El Todopoderoso

 







En su mano izquierda sostiene la lonchera con la vianda de comida recién hecha que le lleva a Carlitos, lo menos que merece después de que se afana trabajando desde la mañana hasta la primera oscuridad nocturna. Apenas ha recorrido unos metros cuando en la acera de enfrente la ve venir, desbordando seguridad en su andar y sensualidad en sus movimientos, cualidades de las que echó mano para intentar atrapar a Carlitos. Aunque ahora…nota algo distinto en su apariencia. Unos kilos de más, seguro que es eso. Vuelve atrás tres meses, una tarde en que destrozada por el resultado negativo en su examen de embarazo, decidió llegar directo a casa de Adela para desahogar su pesar en la cocina de su amiga, tomando café con sabor a canela y un trozo de tarta de frutas. Quizá sus toques no fueron lo demasiado fuerte para ser escuchados, pero oye trajinar dentro de la casa, por lo que decide entrar. La puerta está abierta, el cuchicheo proviene de alguna parte pero no hay signos de Adela en la sala ni en la cocina, donde no pasa desapercibido el desorden de vasijas sucias en el fregadero, ni el olor a aceite requemado, con lo golosa que es Adela seguro que estuvo hartándose de frituras de harina aderezadas con salsa picante y acompañadas de refresco de cola. Revisa el patio a través de la ventana que no ha sentido la fricción de un sacudidor desde tiempo inmemorial. Las moscas se dan gusto sobre una bolsa de basura que está abierta y de la que escapa un olor nauseabundo. Nada. Se encamina hacia la recámara, quizá su amiga no se encuentre del todo bien y esté tomando un descanso. El murmullo se va haciendo más nítido, y ubica de donde procede: la recámara de su amiga. Reconoce al instante la voz de Carlos, Carlitos. Jadeos y risitas juguetonas, de placer, se tatúan a fuego en sus oídos. Abre despacio la puerta y ve a su amiguísima Adela cabalgando sobre el hombre que está tumbado de espaldas, y que no es otro que su Carlitos, gimiendo de placer que el cuerpo casi perfecto de Adela le proporciona. Las poses y movimientos sensuales de la mujer obligan a Melanie a pensar en una profesional del sexo. El corazón late con fuerza, siente la boca seca y un nudo en la garganta le impide hablar. Cierra la puerta y procurando no hacer ruido abandona el lugar. Sin decir palabra ni pedir explicación la amistad ha terminado por su parte. En cuanto a Carlos, bueno, ya encontrará la manera de hacerle pagar su engaño… Obnubilada por sus recuerdos, siente que pisa algo oculto por la hierba crecida y la hace trastabillar. Se recompone de inmediato y un brillo metálico entre la hierba atrae su atención. Remueve los hierbajos con el pie y una mentada escapa de su boca al reconocer lo que es. Instintivamente retrocede, como si se tratase de una serpiente venenosa. Duda si tomarlo o no. Segundos luego levanta el pequeño objeto color plata, con miedo al principio, más luego le agrada la sensación de sentirlo en su mano, acariciándolo suavemente, como si fuera una figurilla delicada en riesgo de quebrarse de un momento a otro. Lo guarda en su bolso antes de que atraiga la mirada de alguien. 


Continuará…


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