Una segunda oportunidad
Texto participante en la XIV Edición del Certámen Cartas de Amor Antonio Villalba
Febrero 2015
No
puedo dejar de pensar en él. Estoy triste, confundida, con ganas de llorar. Al
encender la radio la primera melodía que escuché fue una de Carlos Baute y
Marta Sánchez. Quiero creer que es un mensaje a mis pensamientos, que Nicolás
está sintiendo lo mismo que yo. Extrañé su presencia cada día de los seis años
que duró esta separación. No hubo un minuto en que sus recuerdos no ocuparan
mis pensamientos. Tanto gritar mi coraje al cielo, quemarme en un infierno de
celos y ahora que nuestros caminos vuelven a abrazarse, basta con mirarnos y sonreír
para que los amargos momentos queden enterrados en la arena del ayer. Él está
de nuevo conmigo, y eso es todo lo que en realidad importa.
Envuelto
en la bruma de la duda y el miedo, Nicolás piensa y piensa en el reciente
encuentro con Irela. Al igual que la mujer, él también se ve sumergido en el
torbellino de emociones opuestas.
-No
me creo sentirme así de contento al encontrarme con la persona que en su
momento me acarreó fuertes problemas. Aunque siendo sincero conmigo mismo,
reconozco que la mayor parte de las cosas que me advirtió aquella noche
resultaron ser verdad. Más a mí lo único que me importaba era saciar mi lujuria
llevándome la cama a esa deliciosa chiquilla, que ya ni siquiera recuerdo como
se llama. La gocé hasta que me harté, sí, ¿y al final que me quedó? Soledad. La
tristeza de haber roto una amistad verdadera por unas pocas horas de sexo. Me duele
reconocer que precisamente a esa amiga que perdí, la quiero mucho más de lo que
yo mismo pude imaginar.
Y
yo sé que nunca
Fui
tan bueno como lo prometí
Y
perdóname
Por
todo, todo, lo que nunca yo te di
Si
tú quieres
Que
yo esté lejos de ti
O
si prefieres
Enséñame
a vivir sin ti.
De
algún lado la voz y el sentimiento de Pepe Aguilar llega a sus oídos. La
canción es un mensaje para él. Cierra los ojos y viaja a través del tiempo a
esa noche en la que despidió a Irela de su vida.
-Se acabó Irela. Ya
estoy cansado de tu actitud, de tu excesiva presión hacia mi. Déjame ya en paz,
por favor. No vuelvas a atravesarte en mi camino, sigue tu vida muy lejos de la
mía. Desaparece de la misma forma en que llegaste.
Se aleja de prisa.
Sin importarle que haya ojos que los observen con burla y con curiosidad, Irela
va tras el tipo.
-Te entregué una
carta, y necesito una respuesta.
-Ya te la he dado.
Por lo tanto déjame en paz.
-Nicolás, espera,
-intenta detenerlo tomándolo por el brazo.
-No me toques, no me
toques, -la violencia denotada en su voz fue tal que Irela lo soltó. En todo el
tiempo de conocerlo nunca lo vio tan encabritado.- la persona que me interesa
me está esperando, así que hazte el favor de mostrar un poco de dignidad.
Se aleja dejando bajo
la fría luna de octubre a la compañera que tantas cosas buenas aportara a su
vida.
Se
sorprende al sentir humedad en sus ojos.- Me avergüenzo de mi comportamiento
pasado. Pero este reencuentro es un soplo de aire fresco que entra a mi vida
para limpiar mi corazón de tanto sufrimiento innecesario. –Las lágrimas
empiezan a resbalar por su rostro. Las seca con sus manos.- Se acabó la
confusión. Es ahora o nunca. Voy a darle a Irela todo el amor que tengo
guardado y que por miedo preferí olvidar. Ella es el centro de mi vida. Ya no
puedo continuar haciéndome el tonto.
Bañado,
perfumado y vistiendo un traje azul limpio y planchado, se encamina a la calle,
aborda un taxi, le pide al taxista se detenga frente a una tienda de detalles,
a donde entra a comprar un ramo de rosas y una caja de chocolates.
Irela
está nerviosa, por fin Nicolás ha tomado la iniciativa y la ha llamado. Lo
espera en el restaurante donde se reunían cuando recién se conocieron. Mira el
reloj. Tiene 25 minutos de retraso. Eso no le agrada. Nicolás siempre ha sido
muy puntual. Enfadada, decepcionada, a punto de llorar, pide la cuenta
dispuesta a marcharse. Siente la boca seca, se lleva a los labios el vaso con
agua, pero antes que pueda beber, una fuerte punzada en el pecho ocasiona que el
vaso resbale de sus manos y termine dispersado en pedazos por el suelo. A unas
cuadras de ahí, los paramédicos luchan por rescatar a las víctimas de un
accidente de tránsito. Un camión repartidor que se brinca el semáforo en rojo
embiste el taxi donde viajaba Nicolás. Un socorrista checa los signos vitales
del conductor. No hay nada por hacer.
-Traigan
la camilla, -grita a sus compañeros- el copiloto tiene el pulso muy débil pero
aún respira.
Nicolás
es subido con rapidez a la ambulancia y trasladado al hospital. En un estado de
semi inconsciencia escucha las voces de las enfermeras y médicos aunque no
entiende lo que dicen. Mira rostros como sombras, sin rasgos definidos. Siente
fuerte presión de placas sobre su pecho. Su visión se centra en una
resplandeciente luz blanca que proviene de algún punto en el espacio. Cansado,
cierra los ojos.
-¡Lo
perdimos! –grita una voz femenina.
-¡Aún
no! Intentemos de nuevo.
Nicolás,
ajeno a todo el intenso movimiento que hay a su alrededor, camina lento por un
prado cubierto de flores de diversos colores y formas. Disfruta de la belleza
del cuadro, un riachuelo con agua cristalina sale a su encuentro, se moja los
pies descalzos en ella. Sonríe al sentir la frescura del líquido sobre su piel.
Prosigue su camino disfrutando de aspirar el perfume de las flores.
-Veo
que te agrada el paisaje, seguro que vivirás contento aquí.
La
desconocida voz lo sobresalta. Una voz potente, firme y suave a la vez.
Paradoja.
-¿Quién
es usted?
-Alguien
que siempre ha estado a tu lado y te conoce mejor que nadie.
Nicolás
alza la mirada con la intención de conocer el rostro del hombre que camina a su
lado, más éste despide un resplandor tan intenso que lastima su vista. ¿Será el
sol? Se pregunta. Solo sus manos y pies, brillantes y del color del oro son
visibles a través de una larga y blanquísima vestidura de seda.
-¿Dónde
estoy? No conozco esta parte de la ciudad, -comienza a inquietarse- Escuche,
tengo una cita con una amiga y debe estar molesta porque ya me tardé. Dígame
como regreso al centro. –Mira con atención los alrededores, todo es campo, no
hay indicios de ciudad ni medios de transporte.
-Estás
en el paraíso Nicolás. Ya no debe inquietarte nada. Imposible regresar a la
ciudad porque para los hombres terrestres ya has muerto.
Nicolás
enmudece durante unos minutos. ¿Muerto? ¿A sus apenas 45 años? Debe ser una
broma.
-¡No!
Estoy sano, tengo 45 años. Cero enfermedades crónicas, degenerativas, hago
ejercicio, tomo mucha agua. Soy un profesionista en la cima de mi éxito. No es
mi tiempo de morir todavía. Aún me faltan muchas cosas por hacer.
-Tuviste
un accidente, ¿recuerdas?
La
mano de oro se posa sobre su cabeza. Creyó sentiría una pesada presión, pero lo
que sintió fue como caricia del viento despeinando su cabello. Imágenes de él
mismo se proyectan como una película: ve al paramédico tomando el pulso, el
momento en que es subido a la ambulancia, su breve estancia en el quirófano y
las maniobras de resucitación.
-Falló
tu corazón. No resististe.
-Pero,
yo me siento bien, -palpa su rostro, mira con atención sus manos y el resto de
su cuerpo. Recuerda a Irela.- Decidí comenzar una nueva vida al lado de Irela,
por favor, déjeme regresar.
-¡Mhh!
Irela, sí, un maravilloso ser humano, una estupenda mujer a la que no amas. Dudaste.
La dejaste sola mucho tiempo.
-Cierto,
cierto. Acepto que mi comportamiento hacia ella no fue el mejor, pero ahora
será diferente. Se han aclarado mis dudas y sé que quiero pasar el resto de mi
vida a su lado. Seré feliz, y ella también lo será.
-Para
ti ya concluyó el ciclo en la tierra. He ordenado preparar la habitación que
ocuparás de hoy en adelante en esta casa.
Como
un niño tratando de convencer a sus padres, Nicolás insiste:
-Por
favor. Quiero regresar. Amo el mundo, amo mi trabajo y quiero a esa mujer.
¿Será posible que me de una segunda oportunidad? ¿Sí? Por favor, una segunda
oportunidad. No lo defraudaré. Lo prometo.
El
hombre de luz intensa vuelve su rostro hacia Nicolás, quien se cubre los ojos
con la mano para evitar lastimarse.
-Me
has convencido. Pero será tu última oportunidad. Si le ocasionas otro
sufrimiento a Irela te traeré de nuevo aquí y ya no habrá regreso. ¿Has
entendido?
Sin
poder ocultar su felicidad, Nicolás sonríe.
-Sí.
-Bien.
Date la vuelta y recorre el camino por el que vinimos. Te llevará al punto
donde llegaste. El ángel de fuego te custodiará. Y recuerda que siempre estoy
al pendiente de ti y de tus actos.
Ha
transcurrido más de una semana desde el plantón en el restaurante. Se dio a la
tarea de llamar al número celular de Nicolás hasta llenar el buzón de mensajes.
No obtuvo ninguna respuesta.
Sentada
en la sala de su casa, Irela disfruta de la lectura, descansa la vista y en
cuestión de segundos el sueño la vence. La cortina se agitó con un soplo de
viento, rozándole la cara. Al tiempo que abre los ojos observa una sombra pasar
frente a la ventana. Suena el timbre. Que raro. No espera visita. Una agradable
sorpresa la llena de alegría.
-¡Nicolás!
Se
contuvo para no echarle los brazos al cuello y abrazarlo. En tanto, Nicolás no
lo piensa y la estrecha en un tierno abrazo, el cual ambos deseaban.
-Y
bien, ¿a que debo el honor de que visites mi casa?
-Tuvimos
una cita días atrás y me fue imposible acudir…¿creerías que estuve unos minutos
en el paraíso y conocí a Dios?
Irela
deja escapar una carcajada.
-Si
tú lo dices…
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