Cuaderno de notas
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Foto: Cortesía de la galería personal de la autora. |
Ya los asientos del camión están ocupados. Es la hora en que la gente regresa del trabajo a casa. Siempre escojo el asiento al final del pasillo, el de lado de la ventanilla, el que ofrece el privilegio de ver al resto de los pasajeros sin que éstos me vean a mí. Señoras acompañadas por niños inquietos, otras cargando las compras, hombres y mujeres tratando de alcanzar un asiento. El murmullo de las voces apenas toca mis oídos, más de repente el grito agudo de algún bebé llorón rompe el silencio. ¿Qué no podrán dejarlo en casa? Digo, es una solución práctica. Para todos.
Acomodo mi bolso sobre el regazo; me recuesto un poco
y estiro las piernas en el pequeño espacio entre un asiento y otro. En ese
momento recuerdo que no he comprado los audífonos para ir escuchando música en
el móvil. No hace falta, llevo mi cuaderno de notas, el inseparable compañero
de un escritor.
El camión inicia la marcha. Insufrible tráfico.
Observo a una jovencita caminar aprisa, dando la impresión de que es
perseguida, se abre paso entre la gente a empellones, alguien le grita un
improperio que ella ignora y sigue su camino. ¡Ouch! Así era yo años antes.
Anoto: ¿Por qué va tan aprisa? ¿A dónde va? Quizá sea una delincuente juvenil
que le acaba de pillar la cartera a algún parroquiano. No, no tiene esa pinta.
A lo mejor la están esperando en su casa y va tarde, y la coronela, perdón,
quiero decir la mamá, la está esperando con cinto e interrogatorio en mano:
¿Dónde andabas? Te estoy esperando desde tal hora y ya es tal. ¿Con quién
andas? ¿Se pasaron el tiempo haciendo qué? E imagino que sin dar tiempo a
responder inicia la tanda de
cinturonazos y palabras malsonantes. Madres. No saben arreglas las cosas más
que con golpes e insultos. Luego no se quejen de que las hijas se van de casa
con el primer atolondrado o abusivo que les sale al camino.
Semáforo en rojo. Dos mujeres viendo el aparador de
una tienda de vestidos de novia. Una es la vendedora, lo supongo por el gafete
que prende del lado izquierdo de su ropa, y la otra una mujer que aparenta unos
cuarenta y pocos años, posible clienta que no está satisfecha con lo que le
ofrecen. La cuarentona gesticula y mueve las manos con exageración, alcanzo a
ver que la vendedora mueve los labios intentando decir algo pero la tarabilla
de la cuarentona se lo impide. Opta por guardar silencio y eso parece exasperar
a la indignada clienta quien se acerca demasiado a la vendedora, imagino que
con no sanas intenciones. ¡Qué mujer tan
ordinaria! pienso para mis adentros y me recuerda cuando yo laboraba como
secretaria de ventas en una llantera, soportando los enfados de los
“distinguidos” clientes, que no eran otros que los amigos de los dueños y a
quienes tuve la fortuna de poder contestar a todos sus halagos. La tienda
cuenta con un guardia de seguridad, quien mira la escena desde dentro, me
parece ver una sonrisa burlona en su rostro. Se descuida la vendedora, momento
que aprovecha la mujerona para empujarla y aquella rebota sobre el cristal del aparador.
El guardia continúa indiferente a lo que sucede a su alrededor. Veloz, la
grosera mujer se retira hacia su auto que lo tiene estacionado justo frente a
la tienda. Un Versa de modelo reciente, color oporto; las manchas de lodo y un
raspón del lado del conductor le restan vista. Miro a la mujer: su vestimenta
relavada deja ver algunos kilos de más, el crecimiento del cabello oscuro y el
resto teñido de al menos dos tonos diferentes de rubio. Aunque a la mona le
sobren billetes… le falta clase. La vendedora se recompone y entra a continuar
con su trabajo, ignorando por completo las miradas curiosas que la siguen. Anoto:
motivos por los que el guardia no se lleva bien con la joven vendedora: le hizo
propuestas indecentes, le quiere indicar como hacer su trabajo, o debido a su
trabajo surgieron malentendidos entre ellos que no se solucionaron en su
momento; se conocen de antes y traen rencillas entre ellos. La mujer enfadada,
si tanto dinero cree tener por qué anda buscando ofertas; por qué trae puesta
una ropa tan horrible y luce una cabellera tan espantosa. O quizá es la mucama
de alguna casa rica y ella se contagió del despotismo de sus señores. En
fin…
Mis ojos se detienen en un grupito de adolescentes
escandalizando. Sus playeras amarillo avícola los delata como estudiantes de
preparatoria. Alto, complexión media, cabello medio rizado del cual le caen
unos rizos sobre la frente, boca ancha y labios carnosos, es el más escandaloso
del grupo. Grita, ríe, brinca, y la mayoría de sus compañeros le celebran sus tonterías;
ninguna de las chicas ahí presentes escapó, o resistió mejor dicho, a sus
toqueteos. Alguien silba y el grandulón pasea su vista hasta detenerse en un
aparador, la algarabía se transforma en silencio durante unos segundos, luego
de lo cual los jóvenes comienzan a dispersarse. Viéndose solo, el grandulón se
acerca a la joven que finge observar los accesorios que ofrece la boutique. La
expresión juguetona y coqueta del muchacho se ha transformado en una mueca de
fastidio, actitud a la que ella permanece indiferente, al menos en apariencia.
El camión sigue el trayecto, me quedo con la curiosidad de lo que pasará
después. Según yo, y tomo nota en mi cuaderno de las hipótesis siguientes: es
la novia del grandulón que lo sorprende intentando ligar con otra chica. ¿O me
equivoco y es la ex novia a quien el muy fresco mandó de paseo indefinido sin
motivo válido y ahora desea hacerle la vida de cuadritos? Quizá sea la hermana
menor y chismosa que todos tenemos en casa, sabiendo que grandulón tiene
calificaciones bajísimas y está castigado por papá, lo espía para más tarde,
durante la cena, dejarlo al descubierto frente a toda la familia. Pobre
grandulón, no me agrada la idea de estar en su lugar en ninguna de las
hipótesis que anoto en este cuaderno.
La luz del semáforo cambia a verde. Un perrito sin dueño
alcanza a cruzar la calle, le da por seguir a una chica con aire intelectual:
cabello largo y liso, con lentes de pasta en color café, viste con blusa beige
y pantalón en color mostaza, complementando con zapatos de bajo tacón en color
dorado. ¡Ah! Yo vestí esos mismos colores hace ya un buen de tiempo. Casas
abandonadas y sucias hacen el camino. Talleres de soldadura exponen su
desperdicio, al igual que los talleres mecánicos. Empresas de nombre conocido,
otras no tanto. Moteles de paso. Las flores y árboles de un vivero cercano dan
la nota fresca al oleo viviente que es la urbe de concreto.
Cierro mi cuaderno de notas. Tengo muy buen material
para escribir uno que otro relato. Pero hoy no, luego; me digo a sabiendas que no
escribiré una letra al menos en lo que resta de la semana. Disfruto del
trayecto, a través de la ventanilla observo el verde del paisaje, la
tranquilidad de la carretera, el ruido del motor me arrulla y en minutos logro
echar una pestañita.
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