La curiosidad mata
El extraño
comportamiento de Joey es la mayor preocupación de Diana, su madre. De ser un
niño inquieto y alegre, ahora tiene ante ella a un chico taciturno, rebelde
ante sus órdenes y sugerencias. Esa mañana entra a la habitación de Joey para
llevarse la ropa sucia y antes de salir un sonido ya oculto en lo más profundo
de su memoria la sobresalta; ocasionando que resbale de sus manos la cesta de
ropa.
-Ese timbre…Marshall.
Aturdida y asustada,
revisa el aparato que utiliza Joey. Lo descuelga y escucha el tono de marcar. El
inigualable timbre continúa sonando. Desconecta los cables. El estridente
sonido crispa sus nervios. Ring. Ring. Ring. Se entrega a la tarea de buscar la
fuente del sonido. Parece provenir del armario. Saca cada juguete, revisa cada
caja, cada maleta. Nada. Percibe un movimiento al retirar una mochila.
-¿Y este cartapacio?
Abre la cubierta. Un
grito de terror escapa de su garganta y arroja al piso lo que en realidad es un
álbum fotográfico. Nota que está temblando. Su corazón late tan fuerte que
siente su energía fugarse en cada latido. Cree que de un momento a otro va a
desvanecerse. Una ola de recuerdos incómodos la invade de una manera bestial. El
timbre no cesa de sonar. Las palmas de sus manos están húmedas de sudor. Las
frota en sus jeans al tiempo que vocifera buscando a su hijo.
-Mande mamá, -éste se
para frente a ella pasivamente, el tono de su voz denota hastío.
-¿De donde sacaste
eso, Joey? - Diana señala con su índice hacia el suelo.
Con la mirada fija en
los ojos de ella, el chico alza los hombros y arquea las cejas, indiferente. La
actitud saca de sus casillas a Diana, que sujeta con fuerza los hombros de
Joey, más el muchachito de un aventón logra zafarse de la presión materna.
-¿Quién te crees para
tocarme, usurpadora hedionda?
Usurpadora
hedionda. Han transcurrido muchos años desde la última
vez que la llamaron así. La mirada fría y llena de odio que ve en los ojos de
su hijo la altera, da un paso atrás y casi cae, olvidando que la cesta de ropa
y los objetos de Joey yacen en el piso. Joey da la vuelta y se retira.
-Esa mirada…no es mi hijo.
31 de Octubre.
Una estampa
primaveral en pleno otoño. La luz del día muestra un cielo límpido, de un
profundo celeste, el viento cálido en absoluta calma y el sol quema en la piel.
Esa noche los niños saldrán a pedir dulces, y todo indica que el clima no
representa riesgo para contraer un resfriado. Diana va llegando de hacer el
súper, pero desde que se para en la puerta escucha timbrar el teléfono. Tarda
en encontrar la llave en su bolso. No alcanzaré a contestar, se dice. El
teléfono continúa timbrando. Que puede ser tan urgente, se pregunta Diana.
Descuelga el auricular.
-Diga.
Una respiración
agitada al otro lado de la línea.
-¿Quién habla?
Silencio.
Una fuerte ráfaga de
viento helado golpea su espalda. La ventana se ha abierto. Como no obtiene
respuesta, pone fin a la llamada.
Conforme avanza la
tarde, el cambio en el clima es drástico: el cielo empieza a cubrirse de
espesas nubes negras y de un momento a otro los alfileres de lluvia comenzarán
a caer. El viento ha disminuido su temperatura y amenaza hacer de la noche un
laberinto helado y húmedo.
Después de cenar y
conversar un rato como la familia que son, Diana, su esposo Efrén y el hijo de
ambos, o sea Joey, se retiran a sus respectivas habitaciones. En el fondo Diana
se alegra de que Joey sea ahora un adolescente con intereses tan distintos e
importantes que disfrazarse para salir a la calle a pedir dulces.
11:00 p.m.
Mal humorada, Diana
observa la hora en la alarma del reloj: son las 11:00. ¿Quién puede ser tan
desconsiderado para llamar a esas horas de la noche, cuando es de suponerse que
la mayor parte de la gente ya está entregada al placer del sueño?
–Diga.
Silencio. Respiración
entrecortada.
-¡Oh, no! Otra vez el
pesado que ha estado fastidiando toda la tarde…estoy segura que es él. Oiga,
deje de hacerse el gracioso. Si vuelve a jugar de esta manera daré aviso a las
autoridades para que rastreen su llamada…
Una risa burlona le
paraliza el pensamiento. Un escalofrío recorre su espalda.
La lluvia se azota
con fuerza contra su cuerpo. Tiene el cabello apelmazado, la bata y el pijama
de tan mojados se adhieren a su figura. Con los pies adoloridos y entumecidos
por el frío, Diana intenta alcanzar a Joey antes de que entre al “castillito”.
-¡Joey…Joey!
El chico cruza la
calle sin hacer el mínimo caso a las palabras de su madre. Se interna en el
caserón abandonado. Efrén, que sigue a Diana, toma la palabra.
-Joey, obedece. Es
peligroso que entremos aquí. No sabemos con que podemos encontrarnos. –Efrén se
adelante en busca de Joey, quien se encuentra ya dentro de la casa vacía.
Diana resbala y cae
sobre su estómago. El agua transformó el suelo de tierra en algo menos que un
pantano. Alguien se toma la molestia de ayudarla a levantarse, quiere
agradecerlo más se desconcierta al sentir que la toma con violencia del cabello
de la nuca y lleva su brazo derecho a la espalda. Grita pero está tan lejos que
Efrén no puede escucharla.
-¿Quién es usted? ¿A
dónde me lleva?
Ninguna de sus
preguntas es respondida. Su captor, que hasta ese momento es solo respiración
agitada, la conduce a un área apartada de la casa. Aterrorizada, Diana se
resiste pero el fuerte y despiadado tirón en su brazo la obliga a
continuar.
-Mi hijo tiene un
ataque de sonambulismo y está dentro de la casa. Mi esposo y yo vinimos en su
busca. No entramos a robar.
Comprende las
intenciones. Su verdugo la conduce hasta la piscina, donde el agua refleja la
negrura del cielo.
-En todos estos años
imagino que has perfeccionado tus clases de natación, ¿no es así, usurpadora
hedionda?
La familiar voz le
provoca escalofrío. Nítida escena: veinte años atrás Marshall, su primo
hermano, dentro de aquella piscina, sin saber nadar, manoteando sin ton ni son.
Sin poder gritar. Sus ojos suplicando por ayuda. Y ella ahí, acuclillada frente
a él. Sonriendo. La pesadilla por fin terminaba.
El contacto con el agua
fría la volvió a la realidad. Ahora es ella quien desesperada intenta
mantenerse a flote, alguien tira de sus pies manteniéndola bajo el agua. Logra
salir a la superficie algunos segundos, aspira grandes bocanadas de aire. De
nuevo la jalan hacia el fondo. Todo es oscuridad. Se retuerce a un lado y a
otro tratando de liberarse. Extraño, el cielo se ha despejado y la luna cubre
el entorno con su luz, dando un aspecto fantasmagórico al lugar. Nota que está
sola dentro de la alberca. Su verdugo se ha marchado. Sus manos se aferran al
borde, pensando como salir. Al tiempo siente una fuerte presión en sus dedos.
Alza la vista y una figura indefinida, emanando una especie de vapor de color
negro intenso, flota en el aire, frente a ella. Diana llega a otro de los
extremos con dificultad, su amenaza tras ella. El juego del gato y el ratón.
-Por favor, déjeme
salir. Tengo frío y además debo encontrar a mi hijo…
Otra vez aquella risa
burlona.
-Hace años yo también
supliqué. ¿te acuerdas, maldita usurpadora?
El terror la
paraliza. Ya no hay dudas. La figura de humo continúa vomitando su veneno.
-Me robaste al amor
de mis padres, te deshiciste de mí, adueñándote de todo lo que me pertenecía.
Ahora voy a disfrutar mi venganza.
-Yo no te robé nada
Marshall. Mis tíos nos quisieron por igual, pero se decepcionaron al enterarse
que me violaste varias veces.
Lágrimas resbalan por
las mejillas de Diana al remover recuerdos dolorosos.
-Viste la oportunidad
de acabar conmigo y no la desperdiciaste. De paso heredaste esta casa, mi casa, y mi dinero. –hace énfasis en
las dos últimas frases.
Diana se mueve a otro
lugar. El fantasma de Marshall va tras ella, como transportado por el viento.
-No puedo
quitártelos, mucho menos llevármelos al lugar donde me enviaste. Pero tú
vendrás conmigo.
La mujer entiende el
alcance de esas palabras. El miedo la obliga a ponerse en acción. Quiere vivir.
Marshall ahora es un tornado que cae al agua y la envuelve en un abrazo mortal;
sumergiéndose hasta el fondo. Por instinto defiende su vida, empero, está
agotada físicamente. El agua invade sus fosas nasales. Se agita violentamente. “Vas camino del infierno” es el último
susurro que escucha. La vida se escapó.
Ya con Joey a salvo
en casa, Efrén regresa al “castillito” a buscar a su esposa.
La luna brilla en
todo su esplendor. El agua se ha evaporado gracias al aumento en la
temperatura, ahora calurosa, y al viento cálido. La sorpresa y la duda se
reflejan en el rostro de Efrén al encontrar a Diana flotando boca abajo en la
superficie del agua. La saca de la alberca y le aplica maniobras de
respiración, más se da cuenta que ya no hay nada que hacer. De rodillas junto a
ella le acaricia el rostro. Sonríe al tiempo que las lágrimas se confunden con
gotas de agua. La abraza con ternura, diciéndole cuanto la quiere. Muy tarde se
percata de la presencia de aquel ser, una figura etérea hecha de… ¿polvo?
¿ceniza? ¿humo, quizá?
El miedo provoca que
su corazón comience a latir a un ritmo acelerado. Escucha a la figura decir:
-He cumplido con mi
objetivo. Al fin puedo descansar en paz.
Un remolino de hojas,
tierra y vapor se hace presente unos segundos, para después desvanecerse en el
aire.
F
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