Agua de borraja


 





2020

Arrogante. A pesar de su edad, el hombre no ha perdido su elegancia, mucho menos su porte altanero; esa actitud que dice “estoy muy por encima de todos y de todo en el mundo” aún lo acompaña como una segunda piel. Con impotencia, Mavy se da cuenta de que ni el lugar, ni la situación que lo ha enviado a estar preso entre paredes acolchadas, han hecho mella en el sujeto sentado en la orilla de la cama, con la mirada perdida en algún punto del espacio. Esperaba encontrar un tipo consumido por los golpes de la vida, cabizbajo, humillado, con el rencor dibujado en el rostro y destilando amargura por cada poro de la piel. El tiempo no ha sido generoso con él: marcadas arrugas surcan su rostro, su cabeza está completamente blanca y la calvicie es una amenaza que ya se hace presente. Sin embargo, reconoce con dolor que el hombre aún conserva vestigios del atractivo varonil que años atrás la sedujo sin piedad. Los labios del hombre forman una suave curva, seguro que sonríe a alguien imaginario, la sonrisa descubre una blanca y pareja dentadura. El mar de frialdad que es Mavy en ese momento comienza a tornarse en marejadas de recuerdos agridulces. Siente que el entorno se mueve sin control, y en cualquier momento podría perder el equilibrio. Lleva años preparándose para ese momento y ahora se da cuenta que no es tan fuerte como imaginó. Años de tediosa espera en la oscuridad. Cansancio físico por acechar a su presa. Cansancio mental por intentar adivinar el siguiente movimiento de su adversario como en una partida de ajedrez. No va a tirar esa inversión de tiempo y esfuerzo a la basura, aunque tenga que tatuarse a fuego en la memoria la situación que dañó su autoestima provocándole incomodidad y vergüenza. Ya pasaron dos décadas, pero para ella es como si hubiera ocurrido meses atrás. Algo parecido a un latigazo de electricidad recorre su cuerpo al encontrarse de repente con aquellos ojos azul glaciar, agujeros vacíos, carentes de toda emoción, y que para más inri, le escupen desprecio. Se sostienen la mirada unos segundos; un escalofrío recorre el cuerpo de Mavy, quizá se equivocó al dejar en el auto el blazer que hace juego con su traje sastre, o el clima artificial es un poco alto para la pequeña habitación donde se encuentra. Pero no, no es el clima artificial el causante de esa incomodidad. Corta el juego de miradas con un pestañeo apenas visible, niega con la cabeza en un intento vano por ahuyentar los recuerdos que como letra negrita hace resaltar párrafos oscuros dentro de una historia en la que ella fue protagonista.

Ojos azules ha notado la sorpresa femenina. Su turbación. Pero tampoco él sale indemne. Cada uno pagamos por nuestros errores, curiosamente esa frase que alguien le dijo en cierta ocasión se tatuó en su mente, ¿o la escucharía en algún programa de televisión? No lo recuerda a ciencia cierta. Estaba tan seguro de acertar al elegir un estilo de vida lleno de apariencias y ventajas, la vida como hombre de familia común y corriente no era para él. Le quedaba demasiado chica. Del otro lado del cristal, Mavy ve, o cree ver, en los ojos del interno un brillo que no es ocasionado por ninguna emoción, sino el resultado de una humedad. ¿Acaso puede un hombre frío como él, sentir remordimiento? El hombre observa con detenimiento las facciones de aquella mujer, le resultan familiares, pero en los nebulosos laberintos de su memoria no encuentra la relación que lo une a ella; aunque está seguro que hay un lazo invisible que los ata a través del tiempo, aunque no tenga claro de momento el por qué. Inclina la cabeza, mira con curiosidad a su visita. Esos ojos negros… recuerda unos ojos negros que lo miraban con admiración. Con amor. Con deseo. Mantiene fija la mirada en ese rostro. Imperceptibles, unas imágenes poco a poco van cobrando vida en su memoria. El momento de cierta noche en que su mundo comenzó a desmoronarse.

3:00 a.m.

Atraviesa la gruesa pared de su intenso sueño; otra vez entonando la misma canción:

Yo no soy esa que tú te imaginas,

una señorita tranquila y sencilla,

que un día abandonas y siempre perdona,

esa niña así, no, esa no soy yo…

Despierta, la habitación en penumbra, solo iluminada por la luz que entra por el ventanal que da a la calle. A través del vidrio opaco de la puerta ve la silueta de una mujer en el pasillo, parada justo fuera de su habitación. Un escalofrío recorre su espina dorsal mientras la melodía sigue. Nadie ha entrado en la casa, eso lo sabe bien.

Sandra duerme a su lado, toca su hombro con la intención de despertarla, pero el gesto adusto que refleja su rostro lo hacen cambiar de opinión. Mira a la puerta, la mujer sigue caminando al tiempo que canta. Armado de valor, se levanta y busca en el cajón de la mesilla de noche su linterna, sonríe al comprobar que funciona. A punto de girar el pomo de la puerta se detiene, nota humedad en las palmas de las manos.

-Abre la puerta Rodolfo, no seas cobarde, anda… acaba con lo que sea esto de una vez. Y para siempre.

Llena sus pulmones de aire, abre la puerta, despacio, asegurándose de que no será atacado por sorpresa. Una vocecilla se burla de él: Ridículo, ¿a quién le tienes miedo si sabes que nadie puede entrar en esta fortaleza? Ja, ja. El aire helado se abraza a su cuerpo. Cala hasta los huesos, ¿pero acaso no funciona la calefacción? Recuerda haberla encendido antes de acostarse. La luz de la linterna ilumina el pasillo. No hay nadie, más desde algún otro lugar de la casa, llega a sus oídos el reproche transformado en pegajosa melodía. El rastro de la voz lo conduce hasta la cocina; la canción termina y comienza de nuevo, la voz femenina parece no cansarse. Se detiene al escuchar bajo sus pies un crujir como de arena. Dirige la linterna hacia el piso.

-¿Tierra? Pero de donde ha salido si… -un ligerísimo movimiento proveniente del suelo lo obliga a inclinarse. Remueve un poco la tierra con los dedos.- Que demonios…-toma el pedazo de papel que asoma debajo del polvo y piedrecillas, acercándolo a su vista para distinguir el contenido. Su respiración se torna pesada, el corazón late tan fuerte que por un momento cree que va a salírsele del pecho.     

Se cubre con las manos los oídos para no escuchar la voz que lo persigue desde hace tiempo. Cierra los ojos y sus labios se mueven sin parar.  

Mavy observa al hombre removerse inquieto en el lugar donde permanece sentado. No tiene ni idea de lo que pueda estar diciendo o sintiendo. Seguro que algo está recordando. La forma en que ahora la mira le recuerda a un animal dolorido, de esos que deambulan sin dueño por la calle, llenos de temor y de otras necesidades.

-Rodolfo Antúnez. –el nombre escapa de sus labios en un hilo de voz apenas perceptible, durante mucho tiempo lo guardó en lo más profundo de su memoria, evitó decirlo en voz alta para que el odio no se abrazara a ella; por lo que ahora le cuesta trabajo decirlo al viento- En circunstancias corrientes, hace mucho que estarías fuera de mi vida; pero estás en deuda conmigo. Y las deudas se cobran ¿Te acuerdas lo que me debes? –Mavy estaba segura que el hombre leía sus labios- Por la forma de mirarme apuesto a que sí. 

Las miradas cargadas de diversas emociones fluyen pesadas, como mercurio líquido, a través del cristal. Cada quien observa sus recuerdos a través del otro.

Continuará…

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