea las
cejas.
-Es que como te
quedaste a dormir en el auto…pensé que quizá…-juega con un mechón de cabello- llegaste
tarde de casa de tu amante y no quisiste molestarme, o más bien, que no me
diera cuenta.
Rodolfo la mira sin
entender lo que dice, suspira profundo tomando aire para luego expulsarlo por
la boca. Sin decir palabra camina hacia el interior de la casa, dejando a
Sandra parada en medio del jardín, perpleja al principio, luego gritando cosas
a las que Rodolfo no le presta la menor atención.
Dirige los pasos a la
recamara y se concentra en sus actividades pendientes. El cansancio está
manifestándose en su cuerpo y un baño caliente se le antoja la mejor de las
soluciones. Mientras disfruta del agua caliente, su estómago reclama alimento.
No es fácil ordenar el rompecabezas que es su mente, recuerda que el día
anterior ingirió un ligero sándwich de pollo acompañado de un refresco de cola y
de postre una tarta de frutas y un café. Luego de eso…la nada... está
vistiéndose para dar comienzo a su día, cuando un inesperado mareo lo obliga a
recostarse, cierra los ojos y respira profundo. Inhala, exhala, inhala, exhala.
Lo último que recuerda es sentarse tras el volante de su auto para dirigirse a
casa al término de sus labores en la oficina. Y luego despertar en aquella cabaña que creyó nunca más volvería a visitar.
Continuará…
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