Al encuentro con el pasado
Capítulo XI
Ana Minerva: intuición
El primer despacho de Felipe, en donde ella lo conoció y laboró durante
varios años, tuvo que ser vendido tras la desilusión con Abigail. El que fue
dueño se convirtió en una sombra autómata, ya no imprimía en los diseños
aquella pasión por el dibujo que ella aprendió a amar. Los clientes no estaban
satisfechos con las ideas que el “arquitecto” les vendía, bajó el nivel de
trabajo, al grado de despedir de un solo acto a sus empleados. Al hacer entrega
del local a su nuevo propietario, literalmente Felipe se llevó nada. No era que
hubiera mucho que llevarse, pero deseaba que los recuerdos de esa época feliz
se quedaran encerrados allí.
Ahora, años después, Felipe logra terminar la profesión de arquitecto;
después de haber regresado las aguas al cauce en lo que respecta a la presencia
de Ana Minerva de nuevo en su vida, inician una nueva etapa tanto en lo
personal como en lo profesional, comenzando desde cero, Felipe comienza a
recuperar su anterior prestigio como diseñador, Ana Minerva ahora es más que
una simple asistente: es la socia que aportó una parte del capital para que el
sueño de Felipe no se perdiera. En caso de una ruptura, ella no se iría con las
manos vacías, mucho menos acusada de delito alguno.
Gira su delicada muñeca para mirar el exquisito reloj de pulsera que le
indica la hora: las 11:00 menos cuarto, extraño que Felipe aun no llegase.
¿Será que se arrepintió de su decisión? ¿Le ocurrió otro accidente? Su mente no
estaba quieta, por lo que se obliga a sentarse frente a su ordenador para
intentar continuar con sus labores. Rato después escuchó el potente motor de un
camión, murmullo de voces llegó a sus oídos aunque no pudo entender que decían.
A través de las cortinas de encaje, vio que dos hombres jóvenes dejaban en el
jardín delantero algunos muebles. Los observó al partir. Justo en ese momento
un auto ocupa el lugar del camión. Hace sonar el claxon, Felipe mira al
conductor, con paso lento se agacha sobre la ventanilla del copiloto, la charla
dura breves instantes, podría estar segura que Felipe está enfadado, pero
desconoce si es a causa de la persona con quien habla. Da la espalda al
conductor del vehículo y se encamina para entrar a casa, más de repente da la
media vuelta y sube al lado del desconocido. Desconcierto total. El conductor
gira para tomar el carril contrario y una sensación de deja vú inunda a una de
por sí intranquila Ana Minerva.
La tranquilidad inundaba la cafetería a donde Felipe y Abigail llegaron
para, ¿Qué? En el trayecto, los dos permanecieron en silencio, como sopesando
que decirse el uno al otro. En un momento dado, ante el incómodo silencio,
Abigail encendió la radio y la música inundó el ambiente. No fue sino hasta que
se instalaron en una mesa al fondo del local que Abigail rompió el silencio, y
le costó un gran esfuerzo, le recordaba las veces que intentó cortar tela
gruesa utilizando unas tijeras con poco filo. El resultado fue una tela
desgarrada, con colgajos por todo el borde. Y no desea que su reencuentro con
Felipe vaya por ese sendero.
-¿Cómo me encontraste? –Felipe arroja la pregunta si emoción alguna, si
Abigail esperaba encontrar alguna emoción, ese no era el momento.
Da primero un sorbo a su café, despacio, saboreándolo con intensidad, o
escogiendo con cuidado las palabras para su respuesta.
-No fue algo que yo buscara. En una de mis clases, alguien te mencionó,
alisté el oído y escuché el nombre de tu página web. Me di a la tarea de
localizarte, y aquí estoy. – encoge los hombros y sonríe.
Felipe apenas curva sus labios, mira a su interlocutora, recuerdos que
creía olvidados vuelven a su memoria, despertando sentimientos encontrados en
él.
-¿Idelfonso sabe que estás teniendo esta charla conmigo?
Abigail baja la mirada.
-Algo me dice que no. –Sonríe y se lleva a la boca el tenedor con un
trozo de tarta de chocolate- Pasan por problemas, ¿o me equivoco? –No obtiene
respuesta a su pregunta- No, no me equivoco. –contesta al unísono. –De lo
contrario no estarías aquí conmigo.
-Las cosas no fueron como yo esperaba. Idelfonso solo necesitaba cumplir
un requisito ante su círculo de amistades, una esposa para tener acceso –dibuja
comillas imaginarias en esta palabra- a proyectos profesionales entre sus
conocidos, siendo soltero y con la fama de mujeriego que arrastra a cuestas,
representaba una amenaza para los matrimonios de sus colegas. Y mi papel es
solamente ese: la esposa del arquitecto Treviño. La llave que le abre puertas.
–a Felipe no se le escapa la amargura que lleva la voz de su antes amiga.
Un momento de silencio.
-Y tu Felipe, ¿que ha sido de ti?
Felipe esboza una sonrisa tímida, mira a algún punto en el horizonte. No
está en su mano aclarar la diferencia entre los sentimientos del pasado con los
de su presente. La mujer que tiene enfrente despertó el amor en él, también le
hizo pasar por momentos muy oscuros. Sabe que no está en condiciones de
proponer ni decidir nada. El tiempo le ayudará a tomar una decisión acertada.
-Concluí mis estudios, claro que no con las notas que llevaba en…-hace
un gesto con la mano para restar importancia a su comentario- logré el título
de arquitecto, el despacho anterior desapareció. Ahora estoy comenzando de
cero.
Le pareció ver que los ojos femeninos brillaban. Quiere creer que es por
la emoción de reencontrarse. Abigail, en cambio, percibe la mirada tierna que Felipe
le dirigía solo a ella. Su mente teje
sueños, unos sueños que ahora están muy lejos del reino que desdeñó.
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