El Todopoderoso

 









Desubicado, sorprendido, y con el intenso dolor dibujado en su cara  provocado por los golpes recibidos a manos de los policías que lo aprehendieron esa mañana, Carlos observa la pequeña bolsa traslucida que contiene un dije transparente en color rojo, el color preferido de Adela, colgando de una cadenita plateada.

-¿Lo reconoces? –pregunta el esperpento, sosteniendo en alto la bolsita plástica, a una distancia prudente para que el detenido pueda observarlo en plenitud.

-Es de Adela. –la voz apenas puede salir de su garganta.

-Querrás decir que era de Adela. Sabes quién era Adela. Y sabes que estás en la policía ministerial, ¿verdad? –un débil asentamiento de cabeza por parte del sospechoso le da luz verde para continuar con su trabajo.- ¿Y sabes por qué?

Transcurrieron varios minutos en los que Carlos intenta acomodar las piezas en el sitio correspondiente dentro de sus recuerdos, lo último que su mente trae a flote es que salió de su trabajo y fue a una taberna para beber un poco y luego marchó a su casa. A partir de ese momento una nebulosa envuelve su memoria.

Aplana el botón del timbre, Melanie tarda en abrir. Rayos! No quiere buscar sus llaves, las trae siempre consigo pero no las encuentra. Bah! Para eso está Melanie, para que le abra la puerta sin importar la hora que llegue a casa, y lo atienda como es debido. Pero esa noche su esposa no lo atiende, por lo que el señor de la casa rompe el vidrio de la ventanilla de la puerta principal, introduce el brazo para hacer girar el picaporte y listo: ya está dentro de casa.  A trompicones se abrió paso entre el nada llamativo mobiliario, más bien ordinario sin llegar a lo vulgar, no nuevo pero bien cuidado. El silencio lo recibió con los brazos abiertos y lo condujo suavemente a la habitación que comparte con Melanie, quien supuso que por la hora, debía estar profundamente dormida. Su último recuerdo es haberse tirado sobre la cama y el olor floral que la sábana desprendió.

-No…-mueve la cabeza negando- salí del trabajo a eso de las 7:00, 7:30. –mira la mortecina bombilla, como deseando que esa luz débil y tétrica le ilumine los recuerdos- Luego me fui a la taberna, estuve tomando unas “chelitas” como hasta las 11:00, no, hasta las 12:00; me acuerdo porque escuché en la radio el himno nacional. De la taberna a casa solo hago 20 minutos caminando. Llegué a casa y me fui directo a la cama, ya no aguantaba el sueño.

Esperpento mira sin emoción alguna al hombre que tiene frente a él.


Continuará…


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