Invierno, días de oscuridad
Fotografía: galería personal de la autora.
Abre la puerta y una corriente de viento helado le
cala hasta los huesos, desmintiendo así la idea de un frío no tan frío. Las
apariencias engañan; piensa Imelda al observar cómo la fina lluvia va mojando
poco a poco las calles hasta convertirlas en invisibles ríos. Se resguarda en
casa, frotándose los brazos para darse calor. El clima ideal en el que se
antoja un delicioso café acompañado por una generosa rebanada de pastel. No
ahora, más tarde quizá. Se deja caer sobre el mullido sofá.
¿Cambia eso en algo tu sentir hacia él, Imelda?
Una voz dentro de su cabeza soltó la pregunta a
bocajarro, sorprendiéndola.
Largo silencio antes de contestar.
No lo sé, y no sé si quiero saberlo.
Risas y gritos en la calle, se incorpora para mirar a
través de la ventana las casas vecinas. Luces y decoración para la navidad. No
le gusta la navidad.
Hubo un tiempo en que me gustó, como a todo niño. Los
preparativos para la comida, el aroma de los tamales, el pastel, los dulces, la
llegada de los padrinos, los regalos…pero al crecer toda la ilusión acaba,
porque es solo eso: ilusión. Descubres que Santa Claus y los Reyes Magos no son
sino tus padres y tus padrinos. Es la primera desilusión de una cadena
incontrolable que vendrá a lo largo de tu vida. Tus amigos más allegados te
traicionan, por envidia o por coraje, yo que sé, pero de la noche a la mañana
tu amiga más cercana y a quien le confiaste la mayoría de tus penas se aleja en
silencio. Ejerces tareas administrativas de lo más variopinto, menos de la profesión
de la que te titulaste, en una empresa con un nombre que se anuncia con bombo y
platillo, pero en realidad las computadoras en que trabajas están desgastadas a
causa de tanto uso, si escribes con rapidez corres el riesgo de que las teclas
salten por el aire, y si no te apartas a tiempo te golpean en la cara, además
son genéricas, están virulentas y lo más increíble, son dizque prestadas, total
que nada es lo que esperas. Y lo más doloroso, el amor de pareja no es la idea
que te forjaste para ti o no es la persona que elegiste para compartir tu vida.
Fabrizio y yo éramos el plan de vida y familia perfectos, en mi imaginación,
claro.
Abraza con fuerza el cojin. La primera semana de clase en la facultad de
derecho.
-Todos deberán estar dentro de un equipo, quien falte pregunte cuales
son los equipos y anéxese a alguno –se escucha decir al catedrático en tono
autoritario mientras abandona el aula.
Imelda, introvertida, voltea hacia todos lados, no socializa fácilmente
con los demás. A su espalda una voz desconocida le habla:
-A nosotros nos falta un integrante, si quieres te apunto…
-Claro, con gusto.
Con disimulo observa a su compañero mientras escribe, no es un
jovencito, pero es agradable a la vista, piel blanca, cabello entrecano, ojos
verde-azul, rasgos angulosos, afeitado y con unas gafas que le dan una
apariencia docto. Solo le falla un poco la ropa, piensa burlona Imelda.
Fabrizio y ella se encuentran en los patios de la plaza cercana a la
universidad. Ya han terminado las clases y se disponen a saciar su hambre
ingiriendo un elote.
-Y que onda con la muchacha o señora que te andaba cortejando? No le has
dado el gusto de caer aún?
Fabrizio la mira con expresión traviesa, mientras se lleva una cucharada
de elote a la boca. Algo de chile escurre sobre el mentón.
-N’ ombre, acabo de salir de un divorcio turbulento como para pensar en
arrojarme a los tiburones otra vez. No manches!
Imelda escucha la historia de su amigo entre mordidas a las tostadas y
cucharadas de elote. Un trago de refresco de vez en cuando para no ahogarse.
La mirada húmeda, sonrisa que emana ternura.
Compartimos tantas cosas Fabrizio, más decidiste arrojar al vertedero el regalo
que la vida nos dio. Creo, al menos que por mi parte yo intenté de todo para
rehacer nuestra amistad. En cambio tú sentiste miedo y preferiste alejarte
haciéndote el ofendido para no volver jamás. Las oportunidades se presentan una
sola vez, y la nuestra pasó de largo.
Enciende el televisor, le viene bien distraerse con
algo. Fabrizio es un pasado que es mejor dejarlo donde está: en el pasado.
Observa al hombre salir de la casa; Fabrizio espera
unos minutos mientras lo ve alejarse a paso rápido. Las cortinas de la casa
donde vive con su novia están corridas. No es buena señal. Activa la alarma del
auto y cruza la calle despacio, hace sonar las llaves para que Yoya sepa que ya
llegó. Al entrar la mujer está disponiendo la mesa. El aroma de las verduras al
vapor y filete de pollo dorado con ajo invade toda la habitación. Al centro una
jarra con jugo de naranja.
-Hola Fabri, en un minuto está lista la cena. –Yoya le
dedica una sonrisa que a la legua se nota que es de culpabilidad- ponte cómodo
mientras tanto.
Fabrizio corresponde a la sonrisa, nota a Yoya recién
bañada cuando por lo regular ella se ducha después de la hora de comer.
Mal asunto Fabrizio, y tú ya lo sabías. No se puede
esperar fidelidad de una mujer de 23 años para un tipo de 53 como tú.
Se tira sobre el sofá.
-Imelda, mejor que no me hayas visto, no soportaría
que me vieras en estas circunstancias: descuidado en mi vestido, en mi aseo
personal, incluso en mi trabajo. Mereces algo mejor, no un pobre perdedor como
yo.
Perdido en sus pensamientos, aprieta con fuerza los
ojos una y otra vez, intentando contener las lágrimas que amenazan con rodar
cuesta abajo. Yoya se está tardando para comenzar a cenar. Se levanta y va a
buscarla, la encuentra en la recámara, ocupada en enviar sospechosos mensajes
de texto. La joven esconde el teléfono tras la espalda al sentirse descubierta.
Fabrizio finge no darse cuenta de nada.
-Yoyita, ya podemos cenar? Estoy muy hambriento…
-sonríe. Se acerca a ella y le acaricia la mejilla. Debido a la sorpresa la
mujer permanece inmóvil.- Pequeña, te pasa algo?
-Nada, que me va a pasar, me entretuve guardando una
información. Vamos. –sale apresuradamente. A la par, Fabrizio siente que su
amargura crece cada instante más. Se hace consiente de un deseo.
-Imelda, cuanto me gustaría que fueras tú quien
compartiera mi vida y esta casa conmigo. Compartiendo nuestros últimos
inviernos…
Ahora sí, el torrente de sus ojos se desborda. En la
lejanía percibe el eco de la voz de Yoya y el aroma de ajo.
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