El Todopoderoso
Arturo Segura es un hombre que a sus 70 y pocos añitos tiene la
vitalidad de un joven en su treintena. Alto, con el pelo completamente cano
peinado con raya al lado, utiliza gafas de montura metálica que le otorgan la
apariencia de profesor universitario. Es el propietario del edificio de
oficinas donde Carlos labora como personal de limpieza. Llegó hasta sus oídos
el rumor, quejas mejor dicho, de que el susodicho de repente se extraviaba de
sus quehaceres y don Arturo decidió pisarle los talones. Llegó justo en el
momento que su trabajador subía a la octava planta armado con cubeta,
rastrillo, escoba, bolsas para la basura y trapos para sacudir. La limpieza de
la bodega no debe llevarse más de treinta minutos, ya que es un área que tiene
poco uso y con una barrida rápida y quitar el polvo de vidrios de las ventanas
se mantiene limpio. El caso es que ha pasado casi dos horas y el tal Carlitos
sigue perdido entre cachivaches viejos. Por lo que se da a la tarea de entrar
en la bodega, la puerta está perfectamente engrasada y no hace ruido al
abrirse, se da cuenta que hay basura acumulada, los archivos y otros muebles
están en desorden, y las ventanas sucias, lo que provoca en un amante del orden
y limpieza como él gran molestia. Entonces lo ve. Durmiendo en una silla vieja
colocada entre dos archiveros metálicos. Se acerca y un gesto de asco deforma
sus agradables facciones al notar que al hombre le escurre un hilillo de baba
por la comisura de la boca.
Su pesada mano golpea con brusquedad la
mejilla del durmiente.
-Levántate flojonazo!! Mira que dormir en horas de trabajo…
Aturdido, abre los ojos y mira a su suegro, porque es su suegro, ¿o no?
desconoce a qué viene esa actitud agria y semblante mal encarado hacia él.
-Hay que limpiar todos los vidrios del edificio, mientras tus compañeros
se mueven como hormigas, tú estás aquí durmiendo la mona. A jalar, que para eso
te pago. –levanta el brazo, haciendo amago de soltarle un golpe al más perezoso
de sus empleados.
Carlos se cubre el rostro con las manos para protegerse del golpe que no
llega; oye el portazo que Arturo deja tras de sí, se levanta, mira su overol
sucio, y maldice para sus adentros. Mira con desgana el agua turbia que lo
espera en el cubo de plástico junto con el rastrillo, una indeseada pareja
burlándose de él y de sus sueños.
Ya libre de la presencia de Don Arturo, Carlos pone manos a la tarea,
dedicado a sus quehaceres, no advierte que hay compañía a sus espaldas.
Continuará…
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