Agua de borraja

 








Dominio de sí. Por fuera es todo encanto y amabilidad, aunque por dentro esté quejándose de todo y maldiciendo la situación, por eso nadie notó su estado de ánimo en cuanto regresó a la empresa. Al verlo, Harim acude presuroso a la oficina, desea ser el primero en compartir con él las buenas noticias.

-Y bien, ¿cuando comenzamos a trabajar? Tenemos ya el contrato en mano, el primer paso es gestionar el anticipo para la adquisición de materiales, suministros y personal…-hace una pausa al notar el semblante serio de Rodolfo-  ¿Pasa algo?

-¿Que si pasa algo? Aparte de cancelarnos el contrato, no pasa nada más.

El rostro de Harim muestra la sorpresa.

-¿Cancelaron el contrato? Pero ¿por qué?

-No lo sé, dímelo tú.

Harim intenta entender ese subliminal mensaje, en una fracción de segundo percibe a Rodolfo plantado frente a él, con una mirada que desprende furia y sus manos alrededor del cuello.

-¿Entiendes lo que eso significa, verdad? Números rojos en mi empresa, con la seguridad de que el dinero de los españoles llegaría a mi bolsillo contraje deudas que ahora gracias a ti no podré cubrir.

Harim forcejea para librarse de la presión que ejerce Rodolfo en su cuello, sus manos son pequeñas pero con la fuerza suficiente para liberarse de las tenazas que le impiden respirar. Se levanta y queda frente al hombre que ha intentado dañar su integridad física.

-¿Gracias a mí? Te recuerdo que mi intervención en este contrato se limitó solo a preparar los documentos y revisar que legalmente todo estuviera en el orden establecido. Lo demás lo preparaste tú.

El semblante de Rodolfo cambia de furia a extrañeza. A toda prisa regresa a su escritorio, busca en su agenda una página en concreto. “Comida con constructores españoles 2:00”. No hay duda: es su letra la estampada en la hoja.

Abatido, se deja caer en su asiento. Harim se desata la corbata y desabrocha el botón de su camisa para permitir una mejor entrada del aire a los pulmones, tose un poco, toma una botella con agua y la bebe de un solo trago. Se sienta frente a su jefe.

-No te ves bien Rodolfo, desde hace días te noto…diferente. Si puedo ayudarte en algo no tienes más que pedirlo, lo sabes.

Avergonzado de su arranque de ira, permanece mirando la cubierta del escritorio.

-Perdóname Harim, me desquicia la idea de perder lo que con tanto trabajo he formado: la empresa, la estabilidad económica…y por supuesto, Sandra. Los españoles han cancelado el contrato por la impuntualidad; la cantidad pactada en euros no lo veré jamás depositado en mi cuenta bancaria. Adquirí otra casa, que no puedo pagar; me veré en la vergüenza de regresar a la agencia el automóvil de Sandra, se pondrá hecha una furia. Mi empresa se quedará aquí en vez de cambiarla a un espacio más privado y lujoso, y para más inri, cuando ya anuncié a bombo y platillo las nuevas oficinas. Seré el hazmerreír de la gente.

Harim, sin encontrar palabras de aliento para ese momento, guía sus pasos a la puerta. Comprende que Rodolfo necesita estar solo. El jefe se  tumba sobre el alto respaldo de la silla, fija su vista en la nada, lleno de callada furia, frustración e impotencia que en forma acuosa y caliente se desliza por sus mejillas.


Verano, 1995

Mavy

Es solo una cena. Cenas y te vas. Me respondí yo misma al terminar de leer la invitación que me entrega tía Petra-Nelly. ¿Motivo? Pregunto. Responde con esa voz nasal, tan propia de ella: “Permite que sea una sorpresa, querida”. 

El desasosiego que me acompaña desde que me levanté, se incrementa conforme transcurre el día. Un sentimiento que no puedo definir. No es algo bueno, no. Mi familia no es dada a anunciar una cena por medio de invitaciones impresas. Y menos aun cuando la invitada soy yo. Una sobrina endosada por su padre a la hermana de éste.

Césped bien cortado y cuidado cubre el amplio jardín, debido al calor sofocante que agobia la ciudad desde hace días, los anfitriones han tenido el buen tino de ofrecer la cena al descubierto. Me parece una buena idea, a excepción de los mosquitos que discurrirán con libertad por el aire. 

En la cabecera de la mesa está sentado Roberto, el lugar a su derecha lo ocupa Petra-Nelly, el de la izquierda le corresponde a Sandra, la hija de ambos y prima mía, se supone que mi lugar ha sido, y es, al lado de Sandra, pero por alguna razón que desconozco, solicitan me acomode al lado de mi tía. El asiento al lado de Sandra permanece vacío.

La tensión flota en el ambiente. Noto en los semblantes de Roberto y de Petra-Nelly preocupación y algo parecido al enojo. Sandra, en tanto, está risueña y despreocupada. Luce un vestido ajustado a la altura de la rodilla en color rosa que destaca la esbeltez de su cuerpo, pero parece que algo falló al momento de escoger calzado: en lugar de sandalias o altos tacones, como está acostumbrada, lo acompaña con un par de tenis en color blanco. ¿La flamante arquitecta con un error de imagen?

-Huele delicioso, ¿a qué hora comenzamos a cenar? –pregunté, mi estómago ya reclama su ración de alimento.

Sandra me mira al tiempo que termina de dar un trago a su copa.

-No desesperes Mavy, aún falta el invitado de la noche, -una extraña sonrisa aparece en sus labios, provocando que un escalofrío recorra mi espalda. Mira su extravagante reloj de pulsera. Sandra, Sandra. A mi prima siempre le ha gustado poseer cosas poco comunes- Ya debe estar por llegar…

Rellené mi copa de vino tinto justo cuando Leo, la asistente en quehaceres domésticos, informa que el invitado acaba de llegar. Mis tíos intercambian una mirada extraña, indescifrable para mí. Yo doy un minúsculo trago a mi vino, procurando no perder la secuencia de hechos. Más escuchar aquélla voz a mis espaldas, una voz familiar que no he oído desde hace no sé cuantos meses, me provoca un vuelco en el estómago, y por poco me atraganto con el vino. 


Paseo de los Tamarindos

Octubre, 1994

Principios de octubre. El otoño se sentía en el aire. Rodolfo propuso la brillante idea de que fueran a un viaje íntimo, solos los dos, para escapar de la rutina y tener el tiempo completamente para ellos. Marcharían el viernes por la mañana y la tarde del domingo estarían de regreso. Él se encargaría de llevar las provisiones, “tú solo encárgate de las excusas que presentarás en tu trabajo y a tu familia, y alista la ropa que llevarás, ligera, dos cambios a lo mucho. Y los artículos de higiene que sean necesarios”.

Esa mañana de viernes, el verde de la naturaleza los acompañaba en su camino por la carretera vacía, antes de que el marrón, el color del otoño, se convirtiera en amo y señor de la vegetación. En la radio se dejaba escuchar Just a Dream, de Carrie Underwood. Recostada en el asiento, observaba de cuando en cuando a Rodolfo en silencio.

-Relájate Rodolfo. La firma del negocio está asegurada, este viaje es la mejor garantía. –Mira a su compañera, la tranquilidad que refleja el rostro de ella le provoca una sonrisa.

Luna de miel anticipada. Fue la descripción que Mavy le dio a esos tres días en los que Rodolfo y ella estuvieron alejados del mundo, refugiados en una cabaña perdida entre espesos bosques en una de las tantas carreteras que conducen a las afueras del estado. Un estrecho camino discreto de grava suelta, disimulado entre frondosos árboles y hierba silvestre crecida pero sin llegar a formar matorrales, condujo a una casita de madera color blanco. En los costados laterales de la misma, dos árboles daban la impresión de protegerla y dejaban descansar sus pesadas ramas en el tejado; solo al verla, Mavy se imaginó que el peso de las ramas la echaría abajo. Paseo de los Tamarindos, vaya nombrecito para una cabaña, que a simple vista, está por derrumbarse. Además nada existe en ese camino que haga alusión a tan deliciosa fruta. Observó también que la madera de la puerta estaba picada por la parte inferior. Al costado izquierdo, de una carretilla también en color blanco, brotaban varios tipos de florecillas en tonalidades blanco, lila, rosado y rojo; bajo una diminuta ventanita, la única que había en toda la propiedad. Señal de que esta casa se ocupa con frecuencia, pensó Mavy. 

Cautivada, esa es la palabra. El ambiente hogareño de aquella “casa de paso” la envolvió. Se arrepiente entonces del pensamiento cruel que atravesó por su mente momentos antes. Las cortinas impolutas en color blanco, al descorrerse, dejaban al descubierto en el centro de la ventana, una corona en forma de corazón, hecha con flores artificiales de colores, y en el alfeizar interno, un jarrón blanco con motivos azules sostenía unas rosas rojas y blancas, frescas, alguien las colocó recientemente.

Una sencilla mesa de madera con cuatro sillas, una estufa de leña, un frigo bar, una moderna tarja para fregar los trastes, una alacena metálica eran el mobiliario del comedor-cocina.

A unos metros de la puerta principal, un cubículo a mano derecha conforma la alcoba: una cama de matrimonio al centro de la estancia, a la izquierda un ropero vacío con colgadores y al lado una cajonera con espejo. Al lado contrario se localiza el baño: el lavabo blanco a juego con el sanitario, una cortina de plástico cubre el área de regadera, donde una bañera abarca todo el espacio.

No había lugares que visitar, por lo que la pareja salía a dar unos pocos pasos sin alejarse mucho de la propiedad. Al regresar conversaban, descansaban, a cierta hora de la tarde tomaban un relajante y tibio baño,  juntos, claro está, luego comían, conversaban y hacían el amor.   

- - - - o - - - -

 Adormilada, el aroma del café es el dulce rastro que la conduce hasta la cocina. El sueño atrapó a Mavy, y en un momento dado, extiende la mano buscando a su compañero, y despierta sobresaltada al no encontrarlo. La voz de la prudencia le dice que no grite, que lo busque en silencio.

De espaldas al fregadero ve a Rodolfo, en su sonrisa y en su voz percibe un tono coqueto; habla con alguien. No escucha lo que dice, pero un nudo le cala en el estómago.  

-No desesperes, ya falta poco… Confía en mí…

Regresa al dormitorio. Finge dormir. Rodolfo entra y se tiende frente a ella, la abraza con ternura, Mavy se deja querer, le gusta estar así, escuchando los suaves latidos del corazón de su amado y aspirando el aroma de su piel. Permanecen así, sin decir palabra. Total, las cosas no siempre son lo que parecen…


A la mañana siguiente el último desayuno juntos. Un último paseo por los alrededores. Al terminar de comer, ambos empacaron sus pertenencias y se prepararon para el regreso. Mavy deseaba que ese fin de semana no terminara. Una sensación extraña invade su pecho al punto de sentirse ahogada por una emoción que no acierta a describir cuando Rodolfo la deja en casa, desciende del auto y lo ve marchar. 

- - - - o - - - -

No hizo comentario alguno al advertir la ausencia de su novio. En cualquier momento va a llegar, fue el pensamiento que se instaló en su mente. Disfruta de la exquisita cena en familia. Fue al momento del café cuando tío Roberto da a conocer la noticia. 

-Espero que Rodolfo haya terminado de instalarse, eso de la mudanza es cansado, y no se diga desempacar…

El comentario cayó como un balde de agua helada sobre Mavy, dejándola inmóvil durante algunos segundos. La mirada clavada en el plato, cortó con el tenedor un pedazo de pastel y lo movía de un lado a otro del platillo. Pastel de queso y chocolate, en otras circunstancias lo comería lento, saboreando cada ingrediente, pero no ahora. El murmullo de voces alrededor continúa. Rodolfo se marchado sin decirle nada. La ha dejado al margen de sus planes. En un momento que todos están ocupados en sus asuntos, aprovecha para retirarse a su habitación. Cierra la puerta deslizándose de espaldas sobre ella hasta caer al piso. Se abrazó las rodillas con los brazos. La humedad brota de sus ojos. Dos seres humanos en plena comunión de alma y cuerpo… una relación casi perfecta… una sociedad con todos los requisitos para prosperar… todo lo construido se quebró en un instante… ¿o las fisuras existieron siempre y ella nunca se dio cuenta?

El frío del abandono la envuelve y se instala por toda la habitación, extendiéndose por las paredes como hiedra venenosa; llenando su vida a partir de ese momento. 

Continuará…

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