De caídas, tropezones y resbalones…




24 de diciembre de una año cualquiera. Y de todos los años. Y en todas las oficinas.

Por extraño que parezca, aquel 24 de diciembre está soleado, caluroso en extremo. Nada que ver con la típica estampa navideña de nieve, arropados a más no poder para protegerse del frío, tomando café caliente con tamales y pastel. Norma, la recepcionista de aquella empresa, se encuentra dividida entre la computadora, el insistente sonar del teléfono, la copiadora. Sus compañeros entran y salen de la oficina, al igual que los clientes y proveedores de la compañía. Intercambian los deseos de felicidad y abundancia de cada año: “feliz navidad, que la pase bien con su familia”, “gracias, igualmente”. Norma está feliz, de reojo mira su escritorio y una sonrisa asoma a sus labios al ver la cantidad de regalos que al término de la jornada se llevará a su casa. José García, considerado por la secretaria del gerente como el tipo más galán de la oficina, llega en ese momento y se siente frente a su amiga Norma. Es un tipo alto, delgado, a sus 37 años su cabellera está por completo cubierta de canas. Posee ojos grandes en color verde pálido, tez trigueña, nariz recta, boca grande con labios delgados. No acostumbra usar barba ni bigote. Orejas pequeñas. Tiene cierto parecido físico con Steve Martín. Hasta en la forma de sonreír.
-Todos andamos igual, desesperados porque ya sean las 7:00 (de la tarde) para que empiece el jolgorio. A ver a quien le tocó regalarme en el intercambio de regalos.
-Yo también, solo espero que así como yo me pulí en regalar, reciba un buen obsequio. O al menos que me guste.
Las facciones de Norma exhiben un gesto de desagrado, al momento deja que su risa se escuche.
-A veces no me apetece participar en los intercambios de regalo. Desde la secundaria he tenido una suerte, no sé si buena o mala, pero yo doy un buen regalo y solo recibo mierda. –a José la causa gracia la forma en que la joven expresa su queja y sonríe- No, no te rías José. Una ocasión regalé un perro San Bernardo, de peluche, claro, me costo doscientos cincuenta pesos, muchísimo más de la cantidad estipulada para el obsequio; ¿y sabes que recibí yo de mi “amiga secreta”? –José niega con la cabeza, está seguro de que Norma va a decir otra burrada.- Dos jodidos labiales con sus respectivos pinches cutex. –al ver la cara de interrogación de José, Norma extiende la mano y hace el movimiento de pintarse las uñas- barniz, pintura para colorear las uñas. Y si vieras los colores: el típico rosa mexicano, rosota, rosota, ¡que vasca! Y el otro anaranjado brillante; cada vez que me pintaba los labios era como si trajera una linterna encendida. En serio, me sentía ridícula.
José se ríe de buena gana, Norma hace lo mismo.
-Yo pocas veces he intercambiado, pero me ha ido bien: corbatas de seda de un diseñador italiano, y mi perfume preferido: Hugo Boss. En ambos casos prendas originales, no imitaciones baratas. Esta tarde espero no sea la excepción.

Por fin llega el momento del brindis y de recibir los obsequios. Norma regaló a su “amigo secreto” un bolígrafo diseño de la marca Mont Blanc, ya que la persona a quien se lo regaló es uno de los ingenieros de la plantilla de Proyectos Especiales y, según las chicas de la oficina, el más guapo de todos los empleados. Ella recibe de vuelta un maletín de piel, justo lo que deseaba. El turno le llega a José, quien entrega a su compañero de equipo una cigarrera plateada con el nombre de éste grabado, a juego con un encendedor del mismo material y del mismo color. Más al abrir José su propio regalo, se queda mudo por la sorpresa.
-Que lo saque, que lo saque. -gritan a coro todos los presentes, y ante la insistencia, José lo exhibe.- Tiene una expresión de seriedad en el rostro.
-Pues a mí sí me gustó. –se escucha decir al ingeniero Francisco, conocido mejor por Panchito, casi podría decirse que en tono molesto y agresivo.- Le pedí a mi esposa que lo tejiera especialmente para ti.
-Gracias, inge, es un modelo original, me gusta mucho. –comenta José al darse cuenta que su molestia ha quedado al descubierto. Lleva una buena relación laboral con el inge Francisco y no desea que las condiciones cambien por un detallito insignificante.

De vuelta a casa, José se detiene en una tienda de conveniencia para comprarse un café. Mira un contenedor de basura y decide deshacerse de su “fastuoso” regalo. Toma la caja y la arroja al contenedor sin remordimiento alguno. Hace la compra. Sube a su auto y se aleja.             

Un indigente en busca de restos de comida halla el paquete. Saca el suéter y se lo pone para mitigar el frío. Avanza por la calle y el conductor de una camioneta se detiene al verlo.
-¿Qué ese no es el suéter que acabo de regalarle a José? Sí. Sí es. ¿Por qué lo trae puesto ese hombre?
Detiene el vehículo, el indigente camina ajeno a que es seguido.
-Hey, tú… -estira al tipo por la espalda.
-¿Eh?
-¿Cómo obtuviste este suéter? ¿De donde lo sacaste?
-Encontré…caja de basura. –señala el contenedor.
-Este suéter es mío. Dámelo.
-¡No! Yo lo encontré en la basura. Tengo frío. –el sucio hombre cruza los brazos sobre su pecho, defendiendo su prenda.
-Que me lo des… -Panchito pierde los estribos y comienza a golpear al hombre, éste solo alza los brazos para protegerse.- Dámelo.
Ni Panchito ni el indigente se dan por vencidos. El inge casi logra hacerse con el suéter, pero el indigente lo tiene agarrado por el extremo de una manga. Panchito estira, el indigente también. Una patrulla que ronda el sector se da cuenta del escándalo e interviene. Los dos policías sujetan a Panchito por los brazos, mientras el sucio individuo aprovecha el momento de confusión y corre.
-Tranquilo señor. ¿Puede explicarnos que ocurre?
-El hombre ese… -se da cuenta que su ladrón de suéteres se ha ido.- me robó un suéter.
Los policías lo miran.
-¿Está usted seguro señor? La persona que nos llamó reportó que un hombre estaba golpeando a un menesteroso. Y ese hombre es usted.
-Bueno, si lo golpeé, -reconoce Panchito- pero fue para que me regresara mi prenda. Es a él a quien deben detener, no a mí. Están ustedes perdiendo el tiempo aquí conmigo mientras él huye con mi suéter. Búsquenlo. –Panchito empieza a alzar la voz y a dar patadas en el piso.– Quiero mi suéter de regreso.       
Los guardianes del orden hacen un esfuerzo para no reírse ante las ocurrencias de un señor que, según piensan ellos, trae unas copitas de más.
-Pierda cuidado, lo buscaremos. Mientras tanto usted también nos acompaña…en calidad de detenido.
Panchito abre desmesuradamente los ojos.
-¿Detenido yo?  
-Por escandalizar en la vía pública. –lo llevan hasta el carro policial y lo depositan en el asiento trasero. El piloto habla por radio, en clave, a otro de sus compañeros. Espera que sea la orden de búsqueda del menesteroso que se llevó su suéter…

Es llevado a una celda limpia, está solo.
-Bonita Noche Buena voy a pasar, encerrado en una celda de policía. Y todo por pelearle mi suéter a un mendigo.
Un escándalo lo distrae de sus pensamientos. Un guardia empuja a otro hombre dentro de la celda. Cierra y se va. Panchito sentado en el suelo y abrazado a sus rodillas se percata que el hombre es nada más y nada menos que el ladrón de suéteres. Se alegra porque sabe que su prenda ha sido recuperada.

A la mañana siguiente, 25 de diciembre, Panchito fue puesto en libertad. Antes de salir, pregunta al chico que está en el escritorio de la recepción por su suéter.
-Lo siento señor. El tipo no traía el suéter cuando fue detenido.
La frustración se adueña de Panchito.

-No tenía el suéter cuando lo detuvieron los policías… -remeda al tipo de la recepción- En otras palabras, me perdí la cena de Noche Buena con mi familia por nada…      

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