Agua de borraja






2018

Invisible

9:30 a.m.

 

Se da prisa, antes de que avance la mañana y con ella traiga el calor insoportable. Cruza ese yermo deshabitado, alejado del bullicio de la ciudad; árboles frondosos, hierba crecida y montones de basura son testigos mudos de su presencia. Da gracias al cielo por esa oportunidad. Le parece irónico que ese desierto sea las espaldas de un complejo habitacional para gente bien.

Cierra con fuerza los dedos alrededor de la correa de la pequeña mochila que carga, asegurándose de no perderla. El contenido es valiosísimo. Ha llegado a su destino, contempla la entrada algunos segundos. Siente en el estómago una punzada de miedo, en sitios como ese todo puede pasar. No es un lugar en el que desearía vivir. La puerta abre hacia dentro, emitiendo el chirriar característico de unos goznes que requieren con urgencia un buen engrase, más nadie hará esa tarea. Nunca. El mismo sonido se repite al cerrar la puerta, ya no le sobresalta como las primeras veces. Le tiene sin cuidado el nivel de ruido. Nadie ve y nadie escucha. En un principio, estaba renuente a entrar a ese… ¿cómo definirlo? laberinto, pasadizo, rincón olvidado, casa abandonada, cual sea el nombre es lo de menos. Lo importante es que conduce a su objetivo. Enciende su linterna de mano. Llena su mente con recuerdos, los visualiza mientras sus pies avanzan con precaución por los estrechos y oscuros pasillos olvidados por el tiempo y por la gente.

Ya se ha acostumbrado al polvo, así como al olor a encierro y humedad que flotan en el aire viciado, a los dibujos y palabras obscenas que exhiben las paredes. El tramo es una curva que dobla a la izquierda, algo largo; acelera el paso, lo suficiente para no tropezar con los objetos que se encuentran dispersos por el suelo: botes de pintura, cables de luz, conductos de combustible, herramientas oxidadas; lo que indica que en su momento una fábrica o industria tuvo su centro de actividades ahí.    

Abre una segunda puerta, oxidada en su mayor parte y con un letrero que dice “Manténgase Cerrada” y que a diferencia de la otra, no emite chirrido ni quejido alguno. Avanza unos pocos metros más entre fosas poco profundas y máquinas en desuso. Deja escapar un gemido ahogado al escuchar el choque de metal contra metal, resultado de haber golpeado algo con el pie, da gracias por no haber tropezado. Sube por una escalera de metal anti derrapante y tiene acceso a una tercera puerta. Tampoco emite ruido alguno al abrirse. Ha llegado al final del camino.

Quita el cerrojo que asegura la madera con el suelo, luego quita el pasador vertical tamaño estándar que cumple su función de no permitir que nadie logre abrir la puerta; entra a un espacio reducido donde solo cabe una persona, espacio oscuro y con poco aire, deja la mochila en el piso, la encontrará ahí cuando regrese, debe darse prisa, pensamientos claustrofóbicos comienzan a invadir su mente, y lo más importante, no hay personas en casa, es el momento preciso para llevar a cabo su trabajo. 

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Rodolfo

 

Jugando a una aventura

Entre julio y agosto 1994

Intentó por todos los medios evadir esa conversación, pero Sandra es tan,… como decirlo, persuasiva, o terca, o caprichosa, o como sea que se le califique a una persona que se sale con la suya sin importar a quien se lleve entre las patas. Y bien, ya estaban ahí, sentados en la mesa de un café. A pesar que Sandra sonreía en todo momento, su disgusto es palpable. Rodolfo, en cambio, su gesto es de preocupación. Presiente lo que Sandra  desea decirle, el problema radica en como quitársela de encima si ella no se comporta razonable.

-Y bien…-la chica deja suspendida la frase, esperando que su interlocutor diga algo, una respuesta que no llega- ¿has pensado en lo que hablamos la última vez?

Rodolfo se inclina hacia adelante, entrelaza las manos para apoyar la barbilla; la mirada vagando por todo el panorama, como esperando que alguien o algo lo rescatara de aquella conversación inevitable, pero no, nadie acude a su auxilio.

-Sandra, eres hermosa e inteligente, estás a punto de cumplir uno de tus anhelos más preciados, yo en cambio, soy un tipo maduro, te llevo más de diez años de ventaja en la vida, he vivido lo suficiente como para saber qué es lo que quiero a estas alturas de mi vida. Y ya lo he escogido.   

-¿Y qué has escogido, si puede saberse?

Rodolfo lanza un profundo suspiro. Es el tipo de persona a quien le desagrada dar explicaciones de sus actos; pero la situación ahora lo amerita.

-Rehacer mi vida con la mujer que me merezca. –una pícara sonrisa curva sus carnosos labios.- Probablemente tener un hijo. Cosas así. Normales en cualquier ser humano.

Sandra se acercó más a él, sus rostros casi podían tocarse.

-¿Acaso soy yo esa mujer? –la pregunta toma por sorpresa a Rodolfo, no sabe que contestar- Mejor dicho…te propongo ser esa mujer…-pasa el dedo índice sobre los labios de su compañero, al tiempo que los recorre con la mirada de una niña traviesa, para luego sellarlos con un beso. Rodolfo ni siquiera se resistió. Ella se separó, dio un trago a su café para dar por zanjada la conversación.

-Tengo una propuesta que hacerte, asuntos de trabajo, obvio. Pero aquí no es el lugar indicado para hacerlo. Acompáñame.        

Se pasó la correa del bolso por el hombro, Rodolfo, aun bajo el embrujo de aquel beso, deslizó un billete sobre la mesa y fue a darle alcance.

Sandra lo llevó a su escondite secreto: una casa que rentaba, pero con un poco más de paciencia, sería una buena opción a compra.

-Tengo una imagen de ti como la hija de familia que vive feliz en casa de sus padres, la hija que no desea abandonar el nido. Esta casa…-señala con las manos el entorno- quiero decir, no imaginé que llevaras una doble vida. 

-¿Doble vida? Por favor Rodolfo, -exagera el tono de la voz- ¿en qué mundo vives?  Ahora nos volvemos independientes de nuestros padres a edades tempranas. Todo obtenido con trabajo honrado. –trastea en la cocina mientras sirve sendas copas de vino blanco, las deposita en la barra de la cocina, indicándole a Rodolfo que tome asiento.

-Has mencionado una propuesta de trabajo, ¿puede saberse de que se trata? –Rodolfo no desea involucrarse con Sandra en lo que sea que esté tramando, intuye que no será nada favorable a sus intereses personales. Observándola, se ha dado cuenta que según el momento, la situación o la persona, es el rostro que Sandra muestra al mundo. Y él no puede confiar en una mujer como ella. 

 

El timbre del teléfono lo vuelve a la realidad. Mira el número y de mal modo arroja el aparato sobre el escritorio, desesperado suplica en su mente que deje de emitir ese sonido chillón, ¿en qué pensaba Sandra cuando lo escogió? Seguramente en ondas magnéticas para alejar a los mosquitos que tanta molestia le ocasionan. Es el menor de sus problemas, toda su atención debe centrarla ahora en sanar sus finanzas enfermas.

-Basta ya. –mira el reloj que tiene a su derecha- hace ya demasiado rato que los empleados se han marchado y yo sigo aquí. –la idea de llegar a su casa no le apetece en lo más mínimo, por lo que antes hará una parada que lo ayudará a despejar su mente, un poco de alcohol levantará su ánimo.

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Ve a su objetivo entrar y ocupar el lugar de siempre en la barra. Seguro que también pide la misma bebida en cada ocasión que visita el bar. ¡Que fastidio! Animal de costumbres fue y seguirá siéndolo. En lo personal, sus planes eran pasar la noche en casa disfrutando de una película de suspenso, pero bueno, esta vez el cambio es favorable, dentro del local nadie se queja del calor, el clima artificial es una delicia. Fija su mirada en el programa que trasmite el televisor sin sonido que está al fondo del negocio, sin quitar la atención del objetivo. Sabe que éste, luego de cierta cantidad de tragos, va a tirarlos al sanitario; por lo que se acerca a caja para pagar su cuenta, aprovechando su ausencia.

Rodolfo vuelve a su asiento, el barman se encuentra ocupado con otros clientes, pero le agradece que le haya dejado la bebida lista para consumir. Sediento, se lleva el vaso a los labios y da un trago largo. El sabor característico del durazno estalla en sus papilas gustativas.  

-Pero qué demonios… -la bebida “usurpadora”, tiene el color de su preferida mimosa.- Hey, joven, -hace una seña al barman que ya se ha desocupado, el chico se acerca- ¿por qué me has cambiado la bebida?

La sorpresa se refleja en la cara el muchacho. Toma el vaso y olisquea el contenido. Mira a Rodolfo con desconcierto.

-Es imposible que esta bebida sea de la casa. Desde hace días no tenemos la fruta base para elaborar este menjunje. Y además, este modelo de vaso no es nuestro. –A la altura de sus ojos observa con detenimiento el vaso, lo gira de un lado a otro, el tintineo del hielo se deja escuchar.- Se parece, pero no es. ¡qué raro!     

Mientras Rodolfo cavila, el joven bar tender le prepara su mimosa y con una gran sonrisa la desliza frente a él.

-Disfrútela.

Pero a Rodolfo ya se le ha quitado la sed.

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Ninguno de los dos deseaba perder las comodidades que otorga una jugosa cuenta bancaria. Pero había llegado el momento de darle a conocer a Sandra la situación financiera; no era un asunto fácil de tratar, su esposa le concede demasiada importancia al dinero. Pero en fin, debía encontrar el momento, las deudas no podría ocultarlas por mucho más tiempo.

Continuará…

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