Al encuentro con el pasado
Capítulo IV
Ana Minerva
Preocupación donde debiera habitar la emoción y la seguridad. Ana
Minerva pasea por la habitación, observando los últimos toques que le ha dado.
No repara en recursos para que su futuro, casi esposo se encuentre cómodo y a
gusto en su nuevo hogar. Dios!! Cuanta paciencia y atenciones han costado que
Felipe por fin decidiera llevar su
relación a otro nivel. La cama de matrimonio en que ella tanto tiempo durmió
sola y que vestía con sábanas y edredones en color lavanda, beige, celeste, de
hoy en adelante lucirá de pulcro blanco. Gusto de Felipe. Así como las paredes
después de ser rosa pastel también ahora serán blancas. A Felipe así le gusta,
y a ella le gusta también. Los adornos son solo de ella, por ahora, con el
tiempo ya Felipe aportará su granito de arena para la decoración. Tanto que ha
esperado por este día, y los nervios han hecho un nudo su estómago: le impide
disfrutar de su momento de gloria. Un
sabor a triunfo usurpado. Su insistencia ocasiona que Felipe tome
decisiones de las que aún duda. A través de la ventana, el sol se derrama como
un manto invisible sobre la jovencísima mañana, ahogándola en calor y a la vez
brindando vida; mientras ante sus ojos,
una película antigua aparece para sembrar cizaña en un hermoso pero engañoso
campo de coloridas y aromáticas flores. Un paso en falso y ¡boom¡ una sorpresa
puede estallarle en pleno rostro.
Laboraba como asistente administrativa en el pequeño negocio de diseño
de fachadas arquitectónicas, propiedad de un Felipe con ganas de proyectar, y
vender, más que simples diseños, y para conseguir ese sueño, el hombre tuvo que
inscribirse en la facultad de arquitectura. Ana Minerva admiraba al jefe, el
emprendedor, el que intentaba ser algo más que el patrón de sus subordinados.
Sin darse cuenta, algo comenzó a cobrar vida entre los dos. Ese sentimiento
podía palparse en el ambiente. Sin embargo, Felipe era incapaz de mencionar el
asunto, por lo que ella decide acelerar las cosas. Y prepara una cena especial
para Felipe por motivo de su cumpleaños, y un segundo propósito: le hará saber
a Felipe sus sentimientos hacia él.
Ana Minerva repara en la estancia donde esperan todavía unas cuatro personas, en cuyas caras se nota el cansancio acumulado del día; la charla ha bajado de intensidad y los bostezos comienzan a hacerse presentes; la comida ya se ha enfriado, por lo que habrá que recalentarla.
-Ya son las diez Ana Minerva, -la voz cantarina de la contadora
interrumpe sus pensamientos- Felipe debió haber llegado desde hace un buen
rato, solo iba a presentar un examen a las siete de la tarde y regresaba a la
oficina. Ahorita ya no son horas para estar presentando exámenes…-deja la frase
en el aire, a Ana Minerva no se le escapa la intriga que despide el tono de su
compañera.
-Tienes razón Caterina, -contesta Ana Minerva con un deje de desánimo en la voz.- La gente que se quedó
para acompañarnos ya debe estar hambrienta, algunos ya se fueron. Muchachos,
acérquense para cenar, por la hora que es, el homenajeado quizá ya no llegue, pero nosotros cenaremos y brindaremos
por él.
Ya sola en su casa, un sentimiento difícil de describir se apodera de Ana Minerva. ¿Molestia? ¿Celos? ¿Angustia? Mira la tarjeta de felicitación que iba a entregarle a Felipe, junto con un sobre aparte, que lleva escrito en el dorso “ser leído en privado”. Se siente ridícula. Las palabras de Caterina sobre que no eran ya horas para estar en exámenes comienzan a encender las alarmas en su cabeza; cae en la cuenta de que en Felipe se ha provocado un cambio, tan sutil que le hubo pasado desapercibido hasta ese momento, no sabe lo que es y al mismo tiempo teme saberlo.
-Ayer ya no regresaste a la oficina, ¿qué te pasó? –interroga Ana
Minerva a su jefe con toda tranquilidad.
-Los compañeros y yo fuimos a cenar por ahí, -levanta para ver a
contraluz el diseño en el que ha estado trabajando- además, el cierre del
despacho es justo a las siete, no tenían por qué esperarme ni yo por qué
regresar, ¿no te parece lógico? –en un principio Ana Minerva no supo que decir,
sintió que la voz de su jefe dejó traslucir un dejo de molestia, y ella no
estaba acostumbrada a que Felipe le contestara de esa manera.
-Muy lógico, pero ayer fue tu cumpleaños, te preparamos una fiesta
sorpresa, por eso te insistimos en que regresaras al finalizar la clase…
Felipe no dejó de trabajar en el plano.
-Ah, eso…
-En el refrigerador está la tarta completa, si quieres al terminar la
comida te felicitamos y la repartes, ¿cómo ves? –ante la indiferencia de Felipe,
Ana Minerva deslizó la tarjeta de felicitación junto con el sobre en el
escritorio donde Felipe plasmaba su imaginación. Este miró con indiferencia lo
que su asistente le entregó sin dejar de dibujar ni mencionó palabra alguna.
Dándose cuenta de que no obtendría respuesta, dio media vuelta y dejó solo a su
jefe.
-Quizá no es el momento para entregarle mi carta, que tonta, debí
esperar…-se muerde el labio inferior y suspira- bueno, lo hecho, hecho está...
Felipe pasa el resto de la jornada encerrado en su despacho, pide que nadie le interrumpa, Ana Minerva incluida, “tú menos que nadie” le hubo dicho al momento de hacerle saber su orden. Un sentimiento que no supo identificar se hizo presente en forma de sensación desagradable en su estómago; ignoraba que estaba pasando con su jefe, quien hasta el día anterior había sido su compañero y amigo. Felipe acompañó a sus empleados en la comida, bromeó con ellos, pero respecto a Ana Minerva se mantuvo distante; apenas la miró y en cuanto ella tomó lugar al lado de él, éste, sin disimular en lo más mínimo, se levantó para ocupar un asiento al extremo de la mesa. Por consideración o respeto a su compañera, nadie hizo alusión al asunto, aunque tarde o temprano murmurarían por detrás…
Continuará...
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