Al encuentro con el pasado
Capítulo V
Ana Minerva
Todas las piezas toman su lugar. De un tiempo a la fecha, notó las miradas y sonrisas burlonas, tuvo la impresión de que sabían algo de ella que ella misma desconocía. Las conversaciones cambiadas de tema con brusquedad; los incómodos silencios que quebraban las charlas y que continuaban flotando en el ambiente aún después de que su presencia se hubo retirado.
Desliza el sobre y los documentos hacia Ana Minerva, parada frente a él,
ni siquiera tuvo la delicadeza de pedirle que se sentara. Era obvio que no
desea prolongar más de lo estrictamente necesario aquel momento. Evita mirarla
a la cara, centrando su atención en la idea que estaba dejando plasmada en
papel.
-Aparte de tu indemnización legal, te agregué una compensación por tu
excelente labor al frente de este despacho. Es más que suficiente para que
cubras tus gastos mientras encuentras otro trabajo.
El hecho la toma por sorpresa. Como recibir un baño de agua helada. Ana
Minerva enmudece, no sabe que decir. El día que llegó al despacho, encontró un
puesto deshecho, sin pies ni cabeza. Le costó lo suyo hacer que la palabra
Asistente tomara forma, llenó las funciones del puesto, modificó las que ya no
eran funcionales y agregó otras cuantas. Y de un momento a otro, le dicen que
ya no es necesaria. Su mundo se desmorona, eso es obvio. Está perdiendo, sin
motivo justificado, su trabajo, pero sobre todo al hombre que ama. Luego de
algunos minutos logra que las palabras salgan de su garganta:
-Sea lo que ya no te guste de mi trabajo, podemos resolverlo sin llegar
a este extremo…-el silencio es tan pesado que puede oírse caer un alfiler, se
atreve a plantarle cara a Felipe, toma asiento frente a él, le retira de la
mano el lápiz con que esboza y lo deposita con suavidad en el lapicero de
plástico, en un intento desesperado por tener su atención, como respuesta, el
hombre vuelve el rostro para no verla.- No puedes decirlo de mejor manera: mi
excelente labor, y eso me da el derecho de exigir una razón que justifique esta
decisión tan absurda… -toma sus manos entre las suyas. Con una brusquedad que
raya en la violencia, Felipe se deshace de la caricia.
-No me toques, -alza la voz sin importarle que algunas miradas,
intrigantes unas, maliciosas y burlonas otras, se vuelvan hacia ellos. Ana
Minerva se centra en Felipe, sabe que el cotilleo no ha hecho más que comenzar
y que ella será el alimento.
-No es necesario que alces la voz, -disimuladamente mira por puerta
abierta, Felipe tiene la costumbre de conversar con puertas abiertas, pues “todo
lo que se conversa es de trabajo y nada más”- todos nos miran. –La mujer espera
un comentario, una respuesta, algo, pero solo está ese pesado silencio, en el
que se escucha hasta el ruido de un alfiler al caer. –Mira, si es por lo que te
escribí…
-Basta. –deja caer sobre el escritorio un fuerte golpe, Ana Minerva por
instinto retrocede sobre el respaldo de la silla- No quería hacerte sentir mal,
lo mejor hubiera sido que te marcharas sin preguntar…-suspira, clava la mirada
en el diseño que tiene frente a él, con toda seguridad sopesando lo que va a
decir.- Tengo en mente a otra persona para que ocupe este puesto. Y no, no es
ninguna de tus compañeras.- se anticipa a decirle a Ana Minerva al ver la duda
en la mirada de ella- Es una compañera de clase, futura arquitecta también,
como yo, -esboza una débil sonrisa y Ana Minerva nota que los ojos de Felipe se
iluminan al mencionar a la desconocida- Le he ofrecido que trabajemos juntos,
aun no me ha dicho nada, pero…
Ana Minerva suma dos más dos, y sabe que a la desconocida es a quien
corresponde las atenciones y el amor de Felipe. No necesita preguntar. Es la razón
por la que Felipe no contestó a su carta. Y no contestará nunca. Las palabras
que siguieron a continuación rasgaron el corazón de Ana Minerva.
-Me pidió que no te tuviera cerca de mí.
-¿Le hablaste de mí?
-Siempre le hablé de ti, no hubo conversación en la que no aparecieras tú.
Observó mi actitud reflexiva durante algunos días, y se acercó a preguntar si me
iba bien, necesitaba comentarle a alguien lo que me hiciste saber en aquella
carta. –el rostro de Ana Minerva se fue tornando en un rojo carmesí- y su…consejo
–remarcó unas comillas imaginarias- fue la decisión que acabó de comunicarte.
Discretamente, Ana Minerva borra una lágrima que corre exquisita por su
mejilla.
-No tenías el derecho de exhibirme de esa manera, esas palabras eran solo para ti, era algo tuyo y mío, no para compartir con otra persona, por más compañera o arquitecta que sea…Me exhibiste ante esa mujer y ahora me exhibes ante mis compañeros de trabajo. –toma los documentos y estampa su firma en ellos, retira su cheque y se levanta, marchándose en silencio.
Continuará...
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