Crucigramas
Los crucigramas no aparecen por ningún sitio. Mirthala
busca con impaciencia en cada carpeta de los escritorios, del librero y de la
charola porta documentos. Nada. La invitación aquí está, pero los gráficos
resueltos no y estoy segura que los dejé dentro del sobre. Y la clave para
entrar al sistema informático la anoté al reverso de alguna hoja.
Definitivamente hoy no es mi día.
5.00 de la tarde
La mesa de prístino cristal luce
arreglada con esmero. Cuatro lugares, platos, cubiertos, copas para agua y para
vino, servilletas, el centro de mesa es un sencillo jarrón de cristal con
lirios blancos, amarillos y rosas rosas. La araña de cristal blanco y arena que
pende del techo despide una tenue luz y el candelabro plateado da el toque
romántico. La cristalería luce impecable, la cuchillería de plata lanza
hermosos destellos bajo la luz de la araña de acero y cuentas de cristal. He
dispuesto todo para que sea una grata velada. Miro con satisfacción el arreglo
de mi comedor. Me esmeré en hacer que esta sea una cena especial, no todos los
días el esposo de una es elegido gobernador del estado. Faltan aún varias horas
para que Adrián regrese a casa. Estoy nerviosa, sé que lleva ventaja sobre los
demás candidatos, pero siempre hay sorpresas de última hora. Cruzo el pasillo
que separa el comedor del living room y me recuesto en el sillón. Enciendo el
televisor, aparece en la pantalla esa reportera cínica, que tanto criticó a
Adrián. No soporto su actitud arrogante, el tonito cargado de burla y desprecio
hacia la gente... sobre todo hacia Adrián y nosotros como familia y todo lo que
él representa para la sociedad. Decido no dar importancia a detalles
minúsculos, tal es que ni siquiera sé su nombre. Prefiero escuchar la terapia
del momento que he adoptado para tranquilizarme y limpiar la mente de
pensamientos oscuros: el sonido relajante del agua al correr. Me estoy
adormeciendo. Las imágenes desfilan ante mis ojos, sin prestarles atención. Un sopor comienza a apoderarse de mí. ¿Me estoy quedando dormida? Imposible,
he consumido en este rato la dosis suficiente de cafeína para mantenerme
despierta. Ese olor chocante. Dulzón, floral. Cierro los ojos y me envuelve una
sensación cálida, como una manta protegiéndome del frío. Mi memoria vaga entre
recuerdos…
La rabia y los celos encaminaron sus pasos hacia el
sombrío recinto que alguien tuvo la equivocada idea de llamar biblioteca. Aire caliente
y olor a encierro le acarician el rostro al abrir la puerta. Sus ojos captan un
reducido espacio de cuatro por tres metros, con las paredes cubiertas de una
pintura en color café rosado, contrastando con el café oscuro de la puerta
rústica. A la izquierda un estante de madera repleto de libros da la
bienvenida. En la pared opuesta a la puerta de pesada madera, un amplio
ventanal con las cortinas transparentes permiten la visión hacia el exterior.
Se acerca y observa a la pareja pasear en caballo. Aún a esa hora de la tarde,
la luz natural es insuficiente para iluminar la estancia, pues la mayoría del
mobiliario y la duela del piso son en tono oscuro. Ocupando la mayor parte del
centro de la habitación se halla un escritorio acompañado con un sillón de
respaldo alto, ambos deteriorados por el paso del tiempo, sobre el que descansa
un pequeño globo terráqueo, un cubo con algunos bolígrafos, unas tarjetas en
opalina blanca. Dos sillas de visitante y tras éstas un sofá mediano tapizado
en algo parecido a la piel. A la derecha una barra de madera con vasos y copas,
tres botellas de vino y un pequeño refrigerador intentan ser un bar. Ni un solo
detalle de fotografías, cuadros, flores. Una estancia impersonal. Se sienta en
el sillón de respaldo alto, respira hondo, trata de dominar la impotencia y los
celos que la carcomen por dentro. Cuando concibió el plan de alquilar una
cabaña en las afueras de la ciudad, Mirthala nunca imaginó, ni de broma, que
tendría como compañera a la entrometida de Judith. Judith siendo el copiloto de
viaje de Adrián, acaparando su tiempo y sus atenciones, usurpando el lugar que
por derecho le corresponde a ella; en el auto, en la casa, incluso tiene la
seguridad que la muy mustia ya se ha deslizado bajo las sábanas de Adrián. Intenta
distraer su mente, aficionada como es a la lectura, observa los títulos, aunque
ninguno tiene la fuerza para atraer su atención. Hurga en el cajón del
escritorio, esperando encontrar algo más interesante, pero solo encuentra
correspondencia cerrada, facturas de servicios, una agenda sin usar. Desliza la
mano hasta el fondo del cajón, reconociendo al instante la textura de algo
parecido al terciopelo. Coloca el paquete frente a ella mientras retira la
envoltura, una sencilla pero llamativa caja de madera queda al descubierto. A
mi gusto este no es sitio para guardar alhajas, piensa con burla. Veamos, quizá
me encuentre frente al collar de perlas de Isabel de Inglaterra…
La sorpresa la obligó a echarse hacia atrás al ver el contenido.
Continuará...
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