Errores de Juventud
La
oscuridad es su mejor aliada. Una verdadera suerte que la luz pública haya
fallado. Elida está frente a la puerta de su casa, lista para entrar. Un
automóvil se detiene. A su espalda siente una presencia, pero antes que pueda
volverse, un golpe la deja sumida en profundo sueño. Chris conduce a toda prisa
hacia las afueras de la ciudad. Un matorral escogido con anterioridad lo
espera. Los hierbajos crecidos protegen de miradas casuales. Chris viste todo
su atuendo de negro, se coloca una máscara negra sobre el rostro, la cual deja
al descubierto solo los ojos y la nariz. Toma a la mujer, aún inconsciente, por
las axilas y la arrastra monte adentro. La amordaza y le ata las manos sobre el
estómago, la mujer emite un ligero quejido más no despierta. La vuelve boca
abajo sobre la hierba. De uno de sus bolsillos saca una navaja. La luz de la
luna le permite localizar un árbol cuyo follaje ya está marchito, tantea con la
mano el grosor de una vara antes de arrancarla y pelarla. Se golpea con ella el
muslo, una mueca de dolor aparece en su rostro seguida de una sonrisa de
maligna satisfacción. Regresa adonde la mujer y la desnuda de la cintura para
abajo para luego atarle los pies, al tiempo que se acuerda de aquella lejana
tarde en el cuarto de tío Kike, cuando perdió su inocencia de golpe y porrazo.
Alza la mano dejando caer con toda su fuerza la vara sobre las nalgas de Elida.
La mujer despierta al sentir el golpe, se da cuenta que está atada, apenas si
puede moverse. Chris descarga un segundo azote y el cuerpo de Elida se retuerce
de dolor. Escucha los berridos de ella en un fallido intento de gritar. El
hombre disfruta con intensidad ser quien tenga el control de la situación.
Continúa azotándola con saña, dejando que fluya en cada golpe el coraje,
resentimiento y frustración que durante años le carcomió el alma. Descansa unos
minutos. Elida logra volverse de espalda, el terror se apodera de ella al ver a
su verdugo de pie a su lado, agitando frente a sus ojos el instrumento de
tortura. Elida berrea, dice no con la cabeza, cierra los ojos al sentir que la
vara se estrella contra la piel de sus muslos. La cruel tortura se repite una y
otra vez. Elida está a punto del desmayo, cansado Chris, se arrodilla a su
lado, pasa una de sus manos enguantadas sobre la espesa mata de vello púbico y
aprieta con todo el coraje que siente el sexo de la mujer, quien se mueve
ligeramente. Chris presiona de nuevo, ahora preparando el camino para
introducir vía vaginal uno de los extremos de la vara, sacudiéndola cada vez
con mayor violencia. Elida deja escapar un chillido, se agita desesperada en
señal de dolor. La mujer reza, en ese momento se acuerda de Dios y le pide que
el castigo termine ya.
Saciada
ya su venganza, Chris sube a la mujer al auto y la lleva de regreso. Maldición.
La calle está iluminada. No debe ser visto, pero Elida tiene que ser encontrada
pronto y atendida. Una cosa es darle su merecido y otra muy distinta quitarle
la vida. Chris no se considera un asesino, no quiere serlo. Dobla la esquina,
metros adelante una hilera de frondosos árboles impide el paso de la luz. Chris
estaciona en segunda fila, baja, corre, abre la puerta trasera del lado del
copiloto y arrastra a Elida dejándola en la banqueta, bajo un árbol y cubriendo
su desnudez con una bolsa negra de plástico. Mira alrededor, está libre de
mirones. Sube al auto y acelera la marcha. Ya en casa toma un delicioso baño,
lo necesitaba ya. Después de cenar sale al patio a preparar una fogata en un
anafre. El fuego está listo, arroja en él los pantalones y las pantaletas de
Elida, así como la mordaza y las cuerdas que utilizó para atarla. La vara,
ahora convertida en trozos, corrió la misma suerte. Siguió el turno a su ropa,
máscara y guantes. No hay motivo para sospechar de él.
El
peligro pasó para Elida, quien se recuperó en su casa de la paliza recibida,
más perdió a su hijo. En su página social se habló escuetamente de un asalto y
de la averiguación criminal que se iniciaba. En adelante las notas fueron
escasas, hasta que en cierto momento la página quedó abandonada. Su interés por
la vida de la serpiente maldita se acabó para siempre. Es libre.
El
claxon de un vehículo lo trae de vuelta al momento presente. Han pasado quince
años de su reencuentro con la mujer que destruyó su infancia con una calumnia. Hoy
se ha reconciliado con la vida, ésta ya no le debe nada. Cero contacto con sus
padres y amigos de la niñez. Nueva vida en otra ciudad. Mismo nombre, diferente
persona. Impredecibles sentimientos.
A dormir, mañana es un
gran día.
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