El Todopoderoso


 








Sedujo sus sentidos, al grado de convencerlo para adquirir, en jugosos pagos obviamente, ese piso.

 

Divina. Esplendorosa. La verdad, no hay palabra que pueda calificar a plenitud aquella bella estampa. Pared de cristal, del techo al suelo. Desde la planta 28 de un lujoso complejo de apartamentos, Carlos deleita su vista con el verdor de los cerros y aquella niebla densa, que otorga un plus fantasmal a la ciudad. Se pierde dentro de la pintura viva que se exhibe ante él. Con las manos dentro de los bolsillos de su abrigo largo, camina de un lado a otro de la estancia; la vista es magnífica desde cualquiera de las tres paredes de cristal. Casi siente que puede tocarlos al extender la mano.

-Estoy en la gloria- grita entusiasmado, y extiende los brazos simulando abrazar el paisaje que se extiende ante él. Una sonora carcajada estalla en la habitación, al recordar el momento en que presentó su renuncia a Bruno y le hizo saber que desde hace tiempo atendía sus propios asuntos en un espacio de su casa, más la fortuna le sonreía y podía darse el lujo de pagar un piso para establecer su estudio arquitectónico.

-Bruno, Brunito…-expresa con falso pesar, con la vista perdida en el horizonte, para luego soltar una burlona carcajada al imaginar el semblante de su ex amigo, compañero de estudios y socio (mayoritario) de su antiguo despacho de arquitectos.- Me hubiera encantado ver tu cara de póker cuando te enteraste de que tu cuenta bancaria se encontraba en ceros. Y para más inri, sin poder demostrar que fui yo quien la dejó en blanco. –De su garganta brotan más carcajadas que van llenas de burla- Alguien importante debe tener una firma complicada…pero la tuya es accesiblemente falsificable. No demoré mucho en hacerla a la perfección. Tampoco es recomendable –levanta el dedo índice como dando consejo- dejar escritas claves en la agenda que guardas en el cajón sin llave. Creíste que la gallina de los huevos de oro duraría para siempre, más te demostré que no es así. Enriqueciéndote a mi costa, yo creaba, plasmaba en papel, dirigía la construcción mientras tu recogías los pagos y los depositabas directo a tu cuenta personal, que iba engrosando cada día; me pagabas un buen salario, no lo niego, pero nunca sería suficiente por mi creatividad y por mi talento. Ahora yo estoy rodeado de potenciales clientes y tú en un barrio que aunque residencial privado, solo algunos de tus vecinos saben que ejerces como arquitecto. –La sonrisa continúa dibujada en sus labios, al tiempo que niega con la cabeza.- El arquitecto titular, haciendo el trabajo sucio que nunca quiso hacer. Negocio en bancarrota. Quebrado. Y aparte endeudado. Bonito cuadro. –Sonríe malicioso.

Su secretaria, Melanie, debió escucharle, pues de inmediato en la puerta se anuncian unos débiles toques- Adelante Melanie, -se dirige a su sillón ejecutivo, negro, todavía conservando el aroma característico de la piel, y fija la mirada en la pantalla de su laptop, desde donde le sonríe una morena posando en la arena de alguna playa, medio cubriendo sus redondeces superiores con el rizado cabello y vistiendo solo la parte inferior del bikini.

-Me llamaste?

Permanece de pie intentando atraer la atención de Carlos. Melanie es una, ¿cómo llamarla? Mujer, persona, fémina, alrededor de los 40 y pocos años, cursando a esa edad una licenciatura, por lo que tiene cultura y buen trato hacia la gente, y sin ser una belleza, su cuerpo atrae las miradas masculinas a pesar que no viste provocativamente, su ropa es más del tipo ejecutivo, que no logra disimular su generoso pecho y bien torneadas piernas; atributos que Carlos ha intentado una y otra vez conocer más allá de lo que la ropa deja entrever.

-Siéntate, necesito que revisemos las cotizaciones que hemos enviado en la última semana.

Pasados algunos minutos, un cosquilleo empieza a recorrer la espalda de Melanie, sabe que Carlos está parado tras ella, deleitando su vista con el nacimiento de las femeninas tetas que su discreto escote deja entrever. Una sonrisa traviesa curva sus labios; se siente especial por atraer sexualmente a ese hombre joven, guapo, de modales finos, pero sobre todo, de buena cuna pecuniaria. Sabe que su jefe tiene esposa e hijos; al inicio de su relación laboral sintió celos de ella, su rival invisible, hasta que la conoció por medio de una fotografía: bajita, delgada rayando en lo anoréxico, vestida con ropa elegante, y un detalle llamó su atención y originó que los celos se desvanecieran de tajo: aquel vestido ceñido a su cuerpo reveló unos pechos pequeños, quizá talla 32, apenas notorios, como los de una adolescente en desarrollo. En ese momento entiende la razón de por qué su elegante jefe tiene una vasta colección de revistas Playboy: su esposa no despierta en él fantasías eróticas al carecer de pechos abundantes. Busca lo que no tiene en casa. Además, conectando hechos y actitudes, entiende también esas direcciones recortadas de los avisos de ocasión del periódico local: “excelente servicio y discreción a nivel ejecutivo”. Oh, sí!! Ya que un profesionista de su nivel, hijo de familia de buenas costumbres y que ha formado una familia propia, no iría a buscar sus necesidades en tugurios oscuros, con mujeres de mala tacha.

Escucha la voz de Carlos en la lejanía, hablando de cemento, castillos, dando opciones de objetos de decoración, mientras ella teje historias en su mente: se imagina al lado del flamante arquitecto como novia, amante, o como la gente quiera llamarlo. Sería una magnífica idea que alguna noche fuera por ella a la facultad, así le demostraría al estúpido de Roberto que no es necesario tener veintipocos años para atraer a un hombre guapo y con clase. Asiente a lo que su jefe le dice sin poner atención; de repente un incómodo silencio se instala en la habitación. Ya tarde cae en la cuenta de lo que es.


Continuará…


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