Errores de Juventud
Treinta
y tres años después aún siente en su cuerpo, sobre todo en su espalda y nalgas,
la cintareada que su papá le propinó aquella tarde. Durante varios días fue un
suplicio sentarse y acostarse. Sin contar que en la secundaria sus compañeros
se reían de él. Una mañana en el receso entre clases, escuchó cierta
conversación en el grupo de amigas de Elida:
-Tarugo,
ni siquiera sirve para besar.
-Pobrecillo,
se asusta al ver una chica desnuda. ¡Ja, ja, ja! Según Elida, no tiene idea para
que son las tetas de mujer. Ella tuvo que decirle. Ni siquiera supo agarrarlas…
-Con
Elida quien no se asusta. Si está tan urgida la pobre…. Ja, ja!
Soportó
con dignidad los comentarios malintencionados y las miradas burlonas y morbosas
de sus compañeros y vecinos. Aunque ese desliz juvenil fue tratado con la más
absoluta discreción por los padres, de una manera u otra se filtró entre los
conocidos. Chris intuía que fue obra de Elida. Su venganza por no poder aplicar
en él su poder de seducción.
Sin
embargo, no fueron los golpes lo que marcó a Chris, sino que algo en la
relación con sus padres se ha roto, y ese algo es lo que más duele. La
confianza se ha perdido, ahora es tratado como un delincuente: le revisan su
cuarto centímetro a centímetro, le vigilan y escuchan sus conversaciones. Ese
niño juguetón y alegre se convierte en un chico retraído, callado y amargosito.
Respira odio contra la serpiente maldita, pues gracias a ella su hermoso mundo
infantil en un segundo se volvió hostil y lleno de crueles reproches.
El
último día en casa de sus padres fue cuando cumplió 18. Su mayoría de edad. A
medianoche tomó las maletas que esa tarde preparó y salió a la oscuridad del
mundo. Éste lo recibió con un abrazo de aire helado, que Chris interpreta como
un buen augurio. Cuenta con un empleo que le permite pagar una renta mínima y
vivir holgadamente pero sin lujos. La hora de ajustar cuentas ha llegado.
Continuará…
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