Pascualito, el buen vecinito




El tipo se zampa plácidamente un gran sorbo de cerveza. Sostiene frente a sus ojos el envase. Sonríe. Le agrada verlo sudar, sentir la frescura del liquido traspasar el aluminio en la palma de su mano, y mucho mejor cuando lo que se moja es su lengua… 
Obeso, de mediana estatura, la calvicie no tuvo piedad para con él. Acostumbra afeitarse cada 3 o 4 días. Usa unos lentes de fondo de botella que cuando uno lo mira de frente, tiene la impresión de que aquellos ojos saltones en el instante menos pensado se saldrán de sus cuencas. Ese es Pascualito Garza,  “Garcita” o “el buen vecinito”, como es conocido en tono de burla entre sus vecinos dicho individuo, por su tendencia a ser entremetido y comunicativo de los asuntos ajenos.  
Todos los días, precisamente a las 7:00 de la tarde, “el buen vecinito” se sienta en una mecedora en la terraza delantera de la planta alta de su casa, torso desnudo, vistiendo solo una bermuda ya descolorida por tantas lavadas y cerveza en manoa oscuras, para darse cuenta sin ser visto, de todo lo que pasa por su calle. Se ríe burlón al ver pasar a Mila con su nuera Shula. 
-Según ella traía los aires de reina un alto, que dizque vienen de gente de alcurnia y vivían en un fraccionamiento privado muy “nice” y blablabla. Entonces que carajos tienen que bañarse en casa de Petra, sobrina de Mila. –suelta otra risa- Mayla, Pascualito, M-A-Y-L-A, -remedando groseramente a su vecina- hasta lo deletrea la muy idiota creyendo que estoy tonto. La tonta eres tú, sé que en verdad te llamas Hermila. Lo vi en tu acta de nacimiento. Y la otra que de chula no tiene un pelo: Úrsula de la Concepción Cresenciano Julián. No. Mejor le seguimos diciendo Shhhhula! 
Se rasca la prominente y sudorosa barriga mientras observa a Shula ajustarse la toalla en la cabeza y Mila carga la cesta de la ropa sucia. Da otro sorbo a la cerveza. Las mujeres entran a su casa, ajenas a que están siendo observadas. Un auto de reciente modelo se estaciona en la esquina de la acera contraria, cosa que atrae su atención, puesto que el barrio es de gente de clase media baja. Un hombre alto, delgado, bien vestido, ayuda a descender del vehículo la silla de ruedas de Radamés, el hijo de doña Mary, prestamista de la cuadra, recientemente fallecida. El chico perdió sus piernas al ser arrollado por el tren en una noche de fuerte borrachera. Se dice que Radamés tuvo la osada ocurrencia de deslizarse por debajo del tren mientras éste se encontraba detenido, más para su desgracia la pesada máquina reanudó su marcha llevándose consigo una parte del cuerpo, y la vida física y emocional, del muchacho.  
“Garcita” el día anterior pasó a comprar tortillas y aprovechando el saludo, conversó con Radamés de tonterías, nada trascedente, y vio que un derrame lastimaba su visión.  
-Ay RadamésRadamés. Solo falta que aparte de mocho te quedes ciego. –se persigna hipócritamente- Dios te guarde. Y ojalá aprecies lo mucho que te he ayudado, sí, para que me tengas presente en tu testamento. Je, je, je. 
Otro sorbo a la cerveza. ¡Ahhh! 
Radamés y el conductor desaparecen tras la puerta de la casa del primero. Rato después el conductor se retira.           
Pascualito se mece en su silla metálica, de repente se queda quieto, la cabeza inclinada al lado izquierdo, la mirada perdida, dibuja en sus labios una sonrisa burlona. Esos lentes de fondo de botella le confieren un aspecto de lelo al que solo le falta babear por la orilla de su boca entre abierta. Recupera el aplomo al ver llegar a Denisse, una joven de 28 años y cuya madre, Bettina, tiene dos años desaparecida. Vive justo frente a su casa. Un gesto de incomodidad se dibuja en su expresión facial, pero muy en el fondo de su ser existe una sensación de temor reverenciado hacia aquella muchacha. No ignora la antipatía que la joven siente hacia su persona. Abandona la mecedora cuidando de no ser visto. Ya dentro de la habitación, imagina lo que Denisse hará. Solo una vez Bettina le cedió el paso a su sala, pero fue suficiente para imprimir en su memoria la calidez que rodeaba la vida de sus vecinas. Unos muebles cómodos, el aire de la familia perfecta enmarcado por fotografías, pinturas, flores por doquier. Un aroma a jazmín flotando en el ambiente. Richard Clayderman al piano, deshojando su “Balada para Adelina”, escapa de un equipo de sonido bien cuidado. Se sintió atraído físicamente por Bettina desde que llegó a vivir a la colonia con su esposo Román y una hija pequeña de tres años, Denisse; quien desde el primer momento de conocerlo le hizo sentir de todas las maneras posibles su indiferencia y desdén. Al fallecer Román, Pascualito vio su oportunidad dorada: declarar su amor a Bettina y lograr que Denisse cambiara su opinión y su trato hacia él. Más su despreciado amor por la dama se tornó en enfermizo rencor al sentirse rechazado por ella. 
Con esos recuerdos apretujándole el corazón camina hasta el patio trasero, abre la puerta del cuarto que utiliza para guardar los trastajos viejos e inservibles. Un cuarto de ocho metros de frente por cuatro de fondo. El suficiente espacio para además trabajar como carpintero. La puerta es asegurada con llave y un candado de combinación. Pulcritud. Cajas de cartón descansan sobre un estante metálico de tres entrepaños. Un ventilador quebrado en el suelo, seguido por una pila de periódicos y revistas viejas, arriba de aquélla hay un contenedor de plástico con botellas de vidrio. Cubetas, limpiadores, trapeadores y escobas ya en desuso. Todo bien alineado sobre la pared frontal. Entre el estante y la pared lateral hay un área del piso diferente al resto. Nuevo. Pascualito lo observa. Triste. Apesadumbrado. Opta por regresar a la casa. Se cerciora de cerrar bien la puerta de la trastienda. Una vez en su recámara, saca del cajón de su cómoda un frasco de perfume y rocía las sábanas y la almohada con él. Se tira sobre sus espaldas en medio de la cama, con los brazos en cruz. Cierra los ojos y aspira profundo.  
-¡Oh, mi Bettina! El aroma de tu perfume me transporta a los días que me hiciste muy feliz. Te disfruté hasta cansarme. Aunque fuiste mía de una manera algo…accidentada, para mí fue una experiencia agradable. Lástima que tú me escupieras tu desprecio y tu asco en la cara, al igual que tu hija Denisse lo hace desde pequeña. Bettina, mi amor. No fue tu voluntad quedarte conmigo, así que no quedaba otra opción que retenerte a la brava. Estaremos juntos siempre. Siempre. ¡Ja, ja, ja! 
Su escandalosa risa rasga el silencio de la noche.  

Agotada físicamente, Denisse se quita los zapatos y se recuesta en el sillón. Los pies le arden y le duelen. La mesilla de centro soporta una fotografía de mamá. Sonriente, luce un vestido nuevo, peinado y maquillaje de salón. Regalo de Denisse a su progenitora al cumplir ésta sus 45 primaveras. Precisamente un año antes de su misteriosa desaparición. Lágrimas nublan sus ojos. 
-Por favor madre, vuelve a casa.  
Abraza la foto contra su pecho. Algo muy dentro de ella le dice que Bettina no volverá.                    
         



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