Crucigramas


La mujer

Vive en un modesto departamento, con apenas los muebles necesarios para alguien que no sabe cuánto tiempo permanecerá en el mismo sitio. Le gusta la oscuridad, solo permite pasar la luz por una pequeña abertura de la cortina. En el interior se mezclan el olor a encierro, a humedad y a comida rancia. En la cocina el cubo de basura está al límite y los trastos sucios aguardan en el fregadero a ser lavados. Mira alrededor y hace un gesto de fastidio. No le gusta realizar tareas domésticas. Ya se encargará luego de ordenar y limpiar la cocina y la casa entera, por lo pronto tiene que salir. Su último trabajo espera. Después desaparecerá.  


Al mediodía
La mujer cerró la puerta suavemente tras entrar, aun así, ésta deja escapar un leve chirrido. El enorme jardín aleja la casa lo suficiente de la entrada principal, por lo que el riesgo de que hayan escuchado su llegada es mínimo. Inhala profundo y el olor a distintas esencias florales que flota en el ambiente llega a sus pulmones, el canto de los pajarillos endulza su oído. Totalmente vestida de negro, su color preferido. El caserón ahora es diferente, pero dentro de los cambios que ha soportado, el jardín sigue teniendo ese aire campestre que tanto le gusta. Es tal como lo recuerda, la escalinata empedrada de ladrillo rústico que va del portón de la calle hasta la entrada principal de la casa, ahora hay más árboles que años atrás, lo que le da el aspecto de una casa perdida en un espeso y lejano bosque. La fuente de cantera con el ángel alado y las bancas de idéntico material a juego seguían en el mismo lugar. Sonríe y niega con la cabeza. Ay, Adrián, Adrián, siempre te sentiste atraído por la imagen campirana e hiciste derroche de buen gusto. Adquiriste tu bosque privado dentro de la caótica ciudad. Avanza. Posa su mano sobre el pomo de la puerta. Duda. Entrar o no entrar. Se desvía hacia el lado sur donde está la cocina. Dentro, una guapa mujer se entrega a la tarea de meter al horno la comida, poner suficiente hielo a una cubitera y dentro una botella de vino. Un delicioso pastel decorado con frutas y cubierto de chocolate ocupa el centro de la mesa. Una celebración a la cual yo no estoy invitada, piensa con amargura. La mujer de la cocina se mueve con agilidad, en cuestión de segundos recorta los tallos de lirios y rosas blancas y las acomoda en un sencillo florero transparente, cuando termina lo lleva a la mesa del comedor. Para fortuna de la no invitada, los amplios ventanales le ofrecen una visión al ciento por cien de lo que ocurre adentro. A estas alturas nada permanece escondido.  

Continuará...



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