El Todopoderoso


 

No es la primera vez que encuentra la escena que hoy se despliega ante sus ojos. La puerta estaba sin llave, acceso libre para todo el que tenga asuntos que tratar en Meléndez Arquitectos; y como la secretaria no estaba en la recepción para atender los pendientes, obvio pasa de largo hasta llegar a la oficina principal. Escucha una  voz masculina rayando en la coquetería y la reconoce en el acto, es la de su esposo Carlos Meléndez. La voz femenina debe ser de Melanie, la asistente, es la única secretaria que por el momento presta sus servicios en el despacho; pero ríe con naturalidad.

Empuja un poco la puerta, que para su fortuna solo está entornada y ve a Melanie sentada a horcajadas sobre Carlos, su blusa están completamente abierta y a media espalda, dejando al descubierto los hombros. Es obvio que no trae sostén, no podría quitárselo o ponérselo con la blusa en esa posición, lo que ayuda a que el jefe se pierda entre las generosas tetas de la secretaria. Unas tetas blancas adornadas con pezoncitos color café pálido, generosas, talla 36 quizá; y por el balanceo al moverse queda más que claro que son naturales. Atributos que la madre naturaleza no le entregó y por los que ha perdido a su marido. Ella gimotea y mueve rítmicamente los hombros, encantada con las caricias, mientras Carlos lleva sus manos bajo la falda para acariciarle los muslos.

Recuerda que tiempo atrás encontró a Carlos sentado en el cómodo sofá con su secretaria en turno, la tenía boca abajo sobre sus piernas, tetas al aire mientras le acariciaba el frondoso culo. Esa vez pasó de largo y sin avisar se adentró en la oficina, luego de los consabidos gritos y reproches, Adela tomó la ropa de la amante de su esposo y se la llevó, para depositarla luego en un contenedor de basura, por cierto, bastante lejos de ahí. Y que la mujerzuela aquella se las arregle como pueda. Su pequeña victoria se vio ensombrecida por una dosis diaria de violencia psicológica.  

Controlando difícilmente la ira que se apodera de ella, Adela da débiles toques en la puerta, decide no avergonzar a la secretaria por lo que espera unos segundos para entrar. Su mirada desborda ira y la tiene fija en Melanie; observa su vestimenta recatada que dibuja una silueta agradable a la vista. ¡Dios, que habilidad para acomodarse la ropa! En un primer momento, una estela de fuego trepa hacia el estómago de Melanie desapareciendo igual que llegó, ésta busca la mirada de su jefe y nota el mismo desconcierto en él. ¿Adela alcanzó a verlos retozando? La asistente está segura que sí.

-¿Interrumpo algo o… me invitan a su reunión? –el sarcasmo y el enojo acompañan la pregunta de Adela.  

-¿Por qué entras de esta manera Adela? ¿No sabes llamar a la puerta antes de entrar? –la voz de Carlos se escucha tranquila, más tras ella se esconde un enojo, pero no es el momento para dejar que su otro yo tome el control de la situación, si lo hiciera, la imagen de esposo modelo se haría añicos, y lo más vergonzoso, delante de Melanie.

-Como tu esposa –señala con el dedo índice haciendo un marcado énfasis en estas palabras- tengo la libertad de entrar y salir de esta oficina según necesite. Recuerda querido, este piso lo paga mi padre, y por lo tanto tengo libre acceso al mismo.

-Si me necesitan estaré en recepción. -Melanie adivina el derrotero por el que se conduce Adela, y prefiere retirarse a continuar con sus labores. En lo personal, opina que la ropa sucia se lava en casa. Aunque ella forme parte de esa ropa sucia, con olor desagradable.- Comenzaré a trabajar en lo que has pedido. –Le dirige a Adela una mirada cargada de burla, y con actitud de triunfo sale de la oficina cerrando suavemente la puerta tras de sí.

No lo vio venir. El impacto contra su estómago la obligó a doblarse y cayó de rodillas al piso, el contacto con la realidad se volvió prácticamente nulo mientras sus pulmones intentaban con desesperación llenarse de aire. Miraba aquellos zapatos de vestir de diseño, sin cordones, de cuero, formales, negros y brillantes que vestían los pies de Carlos ir y venir en círculo alrededor de ella. Todo se detuvo durante algunos minutos; vio a Carlos detenerse frente a ella, y apoyando una rodilla en el suelo se inclinó hasta que sus rostros quedaron uno frente al otro, le retira con amabilidad los mechones que en ese momento le cubren el rostro; desliza su mano hasta la nuca y la jala del cabello obligándola a levantar la mirada. La distancia que los separa es milimétrica, ella huele su aliento a café y a cigarrillo mentolado.

-Escúchame bien pequeña insignificante, lo diré por única vez: no vuelvas a poner un pie en mí –recalca esta palabra- oficina, y menos a restregarme en la cara que mi suegro paga la hipoteca de este piso. Espero…

No alcanzó a terminar la frase. Soltó con brusquedad a Adela al estallar el dolor en su área genital. En posición fetal yace en el piso, apretando los dientes para no gritar.  

El bolso se encontraba a su derecha, Adela recordó que dentro de él traía sus pesas de mano, no dudó en tomar una y asestar un golpe en la entrepierna masculina para liberarse del violento ataque de su marido. Mientras éste recuperaba la compostura, ella se levantó, se arregló el cabello, se dejó caer en el sillón ejecutivo de respaldo alto exclusivo de Carlos, en ese sillón que no permitía sentarse a nadie, excepto a Melanie, claro, y miró al desconocido que tenía delante de ella. Carlos aún cursaba los últimos semestres de arquitectura cuando ingresó a laborar en la constructora propiedad del padre de Adela, donde la también arquitecta era la administradora general, puesto que no obtuvo solo por ser hija del dueño, pues al igual que todos los empleados fue escalando posiciones, desde fungir como recepcionista, entregar avisos a domicilio, realizar trámites ante dependencias oficiales, inspeccionar sitios de trabajo, y por último, integrarse al equipo de diseño; donde por la carga de trabajo se requirió de una persona para auxiliar en las labores. Carlos aprobó los exámenes reglamentarios para formar parte de la empresa. Adela notó su potencial, por lo que lo solicitó para complementar su equipo. Ese fue el principio de su desdicha. Los motivos que impulsaron a Carlos a “enamorarse” de ella fueron económicos. El corazón masculino no iba incluido en el contrato, como dolorosamente comprobaría más tarde Adela. Ella  ama en verdad a Carlos, le ha parido y criado dos hermosos hijos, dejó de lado sus ambiciones y sueños profesionales por formar una familia y ¿cómo le paga ese barril sin fondo? Con infidelidad. No queda nada de aquel hombre íntegro y seguro de sí mismo del que se enamoró. Hoy es solo un envase de plástico opaco, vacío. Comprendió la infeliz realidad después de sufrir maltrato físico y emocional. Las manos le temblaban cuando sacó su espejito de mano, con toda su dignidad bien puesta se retoca el maquillaje y se aplica una nueva capa de lápiz labial. Transcurridos algunos minutos se levanta, desliza la correa del bolso por el hombro y camina con paso decidido hacia donde yace su marido. Se arrodilla para acercarse a él.

-Perderás tu virilidad si vuelves a tocarme. –susurra al oído de Carlos con aquel tono almibarado con el que tantas veces le dijo “te amo”. Aún en medio del dolor, Carlos escucha las palabras de Adela. Acaba de demostrarle que habla en serio.

Al pasar por recepción, Melanie se encontraba de espaldas a ella, hablando por teléfono al tiempo que tomaba algunas notas. Esperó algunos segundos, pensando si dedicarle una plegaria o no. Al final decide seguir de largo sin despedirse.  

Continuará…                           


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