Al encuentro con el pasado


 







Capítulo XIV

La mano de Dios o la pata del diablo


Abigail resultó con lesiones leves, de Felipe no puede decirse lo mismo. Yacía inconsciente, conectado a aparatos que solo mostraban gráficamente sus latidos y emitían agudas alarmas.

Ana Minerva se detiene en la puerta, pide a Dios le de paciencia para esperar a que la mujer que visita a su novio salga del cuarto, porque de lo contrario, armará un escándalo mayúsculo, corriendo el riesgo de que la saquen por la fuerza y le nieguen el acceso. No está para darse esos lujos. Ella es la única persona que debe estar a su lado, cuidándolo. Días antes, Felipe se sinceró con ella y le contó el reencuentro con Abigail; dejando en claro que esa mujer nada representa en su vida, por lo que Ana Minerva conserva la calma y decide ir a la cafetería a ingerir alimento, dará tiempo a que la visita termine.   

Una Abigail taciturna, con esparadrapos en la frente y vistiendo la bata quirúrgica que la distingue como paciente del hospital, contempla la expresión de ¿tranquilidad? En el rostro de Felipe. Si bien le duele verlo en esa situación, su lado oscuro se regocija viendo su dolor físico. Acerca la silla a la cama, y en silencio lo contempla.

Llega la enfermera con un carrito, que raro, aún no es hora de servir la comida.

-Señora, la hora del té. –la cantarina voz de la enfermera la vuelve a su realidad.

Antes de que pueda responder, le ofrece la aromática y fresca bebida.

-Es un té helado, tómelo, le hará bien.

Hasta ese momento repara en la sed, por lo que le sienta muy bien ese líquido frío con un sabor que no reconoce. Lo bebe de un solo trago. Ve la mano extendida de la enfermera, en un gesto que le indica le entregue el vaso desechable.

Se recuesta contra el respaldo de la silla, sin dejar de mirar al herido.

No se percata de que es observada desde la puerta.   

 

Las alarmas de los aparatos no dejan de sonar, alguien la despierta con brusquedad, distintas voces que se elevan en un grito. La toman por el brazo obligándola a levantarse para que les permita hacer su trabajo, algo cae a sus pies; provocando un sonido apenas perceptible, pero que a una de las enfermeras no le pasa desapercibido. Abigail no se percata de ese incidente, la enfermera se agacha para buscar lo que se la ha caído a la paciente, agranda los ojos al tomar la jeringuilla y más adelante observa una ampolla rota. Se guarda los objetos en el bolsillo del uniforme y lleva a Abigail de regreso a su habitación.

-¿Qué le ocurre a mi amigo? ¿Está bien?

-Despreocúpese, todo está bajo control. –Sus manos se mueven tan rápido, que Abigail apenas repara que vierte en el suero un líquido transparente- Recuéstese, necesita descansar.

Extrañamente, Abigail obedece sin rechistar.

 

Ignora cuanto tiempo ha permanecido dormida, le parece raro el ver a dos uniformados custodiar la habitación. Un tercer hombre, sin uniforme, entra, dirigiéndose directamente a la paciente.

-Buenos días, Abigail, ¿cómo amaneció hoy?

Algo en la actitud amable del hombre ocasiona que un sudor frío emane de su cuerpo.

-Bien. –es su única respuesta.

No le gusta la mirada que le dirige aquel hombre, pero está tan perpleja que no hace preguntas.

-Debe acompañarnos Abigail, esperaremos afuera mientras se viste.

-Acompañarlos…-la voz denotaba duda, incertidumbre. Por una vez en mucho tiempo, la sensación desagradable de tener al miedo a su lado se instaló en su estómago.- ¿A dónde? ¿Por qué motivo?

Mirada Incómoda la mira un rato que a ella le parece interminable, para al final decirle:

-Se lo explicaremos en la agencia, vamos, dese prisa. Otros asuntos igual de complicados nos esperan.

 

La oficina donde tiene que esperar tiene un oficial apostado en la puerta, le parece algo exagerado. Solo quiere terminar la “entrevista” que el agente del ministerio público necesita para continuar con la investigación y marcharse a… ¿casa? Se cubre la boca con la mano. Está totalmente fuera de su mundo. Idelfonso… ¿Ya está enterado de que sufrió un accidente de tráfico? ¿Sabe su marido que iba en un vehículo ajeno y con el hombre que años atrás le reclamó que mantuviera una relación con una de las alumnas?     

La desesperación hace presa en ella. Justo en ese momento aparece por la puerta un hombre de aspecto bonachón, pasado de peso, necesitando urgentemente un corte de cabello y además no le vendría nada mal un tinte que le cubriera las canas que ya se dejan ver por toda la circunferencia de su cabeza; viste de pantalón negro, camisa celeste y saco gris.

-Abigail Salas de Treviño, ese es su nombre, ¿o me equivoco de persona?

Abigail siente que la poca paciencia que tiene comienza a mermar. Le lanza al agente con una mirada cargada de enojo, y no contesta a la pregunta.

Dándose cuenta de la animosidad de la mujer, se apresura a comentar:

-Abigail, sé que es molesto proporcionar los datos personales una y otra vez, pero créame que es necesario…

Lanzando un suspiro, Abigail no permite que el agente termine su explicación.

-Demasiado molesto, agente. Ya proporcioné mis datos y narré mi versión del accidente a sus compañeros. Ahora, si fuera tan amable de permitir que me vaya, estoy cansada y mi marido debe estar esperándome en casa, preocupado por mí.

La expresión en el rostro del agente le indica que algo no anda bien.

-A ver, a ver, Abigail. -A ella le choca que ese hombre se tome la confianza de llamarla por su nombre, pero por el momento lo deja estar.- Creo que hay una confusión. -El agente revisa el expediente que tiene sobre el escritorio.- Usted no está aquí por un accidente de tráfico, sino por intento de homicidio. –En silencio observa la reacción de la mujer, nota la sorpresa en su rostro.

-Intento de homicidio. –repite Abigail, sin definir si es una pregunta o una afirmación.    

-Contra el señor Felipe Gonzaga.

-Felipe…-sus ojos paseaban de un lugar a otro.- ¿Está diciéndome que intenté matar a Felipe?

-Serénese por favor Abigail, para que podamos entendernos…

Continuará...

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