Luna de fuego
Retuerce la almohada entre sus dedos. Frente a ella el
reloj le indica que aún falta mucho para que amanezca, intenta dormir, pero la
ansiedad y la angustia se lo impiden.
A la luz del alba ya todo habrá terminado.
¿Para quién?
Cierra los ojos, los gemidos en el cuarto contiguo aún
no cesan. Imagina los cuerpos sudorosos, desnudos, retozando uno encima del
otro, disfrutando de un maravilloso sexo. Piensa en el futuro, después de esa
interminable noche será ella quien esté en lugar de la mujer de al lado, quien
gima y suspire de placer al sentir las manos del hombre como mariposas recorrer
su piel, masajeando sus senos, para luego besarlos y con los dientes morder los
diminutos pezones, mientras ella acaricia su cabeza obligándole a permanecer
ahí, besando, mordiendo, generándole en el vientre las ansias de tenerlo dentro;
pero el hombre se aparta con suavidad para pasear su boca por el estómago, su
paseo lo lleva a perderse entre los muslos, el contacto rasposo de la lengua
con la piel la obliga a retorcerse de sensual bienestar. El sueño va llegando
sin que apenas se dé cuenta.
Despierta. La ropa pegada al cuerpo por el exceso de
sudoración. Recuerda fragmentos de lugares y personas desconocidas, universo
creado en su memoria durante los minutos que durmió dentro de sus horas de
insomnio. Haciendo el menor ruido se dirige a la pieza de al lado, donde se
encuentra la pareja. Cautelosa se acerca a la puerta, toda la casa está en
silencio. La mano derecha sobre el pomo, tentada a abrir la puerta. Afuera se
escucha maullar un gato. Sobresaltada, lo toma como advertencia, es mejor
regresar a la habitación.
Son ya las 5:30 a.m., se levanta. Encima un sencillo
vestido y recogido el cabello en una coleta, decide ponerse en acción barriendo
el patio delantero. Hay basura que el día anterior no alcanzó a sacar a la
calle. La tienda debe estar limpia y en
orden antes que la gente comience a llegar.
Se detiene frente a la pieza de al lado, sumida en
silencio y oscuridad.
Ha rellenado los estantes, la refrigeradora, y
mientras acomoda los sacos de alimento siente que se le eriza el vello de la
piel. Por el rabillo del ojo lo ve a él, está ahí, observándola. Sin dejar su quehacer lo mira un segundo y no sabe
lo que ve en esos ojos: indiferencia, ira, lástima… disfraza el miedo con una
cordial sonrisa.
-Hola, -le saluda con una voz apenas audible, pero el
tipo mantiene esa mirada inexpresiva.
La mujer cruza la calle hacia el monte del frente con
el pretexto de arrojar el envoltorio que tiene en las manos, intenta ganar
tiempo buscando el lugar ideal para deshacerse de la basura aunque sabe que no
puede tardarse mucho.
-Él sabe que yo sé…
El miedo la paraliza, desea correr monte adentro, pero
sería un error. Regresa, y el tipo se acerca a la mujer y la abraza con ternura,
ella percibe el olor corporal y el perfume de la otra.
-Ya todo acabó. –piensa para sí, mezcladas en su
rostro lágrimas y una sonrisa.
De pronto algo metálico penetra en su carne, desgarrándola.
Un calor líquido corre por su espalda.
Intenta comprender que pasa, más siente otra punción. Dolor.
Quiere gritar pero no tiene la fuerza suficiente para hacerlo y las palabras
quedan atoradas en su garganta. Sabe que la vida se le escapa, levanta la vista
encontrándose así con la mirada de una extraña luna menguante, amarilla, luna
de fuego. Burlándose de ella.
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