El Todopoderoso

 











Lleva un buen rato de espaldas a sus vecinos de la celda de enfrente, con la cabeza pegada a la pared y golpeando la misma con los puños.

Sus vecinos burlones lo miran y hacen chistes a su costa, más Carlos no les presta atención, ocupado en comprender el enorme problema que tiene encima, la llama de su infidelidad ha provocado que ardiera el bosque de su libertad, y está consumiéndose en él. Sin importarle las burlas de sus compañeros, deja escapar lágrimas silenciosas, se permite llorar como lo hacía de niño, cuando mamá y papá estaban ahí para levantarlo de las caídas, para defenderlo de cualquier situación que lo pusiera en peligro. 

Ahora sus padres ya no están, sus hermanos lo desterraron de sus vidas al ver que se dedicaba a cosas que no le hacían el menor provecho, y su esposa fue capaz de urdir un plan para deshacerse de la amante de su marido y enviar a este a prisión por un crimen que no cometió. Melanie era el demonio disfrazado de suave paloma.

Cuando los deseos de llorar hubieron saciado, se recostó en su camastro. Durmió. Y se ve a sí mismo mirando a través del cristal de una enorme ventana desde las alturas. Contempla todo lo que lo rodea, y sabe que puede tenerlo. Tiene el poder que da el dinero. Lujos, comodidades, mujeres…

                                     

En un municipio vecino, a unos tantos kilómetros de distancia, un grupo de personas sin techo, ahogadas en el mar del alcohol y de otras sustancias prohibidas, se reparten las pocas prendas de vestir que en su momento fueron de Melanie, así como sus pertenencias: un espejo, una cajita musical, unos cuantos libros, accesorios de bisutería barata, un bolso imitación D&G; una bolsa plástica de supermercado con algunos comestibles. La mujer quien hace algunas horas abordó un autobús con rumbo lejano, yace dormida al lado de unas cuantas botellas vacías de vodka. 

                                     

El vaivén del autobús y el aire acondicionado le adormecen al tiempo que la sublime estampa de los arboles con el sol de media tarde llena su mirada. Cielo azul, nubes difusas, casitas perdidas entre los espesos bosques… Una sensación que ya había olvidado. Imagina la vida transcurriendo entre esas paredes en el calor sofocante, y con el frío de enero calando en los huesos…Fue un gran acierto haberse marchado de casa luego de una discusión pública con Carlos. Los vecinos tras cortinillas la vieron salir llevándose sus escasas pertenencias. Actuación sin error. Se deshizo por medio del fuego de todo lo que no necesitaba, fue una suerte que todo ardiera sin contratiempo en aquel baldío de carretera y sin llamar la atención de nadie. Una indigente aceptó las migajas y pocas monedas que le regaló a cambio de hacerle un pequeño favor. Viaja con casi nada de equipaje, en un sobre plástico guarda sus documentos de identidad, su pequeña cartera la trae consigo en la bolsa de su saco, un saco gris jaspeado de blanco, el único del que no quiso desprenderse, pues proporciona una imagen elegante y ejecutiva. Antes de conocer a Carlos se ganaba el sueldo laborando como asistente directiva en una empresa de telecomunicaciones, por lo que la imagen física era su carta de presentación. Ahora volverán esos tiempos, se dice con suficiencia. Regresa a casa, con los suyos, con la esperanza de un nuevo comienzo. Los escombros físicos y del corazón quedan donde es su lugar: en un yermo desolado.    


Fin.


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