Momentos de relax
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Foto: Patio campestre de casa en Dr. Arroyo, N.L. Cortesía de la galería personal de la autora |
Suspiro profundo, me
arden los ojos y un bostezo, que no sé si es de cansancio, de aburrimiento o de
sueño, escapa de mi boca. Abandono por un rato el proyecto en el que estoy
trabajando y estiro los músculos. ¡Ah! Que delicia. Me levanto de mi asiento y corro
la cortina de la ventana con vista a la calle. Aparece un cielo encapotado,
cubierto por nubes plomizas que en el momento menos esperado dejarán caer sus
agujas de agua sobre la tierra. En el jardín unas minúsculas florecillas
blancas atraen mi atención. Mientras busco la respuesta del por qué crecen las
florecillas sin el cuidado de nadie, escucho la voz de mi vecina Verónica
gritar con sus hijos, sobre todo con el mayor, que como lo está alcanzando la
pubertad se ha vuelto mal hablado y malandrín, que se puede esperar si te
juntas con chavos cuatro o cinco años mayores que tú, malas compañías, como
solía decirnos mi madre. Me retiro rápido de la ventana, por poco y me cacha
viéndolos. La ventaja de tener cortinas de doble tela, es que puedes abrir la
capa de arriba, que es la más gruesa y dejar solo el tul, así me deleito
mirando hacia afuera sin que nadie repare en mi presencia, o al menos eso
pienso yo.
-Camínale, ándale.
-¿qué trae en la mano? una vara, ooops, está zurrándose a alguno de los chiquillos.
Veo pasar al Fabián con la cara roja y mojada, -Que vas a ir a la escuela…
-Yo no quiero ir a la
jodida escuela, quiero quedarme en casa a jugar. –era tanta la ira que brota de
sus palabras que por un momento creí que se volvía contra su mamá para levantarle
la mano. De pronto escucho los berridos de Fátima, la menor.
-No, yo quiero a mi
papá! –forcejea intentando zafarse de la mano de Verónica- ¿Para qué quieres a
tu papá, eh, para que lo quieres? –zarandea a la chiquilla y está berrea aún
más que al principio.- No sirve de nada que esté aquí en la casa. Y camínale,
que a ti también te voy a dar tus cotorrazos, no te me escapas. –levanta la
vara y la estrella en el trasero de Fabián, una, dos veces. El muchachito
permanece como clavado en el piso, mirándola con furia.
Algo parecido a un
portazo rompe la tensión, el silencio y todo lo que se le parezca: Cano, el
chucho del vecino, un perro enorme en color negro ha tumbado su “puerta” y
visiblemente enojado por la reyerta de los humanos, los encara con su potente
ladrido y hace amago de acercarse a ellos; por lo que Verónica y compañía
caminan lo más aprisa que pueden, mirando hacia atrás, cerciorándose de no ser
seguidos y mucho menos terminar siendo bocado para Cano. El chucho suelta un
gruñido y regresa al interior, su dueño sale y pacientemente coloca el
“barandal” en su lugar.
-Ay Cano, eres de
armas tomar amigo, ja, ja.
Luego de obsequiarme
un poco de risa con las peripecias de Verónica y compañía, la calle recupera su
tranquilidad. Apenas regreso a mi trabajo, una música de género e idioma
indefinido a un alto volumen, corta violentamente el silencio. Alcanzo a
distinguir un “Señor Jesús” entre las palabras. Sin necesidad de asomarme por
la ventana de la cocina, deduzco que la música proviene de mis vecinos
colindantes a la izquierda de mi patio. Los cristianos, al menos eso dicen
ellos. Concentrada en mi proyecto pierdo la noción del tiempo, cuando escribo
mis dedos vuelan sobre el teclado, que apenas si me di cuenta que la música ya
acabó, escucho el portazo que pone fin a la sesión cristiana de hoy. Ah, porque
solo les brota el cristianismo el sábado y el domingo, el resto de la semana su
estudio bíblico se compone de palabras altisonantes, corajes y peleas verbales
de todos contra todos. ¡Cristo los tome confesados!
Otra música, de
banda, inunda el sentido del oído. Ahora toca el turno de los vecinos
colindantes de la derecha. Viven varias familias en esa casa, escucho nombres
como Juan, Javi, Paula, Alondra, Julia, Jesús…uno de los mencionados se cree
cantante, está dando de alaridos que más que parecer un mariachi, cualquiera
pensará que se trata de un coyote herido.
-¡y ay, ay, ay.!
-Juan, ya estuvo
bueno, -se hace escuchar la que al parecer es la dueña y señora de la casa.-
deja de pegar ladridos y ven a lavar el patio, que tu compañero ya lo ensució.
-¡Y ay, ay, ay.!
–obtiene como respuesta.
El insistente y
chillón llanto de un bebé se deja escuchar.
-Deja ese teléfono y
ven a dormir al niño Alondra, Alondra. Con un demonio, -no estoy presente, pero
estoy segura que arrojó al suelo una cacerola- ésta ya se me peló. No, si todo
es que me descuide un minuto y todo el mundo desaparece…
Qué domingo tan
divertido estoy pasando. No solo el domingo. Esto es todos los días.
Ni la música, ni las
flores, ni escuchar correr el agua por el desagüe me relaja tanto como escuchar
e imaginar las vicisitudes de mis vecinos.
Mis momentos
preferidos de relax.
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